lunes, 16 de junio de 2014

Memoria de Los Pinos X: Alponte y la Mutación Global

Por mi parte en Enero de 1989 finalmente pude reingresar a la universidad, aunque siempre con excesivas precariedades económicas, siendo la Ibero una universidad privada, la alimentación y el pago de colegiaturas sería un calvario cotidiano que terminaría de pagar 19 años después. Durante los años de la Ibero abandoné casi por completo mi activismo político, me involucré en el estudio y me convertí en lo que hoy llaman los estudiantes una “rata de biblioteca”, pasaba largas horas y a veces días en las bibliotecas de la Ibero y en la de mi padre estudiando y reflexionando sobre lo apasionante que era para mí, el fenómeno político. Quería comprenderlo en los libros, en las discusiones, en las conferencias, en las clases, argumentando con compañeros y profesores, todo lo que fuera política me lo bebía, ahora pienso que exasperé a varios de mis amigos, pero fueron años muy divertidos y muy interesantes, lamiéndome mis propias heridas y reflexionando sobre lo que había visto y vivido me di cuenta de lo complejo y vasto que es el fenómeno político, tanto como el ser humano mismo y como en ocasiones lo habían reducido al absurdo.


Para ser mi primer año en la universidad, 1989 fue uno de los años más intensamente políticos del siglo XX y en mi opinión el verdadero inicio del siglo XXI. En ese año sucedieron muchos eventos que política y humanamente, marcarían a la humanidad y a mí en lo personal. 
La lista es enorme, ese año caerían muchos de los regímenes comunistas de Europa del Este, particularmente se derrumbaría el Muro de Berlín, a la caída del Comunismo en Rumania asesinarían a Cosescu y con ello se conocerían muchos de los excesos de esos regímenes y Vaclav Havel sería empujado al poder en Checolslovaquia. Además se celebraría el bicentenario de la Revolución Francesa, el gobierno Chino mataría a los estudiantes que pedían democracia en la Plaza Tiananmen, en Venezuela el régimen de Carlos Andrés Pérez reprimiría violentamente la protesta contra su paquete económico “neoliberal”, los soviéticos abandonarían Afganistán y empezaría un proceso de democratización de su sociedad, el Ayatola Jomeini de Irán ofrecería una recompensa a quien asesinara al escritor Salman Rushdie autor de un libro que considerarían herético para el Islam; Los Versos Satánicos, pero Inglaterra lo defendería, en Colombia el terrorismo de los carteles del narcotráfico cimbraría a la sociedad, Carlos Menem asumiría la Presidencia de Argentina, en el Salvador asesinarían a seis Jesuitas de la Universidad Centroamericana, Chile tendría su primer gobierno democrático y Estados Unidos invadiría Panamá para derrocar al caudillo Manuel Noriega. No todos los años suceden estas cosas.


Inquieto como estaba y ávido de política, además de tomar mis clases en la Ibero, asistía cada miércoles a las clases de Juan María Alponte en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Alponte era (es) un personaje muy interesante. Nacido en España (creo que en Cataluña) miembro de la generación que no participó en la Guerra Civil Española, su disidencia política lo envió a una cárcel de Franco y después al exilio. Al parecer vivió en la India de alguna manera amparado por Octavio Paz, después trabajó en la CEPAL en Washington y finalmente se estableció en México y se hizo mexicano.

Alponte me deslumbró, era un académico muy distinto a los que conocía. En primer lugar era impresionante todo lo que sabía, toda la gente que conocía y las experiencias que había tenido, además de vestir de manera singular, tenía una filosofía de vida muy especial. Derivado de sus años en la India, había aprehendido el Yoga, así que toda su vida giraba en torno de esos aprendizajes, dormía muy pocas horas, pero como buen Yogui quizás descansaba más que yo en mis ocho horas reglamentaria de sueño, su antigua casa de Coyoacán estaba llena de libros y el ambiente era de estudio y reflexión.

Sus clases eran verdaderamente luminosas, aunque siempre tuve la impresión de que muchos de sus alumnos y profesores no lo comprendían, el sectarismo de la Facultad era, entonces, una de sus características. En 1989, Alponte se pasó los dos semestres del año explicando, con un gran conocimiento, de manera oral y escrita (tenía una columna cotidiana en La Jornada que reproducía de manera resumida algunas de las cosas que exponía en su clases de la Facultad), los eventos de ese impresionante año. No había mejor tutor para seguir con cuidado los acontecimientos históricos de ese momento que Juan María Alponte.

Paralelamente a los cambios tan profundos que vivía el mundo, México vivía transformaciones de un calibre similar, apenas comenzaba mi primer semestre de Ciencia Políticas cuando nos enteramos que en un operativo muy audaz, el gobierno había detenido a los máximos líderes petroleros por los delitos de homicidio y acopio de armas. En las escenas aparecidas en la televisión se veían a los líderes con un verdadero arsenal de armas a su alrededor, sin embargo, en la universidad, nadie ni maestros, ni alumnos creían que fuera verdad el delito del que se les acusaba, todos aseguraban que era un delito fabricado en venganza porque “La Quina” había apoyado a Cárdenas en las elecciones de 1988, el consenso general era que un Salinas débil también quería hacer una demostración de fuerza. Salinas me parecía el clásico líder priísta, pero con el asunto de La Quina logró que lo volteáramos a ver.

Al mismo tiempo, convocó a una serie de consultas para reformar la legislación y las instituciones electorales e instruyó a su equipo económico, particularmente a Pedro Aspe a la sazón Secretario de Hacienda para que renegociara la deuda externa, además pronto empezarían las privatizaciones. Todos esos temas se discutían y comentaban en la universidad y en la Facultad, pero para mí lo más importante de esa época eran los autores que descubría y las lecturas nuevas que hacía, además de las clases de Alponte.

Me gustó mucho el Príncipe de Maquiavelo, cuando lo leí, la crítica moralina que había escuchado de su obra me pareció fuera de lugar y obra de imaginaciones muy creativas, pero lejanas a los consejos que le daba Maquiavelo a su príncipe. Al paradigma que reza “El fin justifica los medios” habría que incluirle el atenuante de ¿qué fines? y ¿qué medios? Aunque por más que busqué la frase en el libro nunca la encontré. Para mí, Maquiavelo había hecho evidente que la realidad política más importante que todo politólogo debe saber acerca de la naturaleza humana se inserta en la lucha por obtener, concentrar y controlar el poder, como fenómeno psicológico y social. ¿Qué podría hacer el Príncipe sin el poder para unificar Italia o para engrandecer su dominio? Nada.

En la misma lógica pero con un sesgo más teórico, fue interesantísimo “El Leviatán” de Thomas Hobbes que quería la dictadura perfecta del estado absoluto y El Contrato Social de J.J. Rosseau, que a mi me parecían similares, porque ambos eran absolutistas, uno por el Monarca absoluto y otro por la dictadura de la mayoría, en ambos la disidencia no existía y no me gustaba la idea. Algún profesor se molestó realmente conmigo por la comparación, pero me sigue pareciendo justa. Después me decepcioné un poco con el Contrato Social de Montesquieu, porque yo había oído que era el teórico de la división de poderes y el control del poder, sin embargo, avanzaba y avanzaba en la lectura de su teoría de la sociedad y no llegaba al tema de la división de poderes, cuando por fin llegué, hace una mención interesante pero breve del tema y luego habla de otras cosas, me quede con ganas de más.

Finalmente encontré a los autores que me apasionaron en la universidad, John Locke y sus ensayos sobre el Gobierno Civil, John Stuart Mill con su ensayo Sobre la Libertad, Alexis de Toqueville y su Democracia en América y Karl Popper (mucho más contemporáneo) con La Sociedad Abierta y su Enemigos, básicamente estos cuatro junto con Maquiavelo articularon mi visión sobre el fenómeno político. Si la naturaleza humana era propensa a la concentración, acumulación y control del poder, la mejor manera de cuidar las libertades era dividiendo el poder para generar equilibrios y contrapesos, de tal manera que la limitación del poder operará en contra de la corrupción de un poder concentrado. Ese sería mi gran lema político, la libertad como el gran bien público que se le puede ofrecer a un individuo. Muchos años después, leyendo “Liberalismo Político” de John Rawls, descubriría que la base de una sociedad justa está en la rabiosa protección de las libertades, que sólo pueden existir donde el poder está desconcentrado y controlado. En este contexto, revisaba las materias sobre la historia de México y su sistema político y las pasaba por el filtro de Locke, de Mill y de Popper, México, en mi diagnóstico tenía un grave problema de equilibrios y contrapesos institucionales para controlar y limitar el poder del Estado y de su titular el Presidente. Durante el sexenio de Salinas se haría muy evidente mi reflexión.

En mi programa de estudios había un tercer grupo de materias relacionadas con la economía y la administración pública, al principio no me gustaban mucho, pero en la medida que avanzaba el sexenio de Salinas y los economistas se ponían de moda, como los amos de las ciencias sociales, me fueron interesando más, quería saber cuál era el secreto detrás de una disciplina que a partir de los éxitos de Salinas y su gabinete parecía una ciencia exacta. No lo era.

En macroeconomía, tenía un maestro de origen noruego-alemán, si no mal recuerdo, se llamaba Erick Otto Wagner Halt, no se me olvida su nombre porque el primer día de clase lo escribió en el pizarrón y era tan inusual que se quedó gravado en mi memoria. Me cayó bien porque cuando entró al salón – además de escribir su nombre – se quejó de que vivía en Alemania muy feliz y hacía obras de teatro, pero que su padre lo regresó a México para que se volviera serio y responsable. No mostraba la soberbia que los economistas tenían en esa época, era sencillo y creo que era el único que explicaba la economía de Keynes sin prejuicios. 

En la era del “neoliberalismo” salinista era una gran novedad y permitía ver desde un punto de vista distinto al maniqueo “neoliberalismo vs nacionalismo” las reformas económicas que Salinas estaba imponiendo en el país y las reformas económicas que Reagan y Thatcher, así como sus homólogos socialistas Miterrand y Helmut Khol, y en cierta forma Felipe González, habían puesto en práctica en la década de los ochenta en Europa y que se les había denominado como “neoliberales”.


Mientras transcurría el primer año escolar, casi cada día o cada semana sucedía algo espectacular en México o en cualquier otra parte del mundo, fue un año lleno de adrenalina. En primer lugar, el Senado tenía por primera vez cuatro Senadores de oposición, aunque todos eran expriístas, ahora estaban en bandos antagónicos, la casona de Xiotencátl, que era una lugar para irse a dormir, había cobrado una nueva dinámica, especialmente por el desempeño parlamentario de Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, aunque eran muy pocos lograban sacar de quicio a los priístas y los obligaban a aplicarse para no perder los debates, aunque en muchas ocasiones los perdían. No así las votaciones.


En segundo lugar, cuando terminaba el semestre, se incendió la Cámara de Diputados, donde estaban los paquetes de la elección presidencial de 1988 resguardados por el ejército. El Palacio Legislativo quedó bastante destruido y la primera legislatura del sexenio de Salinas tuvo que cambiarse de sede a la unidad de congresos del Centro Médico en avenida Cuauhtémoc. Algunos periódicos, comentaristas y diputados, comparaban ese incendio con el incendio del Reichstag en Alemania al inició del gobierno de Hitler, después del cual liquidó al Parlamento y posteriormente dio un Golpe de Estado, sin embargo, a pesar del incendio los paquetes no se quemaron y Salinas no dio un Golpe de Estado. Esas afirmaciones me parecían exageradas, pero después del fraude del 88 y la cínica manera en que lo habían perpetrado y negado, cualquier “teoría de conspiraciones” tenía cierta cabida en los estudiantes de primero y segundo semestres y en algunos de sus profesores.

Posteriormente, en el otoño se aprobó una reforma electoral limitada, porque de alguna manera el gobierno y el PRI seguían en control de los procesos electorales, aunque de manera menos abrumadora, y no arriesgaban el control del Congreso, pero se creó la credencial de elector con fotografía (que no operaría hasta 1994) y se pusieron las bases para la creación del IFE. En mi interior me parecía un acierto, pero me preguntaba por qué el PAN la había aceptado, si al final del día dejaba abierta la puerta al fraude electoral, además con apenas el 35% de la votación le garantizaba al PRI la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados a través de la famosa “cláusula de gobernabilidad”. Además era una reforma con dedicatoria en contra del izquierda, porque impedía las candidaturas comunes (como la de Cárdenas) y restringía mucho la posibilidad de las coaliciones, obviamente la izquierda se opuso a la reforma y le negó cualquier legitimidad. Según la teoría de la conspiración el PAN había negociado la reforma electoral con Salinas a cambio de otras prebendas políticas. En julio el PAN había ganado por primera vez una gubernatura en su historia, en Baja California Norte, así que los teóricos de la conspiración señalaron que ese era el producto de la negociación.


Por mi parte, trataba de absorber y procesar todo lo que pasaba en México y el mundo producto de la Perestroika, implementada por Gorvachov en la URSS; en Polonia, el gobierno comunista había permitido una apertura restringida, después de legalizar al sindicato Solidaridad, los ciudadanos elegirían libremente al 35% del Parlamento y el 100% de una especie de Cámara de Senadores que no tenía facultades. En las elecciones los candidatos no comunistas ganaron todos los cargos de libre elección y eso inició la transición polaca y el fin del bloque comunista en Europa del Este. El año siguiente Polonia tendría un Presidente Católico, para mí, el gradualismo polaco, legitimó el gradualismo del PAN y no dejaba de comparar sus similitudes. Al mismo tiempo en Hungría se hacían reformas para abrir las fronteras y modificar el sistema comunista para crear una democracia pluralista y liberal. Esto provocó que miles de Alemanes del Este, utilizaran el camino de Hungría hacia Austria para evadir el Muro de Berlín y obtener su libertad. A las caravanas de alemanes orientales que iban a Hungría para cruzar a Austria obligaron al gobierno comunista de Alemania del Este a cerrar las fronteras incluso al interior del bloque comunista, pero el daño al sistema ya estaba hecho, se le llamó “el voto con los pies” así demostraban su inconformidad con el sistema comunista (muy similar a lo que pasaba cada vez que abrían las fronteras cubanas) y su ausencia de libertades.

Otro asunto que me llamó la atención fue cuando en Inglaterra, Salman Rushdie, un escritor inglés de origen indú (del cual jamás había oído hablar) había publicado un libro (Los Versos Satánicos) que en una parte del texto, parodiaban la relación entre el arcángel San Gabriel y Mahoma y hacían una burla de los milagros del arcángel. Esta novela, provocó una condena del extremismo musulmán (hicieron famosa una novela que tal vez poca gente habría leído) y el Ayatola Jomeini expidió una Fatwua, una especie de recompensa a quien matara a Rushdie y a todos aquellos que habían ayudado en la traducción, edición e incluso a la venta del libro. Algunos fueron asesinados, sin embargo la primera ministra Margaret Tatcher (que era una especie de diablo para la izquierda) protegió a Rushdie, incluso a costa de la ruptura de relaciones entre los dos países. Sin embargo, más allá del propio hecho, yo lo quise ver como una defensa de la libertad de expresión frente al fanatismo y la intolerancia de líderes religiosos que no creían en la libertad y se sentían con derecho a matar a cualquiera que consideraran hereje como una especie de inquisición musulmana. Por otro lado, lo contrastaba con algunas personas que le daban la razón a Jomeini, como una especie de afirmación antiimperialista, dado que Rushdie había insultado sus creencias, lo que más me indignaba es que muchos que apoyaban la "Fatwa" contra el escritor eran gente que provenía de la izquierda. Para mí, el asunto me abrió los ojos a la existencia del mundo musulmán, que no estaba en mi radar, pero a partir de ahí, ya no estarían fuera de mi mundo, pronto llegarían noticias inquietantes de esa parte de la tierra.

En la lógica de los movimientos libertarios en Europa del Este, de la Glasnots y de la  Perestroika, en China también había iniciado un movimiento libertario, fundamentalmente de estudiantes y obreros que exigían mayores libertades y apertura al gobierno de Beijing. Durante abril, mayo y principios de junio, los acontecimientos en China parecían seguir la corriente de Europa del Este, que concluiría con la caída del comunismo. Todos los días leía en La Jornada y veía en la televisión, como evolucionaba la crisis China, esperaba que eso provocara la caída del régimen y un proceso de democratización de la sociedad China. Como estudiante, me sentía solidario con los jóvenes que veía en la televisión, en huelga de hambre o levantando una pequeña estatua de la libertad, como símbolo de lo que estaban buscando. Sin embargo, a diferencia de Polonia, la URSS, Alemania del Este o Checoslovaquia, en China no había un líder con el poder de Mijail Gorvachov que tolerara los cambios en el marco de un proceso de reforma. En China, los líderes del Partido Comunista, estaban en desacuerdo, fundamentalmente, en la manera como debía de proceder, unos apoyaban las demandas de los estudiantes y otros querían reprimir la manifestación y sus posibles consecuencias. Al final, se supo que el líder de los moderados en el partido Zhao Ziyang, había sido arrestado y destituido de su cargo como Secretario General del PC Chino, lo que permitió que la cúpula más ortodoxa del gobierno ordenara la represión de los estudiantes. La caída de este hombre anunció la represión que se esperaba en cualquier momento.



En esos días, la televisión transmitió lo más que pudo de la represión, en una escena que se hizo muy famosa, se veía a un estudiante solitario, tratando de evitar el avance de un tanque hacia la Plaza Tiananmen, posteriormente, ante la solidaridad internacional y las acciones inconfesables del gobierno Chino, se impuso la censura y se produjo una represión del ejercito a su propio pueblo que según muchos testimonio produjo un número incuantificable de muertos, heridos y desaparecidos. Cuando supe la noticia, me sentí muy triste y bastante enojado, no esperaba que eso terminara de esa manera. Como reacción a la represión, se organizó un acto de protesta ante la Embajada China, todos los que estábamos ahí, (casi puros estudiantes) nos sentíamos muy indignados y sin importar la tendencia política (la mayoría de izquierda) de los que estábamos en esa protesta había unanimidad en cuanto a lo reprobable del acto. Durante el acto hubo algún discurso, pero de pronto una lluvia de huevos y jitomates volaron hasta la puerta de la embajada, después un grupo más radical pateó la enorme puerta de la representación diplomática y destruyó una caseta de vigilancia que estaba junto a la puerta. Tenía una doble sensación, por un lado nunca he sido propenso a los actos de bandalismo, pero por otro lado, no podía evitar en mi interior cierta sensación de satisfacción por esos hechos vandálicos (por lo demás nada graves) que de una manera muy menor reivindicaban la vida perdida de muchos estudiantes y obreros, que habían muerto exigiendo algo más de libertad para sus vidas.

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