Al final del segundo semestre de 1990, el
martirio del pago de colegiaturas atrasadas me bajaba de mi nube académica a la
realidad de que no tenía dinero, hasta el semestre de verano, me habían ayudado a pagar, pero a partir de ese momento el apoyo se acabó. La
cosa se estaba poniendo grave, mientras terminaba el
semestre, no podía trabajar y literalmente no tenía dinero para comer, así que
si no conseguía una invitación de un amigo o pariente, me quedaba sin comer
cosa que sucedió con relativa frecuencia, hasta que un día después de unos dos
días de no comer, estando en la universidad, sentí un fuerte dolor en el
estómago y una sensación de mucho malestar, sin dinero para ir a un doctor,
intuí (sin tener que ser un genio para ello) que era por no comer, así que conseguí
con un buen amigo mío que me prestara dinero y efectivamente al comer me sentí
mejor, pero decidí que tendría que trabajar, lo que implicaría abandonar la
universidad, porque no había un sueldo para mi que cubriera las colegiaturas,
de cualquier manera asumí que sería una separación temporal porque para mí
acabar la universidad era prioritario, pero comer lo era más. Después de muchos
años de malestar gástrico, descubrí que mi dolor eran tres hermosas úlceras en
mi esófago.
Cuando abandoné la universidad, debiendo una
cantidad de dinero impagable, me preguntaba donde pedir trabajo o a quien
acercarme. De pronto, me enteré de que mi tío Jorge Carrillo Olea (a quien no
conocía y había usado su nombre para entrar a la Comisión Federal Electoral
para protestar contra el fraude) era el director del nuevo Centro de Investigación
y Seguridad Nacional. Por un momento se me ocurrió que podría pedirle trabajo,
sin embargo, considerando mi oposición al gobierno y el hecho de que el CISEN
era el centro de inteligencia política del régimen deseché de inmediato la
idea.
Sin embargo, pasaban las semanas y los meses y yo no conseguía un empleo
y ya se me había acabado la lista de amigos que me habían invitado a comer (por
supuesto nadie sabía de mi situación financiera) y las chambitas que podía
hacer para ganar algo de dinero, de pronto tuve una idea nada genial pero que
justificaría mi ingreso al CISEN, ¡el gobierno no era el PRI y yo podía
trabajar en el gobierno sin servir al PRI! (era un Servicio Profesional de Carrera) y en verdad necesitaba el empleo,
así que sin nada que perder, llamé candidamente a su oficina, me presenté como
su sobrino y pedí hablar con él, obviamente esperaba que no me contestará, pero
para mi sorpresa tomó el teléfono, me preguntó de quien era hijo, me dio una
cita y me pidió que saludara a mi mamá de quien se acordaba perfectamente.
Me presenté a la cita en el bunker que está en
Contreras un poco temeroso, la fama de los servicios de seguridad mexicanos
nunca ha sido buena así que me preguntaba una y otra vez que hacía ahí, hasta
que mi estomago sonaba y me mantenía firme en mi decisión de pedir empleo,
estaba envuelto en mis pensamientos cuando llegó un ayudante que me llevó con
él. Después de un laberinto de oficinas, esperé unos momentos en una antesala y
de pronto salió Carrillo Olea preguntando quién era su sobrino, tímidamente
respondí que era yo y me invito a pasar a su oficina. Una vez adentro, además
de preguntarme por mi mamá y otras cosas familiares (por lo visto no se había
enterado del asunto del 2 de julio de 88, no se acordaba o ya me había
perdonado) me preguntó bruscamente qué quería, pensando en mis días de hambre,
le dije sin dudar que quería un trabajo. Se quedó pensando un momento y luego
como lamentando lo que me tenía que decir, me soltó – ¡no te puedo dar trabajo!
Nuevamente, pensando en mis días de hambre, le pregunté porqué y me dijo –
¡porque te apellidas Olea!, intuí que si me daba empleo sería nepotismo y por
eso no podía. Lo lamenté un poco, le di las gracias y me salí de su oficina.
Pasaron unas semanas y leí en el periódico, que
Carrillo Olea había pasado de director del CISEN a otro cargo de lucha contra
las drogas en la PGR, lo lamenté porque se veía que le gustaba su empleo en el
CISEN. Unos días después recibí una llamada (de esas raras ocasiones en que mi
teléfono no estaba cortado) de su oficina, me citaba para un día de esa semana
en su nueva oficina de la PGR. Cuando me presenté ahí, me dijo con mucha
calidez ¡ya puedes trabajar en el CISEN! Ve a ver a Alejandro Rubido, que era
uno de los directores de área y él te va a ayudar, nuevamente me pidió que
saludara a mi madre y se despidió.
En verdad estaba agradecido, era en realidad
un tío muy lejano, nunca lo había visto antes, una vez usé su nombre para
ingresar a Gobernación y protestar contra el fraude del 88, no me había dado
trabajo por no caer en el nepotismo y luego
sin que yo lo hubiera buscado, me habló personalmente para decirme que me había
recomendado en el CISEN. Nunca lo volví a ver, sin embargo, años después,
leyendo un libro supe que Jorge Carrillo había sido el militar que rescató al
Presidente Echeverría del motín que hubo en su contra cuando se presentó en la
UNAM, después de que alguien le aventó una pedrada en la cabeza como protesta
por la matanza del 68, lo subió en un coche y lo llevó a Los Pinos. Posteriormente
cuando supe las acusaciones que le hacían siendo gobernador de Morelos, lo
lamenté mucho lo poco que lo conocí, me di cuenta que era una gente de carácter
fuerte, pero de una gran calidad humana, hasta donde sé ninguna de las
acusaciones que se le han hecho se ha probado.
Me presenté con Alejandro Rubido en el CISEN,
un hombre
amable, pero también de carácter fuerte, me dijo que para obtener
empleo en el CISEN no bastaba una recomendación, había que hacer una serie
bastante larga de exámenes (2 o 3 días) y pasarlos, entre otros pasar el
polígrafo (detector de mentiras) y hacer una confesión de tu vida. Me presenté
a los exámenes y escribí mi confesión incluyendo mi militancia panista, pensaba
que lo mejor era decir la verdad y si no obtenía el empleo, pues ni modo.
Después de los exámenes, me llamó Rubido y me dijo que había pasado los
exámenes pero que el único problema era mi militancia panista, entonces le
dije, si no mal recuerdo que mientras trabajara en el CISEN la pondría en
receso, para que no hubiera problema (en realidad necesitaba el trabajo, en esa
época pesaba 57 kilos), Rubido aceptó y me mandó a personal para hacer todos
los trámites de ingreso. En el fondo de mi alma me prometí que nunca haría una
cosa chueca y que aprovecharía mi empleo en el CISEN para aprender algo de seguridad
nacional y del funcionamiento del gobierno.
Después de las elecciones de 1988, me había
prometido postularme para diputado en las elecciones de 1991, así que un día me
presenté a la junta de comité del PAN en mi distrito que presidía Diego Zavala,
padre de la hoy ex primera dama Margarita Zavala. Cuando llegué a la junta, noté mucha incomodidad de los presentes al ver mi presencia, interrumpieron lo que
estaban diciendo y se apresuraron a concluir la orden del día. Cuando terminó,
me acerqué al licenciado Zavala, éste me dijo bruscamente que yo no había
participado en la campaña de Clouthier (ni en la suya para diputado) y que
sabía que yo me había vuelto perredista, como niño que es descubierto a media
travesura, no supe que decir, pero le dije la verdad, es decir, que había
participado en un grupo de jóvenes por la democracia y que ese grupo eran
amigos míos y habíamos apoyado a Cárdenas, pero que no era perredista, ni lo sería,
que yo seguiría en el PAN y que quería seguir militando. Don Diego con afecto
paternal que siempre le agradeceré me reprimió, aunque no recuerdo con
exactitud sus palabras, recuerdo que me dijo que la militancia era cosa seria y
que no podía dar bandazos, después me pidió que participara más, me perdonó y
me invitó a asistir a la próxima junta. Tenía que ganarme de nuevo su confianza.
Aunque asistí a varias juntas del partido, mi
trabajo en el CISEN me hacía imposible ser más activo en el PAN, a riesgo de
perder mi empleo y de no cumplir la promesa que le había hecho a Rubido, era un
lujo que no me podía dar, por supuesto, la idea de postularme estaba
completamente fuera de mi alcance.
El año que trabajé en el CISEN, me asignaron al
área de comunicación, donde elaboraba una síntesis de los medios vespertinos,
después me cambiaron al área de fichas curriculares, donde se acumulaba y
ordenaba información de miles de personas. Seguramente eso ha cambiado, pero
cuando yo trabajaba ahí, normalmente se abrían folders con el nombre de
determinada persona y se acumulaban, básicamente, recortes de periódico con
notas en donde se le mencionaba. Otra fuente de información eran las mismas
personas, a quienes se les solicitaba su currículo y ellos lo mandaban,
finalmente en algunas ocasiones, los delegados del CISEN, enviaban información
solicitada sobre determinadas personas. En el área que yo estaba, no había
espionaje ni nada por el estilo, simplemente era un área de acumulación de
información en papel y se ordenaba en forma de curricula laboral.
Me gustaba mi trabajo en el CISEN, pero donde
yo estaba no era realmente un área de seguridad nacional, tampoco de espionaje
político, nunca estuve seguro quien leía las fichas que hacíamos o a quien le servía esa información. Sin embargo, unos meses antes de las elecciones de
1991, me pude percatar de primera mano la simbiosis que había entre el PRI y el
gobierno. Un día, cayó un “bomberazo” nos dieron la instrucción de elaborar una
serie de fichas curriculares de una serie de personas que eran precandidatos a
diputados del PRI, de la lista que enviaron, la curricula serviría para
palomear la lista de candidatos. Otro día, me enviaron buscar alguna
información a unos archivos muy viejos que había en un sótano, ahí había un
documento que hacía referencia a Pancho Barrio y las elecciones de Chihuahua,
en esa información decía que Barrio tenía una enfermedad del corazón y que eso
podía usarse para demeritar su campaña. Finalmente, otro día me enviaron a
revisar unas tarjetas escritas en máquina de escribir mecánica, de la época del
DFS (Dirección Federal de Seguridad) en 1968, en ella se narraba las actividades cotidianas de un líder
estudiantil, cuyo nombre no recuerdo, con muchísimo detalle.
Fuera de eso, mi
trabajo en el CISEN fue bastante calmado y me parecía que los funcionarios del
Centro eran bastante profesionales he institucionales, ahí me di cuenta de una
cosa muy importante para el futuro, la mayoría de los funcionarios no eran
priístas, eran profesionales del servicio público que querían servir en el
gobierno, pero que sólo decían que eran priístas para continuar en su empleo.
En ese momento se me hizo fundamental que se creara un sólido servicio
profesional de carrera, que asegurara la neutralidad política de los
funcionarios, su profesionalismo y le quitara a los partidos la capacidad de convertir los puestos públicos en un botín
político. Respetar la profesionalidad y la neutralidad política de los
funcionarios sería una de las más sólidas claves para eliminar la corrupción en
México. No se me olvidaría.
Después de trabajar en el CISEN un poco más de
un año, ahorré todo el dinero que pude y un buen amigo de mi padre se ofreció a
pagarme la reinscripción a la ibero, así renuncié al CISEN para seguir
estudiando, porque el dinero que ganaba ahí y los horarios de trabajo que había
me impedían ir a la universidad, así que con un semestre de oxígeno salí del
CISEN y regresé a la universidad, sin embargo, a medio semestre se volvió a terminar el dinero y volví a abandonar la escuela, sin embargo, nuevos horizontes aparecerían en el camino y parafraseando a Machado,
confiaba en que “caminante no hay camino se hace camino al andar”...
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