miércoles, 18 de junio de 2014

Memorias de Los Pinos XII: Cambiar o Morir

Pagadas mis deudas escolares, empecé el año de 1990 por lo menos con un semestre más de oxígeno, no sería rico pero no debía dinero y podría asistir a la universidad. 1990 sería un año tan apasionante y lleno de acontecimientos trascendentes como 1989, a diferencia de la fiesta que fue la Caída del Muro (que luego sería desmantelado) en 1990, empezaron los movimientos de independencia de las repúblicas soviéticas y se hicieron evidentes, los problemas estructurales de las economías de los países socialistas, después de la celebración había que “limpiar el tiradero” y transitar a la democracia y a la economía de mercado, sería muy difícil, cara y dolorosa, pero necesaria. Gorvachov vería esfumarse a la Unión Soviética y los resultados de la Perestroika y las Glasnots serían agridulces.

Además de las verdaderas mutaciones políticas que vivía el mundo con el fin de la Guerra Fría, la caída del comunismo en Europa del Este y las transiciones a la democracia en América Latina, Alponte (en su clase de Historia Económica Mundial) nos hacía notar como paralelamente, crecía y se desarrollaba, otra mutación igual de grande y trascendente; el sistema económico derivado de la Segunda Guerra Mundial, del posterior proceso de descolonización, de la economía de la Revolución Industrial (de su fábricas con miles de obreros y pesadas máquinas) y de la hegemonía económica y financiera de Estados Unidos estaba completamente agotada. 

A principios de la década de los noventa el desarrollo de la biotecnología, la robótica y el desarrollo exponencial de la informática y las telecomunicaciones produjeron un cambio en la forma en la que las diferentes naciones del mundo producían bienes y servicios y los intercambiaban unas con otras. Estas tecnologías transformaron de fondo los intercambios financieros y las cotizaciones de valores y dinero y fundamentalmente obligaron a las economías del planeta a interrelacionarse más, volviéndolas casi completamente interdependientes.

En efecto, si en 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos generaba por si solo el 50% del PNB mundial, con base en su capacidad industrial, para el fin de la Guerra Fría generaba un poco menos de una cuarta parte. Cuando en 1944, los países aliados vislumbraban ya el fin de la guerra, sabían que sólo la fortaleza de la economía norteamericana y por lo tanto del dólar (que se volvería el eje cambiario internacional tazado de manera fija con el oro), podrían sostener la reconstrucción de la posguerra. Durante cerca de 25 años el sistema había funcionado bastante bien, permitiendo la reconstrucción de Europa Occidental y Japón y la expansión de la economía en Estados Unidos, sin embargo, una buena parte de esa expansión económica se había hecho con base en el incremento de la deuda de los gobiernos.

La estrategia económica de la posguerra se basó en la estrategia (imprecisamente atribuida al economista inglés John Maynard Keynes) de aumentar el gasto gubernamental transfiriendo parte del costo de la economía a la deuda pública, por la vía de subsidios directos al consumidor o a través de empresas propiedad del gobierno. La idea era que el consumidor al recibir transferencias gubernamentales (básicamente precios subsidiados) incrementaría su ingreso disponible, lo que estimularía el consumo y por tanto el crecimiento económico, lo que al final redundaría en más impuestos que cubrirían la deuda gubernamental y fundamentalmente estimularían el empleo y abatirían las desigualdades sociales.

Durante los 25 años posteriores a la II Guerra Mundial, la mecanización de la agricultura disminuyó drásticamente el número de personas que trabajaban en ese sector (en Estados Unidos menos del 3% y en Europa menos del 8% en México 30%) mientras que la producción de alimentos creció exponencialmente. La mayoría de los agricultores habían emigrado a las ciudades para trabajar en el sector industrial, básicamente como obreros en los servicios y el comercio. En este contexto, la expansión económica generaba tasas de empleo muy altas, sin embargo, a principios de los setenta, la situación se había tornado insostenible. 


En primer lugar, en el mercado financiero mundial había muchos más dólares, que oro en las reservas de Estados Unidos, por lo que el patrón dólar-oro tuvo que ser abandonado por el gobierno norteamericano, obligando a la devaluación del dólar y la libre cotización de monedas como el marco, la libra o el yen japonés, lo que a su vez, devaluó las reservas en dólares y abarató el intercambio comercial mundial (especialmente con los países del tercer mundo que vendían sus materias primas agrícolas y minerales en dólares). 

En segundo lugar, los principales países productores de petróleo (insumo básico de la Revolución Industrial) se aliaron para subir los precios del petróleo, lo que provocó un aumento en la inflación en los países industrializados, por tanto una disminución del ingreso disponible de los consumidores y una recesión mundial en las economías y el crecimiento de los déficits en el gasto del gobierno. 

En tercer lugar, el desarrollo de nuevas tecnologías estaba provocando que muchas empresas disminuyeran su oferta de empleo y eliminaran millones de puestos de trabajo, de tal manera que la hipótesis del crecimiento económico vía el aumento del consumo estaba teniendo problemas para seguir funcionado ya que los déficits de los gobiernos aumentaban, el empleo disminuía, la inflación crecía y la economía se estancaba.

En este contexto, al interior de los países desarrollados, se cuestionó fuertemente la estrategia económica de la posguerra, fundamentalmente porque la condiciones de 1945 habían cambiado radicalmente para finales de los setenta. No sólo Estados Unidos ya no podía sostener el patrón Dólar-Oro, ni generaba el 50% del PNB mundial, sino que el desarrollo tecnológico había provocado el recorte de millones de puestos de trabajo por lo que los subsidios gubernamentales y las empresas del estado, no sólo ya no estimulaban el pleno empleo, sino que estaban generando graves procesos inflacionarios y recesión económica. Así un cambio en la estrategia económica era inminente, primero desde el bando de partidos conservadores y después desde prácticamente todo el espectro ideológico se hizo evidente que la estrategia del gran gobierno estaba agotada y había que desarrollar una nueva.

Era evidente, en primer lugar que ante la desaparición del patrón dólar-oro, el valor de las monedas provendría más que nada de su comercio exterior, es decir, de lo que se pudiera comprar con cada moneda y de la disciplina en su gasto gubernamental, por ello la apertura al comercio exterior y la reducción de los déficits del gobierno se volvió una prioridad en todo el mundo. En segundo lugar, la nueva estrategia de apertura al comercio exterior, implicaría la demanda de prácticas de comercio equitativas entre los países competidores, por lo que los subsidios y las protecciones a la industria se verían como practicas desleales, así que las batallas para abrir las fronteras y hacer más equitativo el comercio, se convertirían en una de las prioridades de los gobiernos. 

En tercer lugar, los bienes y servicios debían competir con base en la calidad de sus productos y la eficiencia en su manufactura y gerencia, por lo que la calidad de los bienes sería casi tan importante como el precio estimulando procesos de eficiencia y calidad en la producción industrial, obligando a una disminución de los subsidios gubernamentales, lo que de paso, tendría un efecto positivo en las finazas públicas y en el control de la inflación. En cuarto lugar, el desarrollo tecnológico, cambiaría las relaciones industriales, ya que la economía trascendería la lógica  de la Revolución Industrial de uso intensivo de mano de obra, por el de uso intensivo de tecnología, (incluso en países de mano de obra muy barata), por lo que se debilitaron fuertemente los sindicatos y aumentó gravemente el desempleo.

Estos cambios en los países desarrollados, tuvieron un impacto muy fuerte en las economías de los subdesarrollados que estaban en proceso de industrialización. Los países periféricos, habían seguido la misma estrategia de la posguerra que los países desarrollados, adaptada a su necesidad de industrializarse, es decir, aumentaron el tamaño del sector público y subsidiaron el desarrollo industrial, creando grandes empresas propiedad del gobierno y cerrando las fronteras con la meta de sustituir sus importaciones. 

Al mismo tiempo implementaron, aunque de manera marginal, el llamado estado de bienestar haciendo transferencias, a través del gasto público, de subsidios al consumo y servicios públicos a la población con el fin de desarrollar a las clases medias. Así, mientras los países desarrollados exportaban bienes de capital, intermedios y de manera muy restringida de consumo a los subdesarrollados. El llamado tercer mundo, ofrecía a cambio, materias primas, ya sea minerales o agrícolas obteniendo divisas para sustentar su desarrollo. Adicionalmente, como parte central de la estrategia, mantenían cerradas sus fronteras a muchos productos de importación para evitar la competencia a sus industrias nacionales en proceso de crecimiento lo que les permitiría industrializarse (sobre todo a través de su sector paraestatal) y eventualmente desarrollar plenamente sus economías y hacer crecer a sus clases medias.

En este contexto, el aumento del precio del petróleo a principios de la década de los setenta, los cambios en el sistema cambiario mundial y la tecnificación de la producción industrial, afectaron, aunque de manera desigual, a los subdesarrollados. Por un lado, aquellos países que tenían petróleo (como México) observaron un aumento espectacular de sus ingresos y por tanto su capacidad de industrializarse (nuevamente a través del sector público), pero también aumentó su capacidad de endeudarse, por otro lado, abarató el precio de otras materias primas minerales y sobre todo agrícolas lo que encareció la adquisición de bienes de capital y manufacturas.

Durante la década de los setentas, hizo crisis la estrategia económica derivada de la Segunda Guerra Mundial, basada a nivel mundial, en la estabilidad del dólar, en los bajos precios del petróleo, en un comercio internacional entre países desarrollados y subdesarrollados que intercambiaban bienes industriales por materias primas y a nivel doméstico, en un sector público industrial grande y en una estrategia de bienestar para la población sustentada en la transferencia de ingresos a la población, vía subsidios a los servicios públicos y al consumo. Para finales de la década, el abandono del patrón dólar-oro, el aumento del precio del petróleo, las enormes deudas públicas de los países desarrollados y el desarrollo de nuevas tecnologías para la producción industrial, provocaron graves procesos inflacionarios, bajo crecimiento económico y un alto desempleo. Por otro lado, en los países subdesarrollados, especialmente en aquellos que tenían petróleo, el aumento de sus ingresos, provocó un severo endeudamiento, básicamente, en su sector paraestatal.

Para inicios de la década de los ochentas, los gobiernos del Reino Unido y Estados Unidos primero, y después otros países industrializados, entraron en un proceso de severo ajuste y de rediseño de su estrategia de desarrollo. En primer lugar buscaron disminuir el papel preponderante del gobierno y sus empresas en el desarrollo económico y las vendieron al sector privado o las liquidaron, transfiriendo la responsabilidad del desarrollo mucho más al mercado que a la planificación central del gobierno, lo que a su vez les permitió reducir sus déficits fiscales y bajar la inflación. 

En segundo lugar relajaron sus leyes laborales, de tal manera que las empresas pudieron ajustar su planta laboral  (despedir obreros) o reducir los salarios de los trabajadores, introduciendo nuevas tecnologías en la industria, para ofrecer sus productos a precios competitivos disminuyendo la carga salarial. En tercer lugar, desarrollaron una estrategia de apertura comercial muy agresiva eliminando protecciones y barreras a las importaciones y exportaciones, firmando pactos comerciales y negociando tratados multilaterales para que hubiera reglas de comercio equitativas que además les permitiera transferir sus fabricas a países con salarios muy bajos. Finalmente, el espectacular desarrollo de las telecomunicaciones y de las tecnologías de la información, la robótica, la biotecnología transformaron sus formas de producción, de comercio y de intercambios financieros provocando por lo menos tres efectos:

a) La globalización de 
la producción y del comercio, 
es decir, un producto
podría diseñarse en 
Estados Unidos, mientras 
que podría manufacturarse 
en varios países asiáticos 
y venderse en América 
Latina, en Europa o en el propio
Estados Unidos todo perfectamente controlado a través de las
telecomunicaciones y las nuevas tecnologías de la información.

 b) La globalización de las finanzas, es decir, que a través de las telecomunicaciones y la informática, los flujos financieros serían mucho más rápidos, menos posibles de controlar y estarían buscando siempre los mejores rendimientos y serían independientes del flujo comercial.

c)     La reingeniería de los procesos de negocios, es decir, la manera tradicional de organizar las empresas, la producción y los bienes cambiarían sustancialmente. El uso intensivo de mano de obra no calificada, sería sustituido por el uso intensivo de tecnología e innovación, las empresas serían más pequeñas y los productos menos masivos y diseñados para satisfacer las particularidades de los clientes. El valor agregado de los bienes y servicios sería mucho más simbólico (más basado en el conocimiento) que físico.


En el contexto de estas verdaderas “mutaciones” económicas y políticas del mundo, durante los años ochenta, la enorme deuda que habían dejado los años petroleros en México y la corrupción, la timidez, la indecisión y las trabas ideológicas del gobierno sumieron al país en una grave crisis económica, que impidió aprovechar los cambios que se daban en el mundo y profundizaron el atraso económico y político del país.

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