Miguel de la Madrid se fue en medio del
desorden; para mi generación y para mí en lo personal, fue una desgracia.
¿Qué de su sexenio había tenido alguna virtud? ¿la Renovación Moral? ¿La
simplificación administrativa? ¿El crecimiento de la deuda? ¿La inflación? ¿Los
fraudes electorales patrióticos? ¿El crecimiento exponencial de la inseguridad
y el crimen organizado? A los 22 años, después de haber vivido tres campañas,
dos megafraudes electorales, un movimiento estudiantil y el nulo crecimiento de
la economía y el decrecimiento de mi salario cada semana, me daba un enorme
gusto que saliera del poder ese señor.
Con el tiempo me preguntaría muchas veces, si
De la Madrid y su gabinete hubieran podido hacer otra cosa o intentar otra
estrategia. En esa época las alternativas sudamericanas, ni las mas
restrictivas, ni las más “revolucionarias” tuvieron éxito, así que durante un
tiempo pensé que, efectivamente, había hecho lo que había podido en esas
circunstancias, sin embargo, una vez conociendo el poder de más cerca, la
capacidad de maniobra que se tenía entonces, el control corporativo del los
sectores, la subordinación de los medios de comunicación, el control
corporativo de los gobiernos estatales y municipales, en suma el poder brutal
del presidente en esa época, no sólo pudo haber resuelto los problemas
económicos en menor tiempo, sino establecer una sociedad más democrática y
justa.
La lista de cosas que pudo haber hecho sería interminable, pero la deuda
de México no impedía al Presidente, deshacer los monopolios y abrir nuevas
concesiones, privatizar empresas con mayor velocidad, mejorar la educación y la
salud pública, impedir los fraudes electorales, modernizar la policía y el
ministerio público, defender el federalismo, estructurar un sistema de partidos
y la división de poderes. No todo era dinero, eso era un enorme pretexto.
En
lugar de cambiar México - ¿quién tiene la oportunidad de ser Presidente de la
República? – optó por una vía conservadora, mezquina hasta el extremo, de
echarle la culpa de su ineptitud a sus antecesores – que, es cierto había
dejado graves problemas económicos – y al terremoto del DF en 85, pero el
fraude de Chihuahua o del 88 no tenía nada que ver con la crisis económica, la corrupción
de Bartlet y de la policía secreta e ilegal que él manejaba directamente, no
tenía nada que ver con la crisis económica, el crecimiento de la inseguridad y
el crimen organizado, tenía y tiene más que ver con la falta de justicia y los
privilegios de la clase política y sus aliados en la IP, que con los déficits
fiscales de López Portillo o de Echeverría, la corrupción en el gobierno y la
falta de justicia para los que delinquieran en el pasado (incluyendo al chivo
expiatorio de Díaz Serrano), no tenía nada que ver con la crisis económica. En
el sexenio de Miguel de la Madrid, entramos al GATT, se creó el Grupo
Contadora, iniciaron las privatizaciones y se firmó el Pacto de Solidaridad
Económica, sin embargo, con una hipócrita apariencia de austeridad republicana
y liberalismo, le hizo un grave daño a toda una generación de mexicanos, no por
la grave herencia que le dejaron sino por la que dejó, por la mezquindad con la
que gobernó México.
Vi por la televisión cuando Salinas de Gortari
se convirtió en Presidente de México, en el contexto de incredulidad casi total
en el que me encontraba, le creí muy poco de lo que dijo en sus discurso
inaugural, especialmente en lo referente a la pluralidad y la democracia. Sin
embargo, me llamó la atención que en su toma de posesión le diera instrucciones
a su gabinete de diferentes cosas, mostrando una dinámica y un liderazgo que no
había visto antes. De cualquier manera no me dejé impresionar, el señor había
llegado al poder por un fraude electoral, el PRI estaba instalado en la
corrupción, los ciudadanos teníamos muy poca voz y casi nada de voto en las
decisiones del gobierno, así que no tenía nada de credibilidad su discurso, ni
el de sus colaboradores. Mi postura ante Salinas era un enorme “pago por ver”
de esceptisismo.
En esos días, mi madre me había dado a leer,
unas cartas que habían intercambiado, mi abuelo (Teófilo Olea y Leyva) con su
maestro, exsecretario de educación y ex candidato presidencial, José
Vasconcelos cuando este vivía la amargura del exilio en España. En esas cartas
Vasconcelos le reclama agriamente a mi abuelo y a los miembros de su generación
porqué no habían tomado las armas en contra del gobierno cuando se perpetró el
fraude electoral de 1929 en su contra. En contraste, mi abuelo le respondía
entre otras muchas cosas que México ya había sufrido 10 años de guerra civil y
que nadie quería más violencia, en lugar de una nueva revolución muchos, entre
ellos mi abuelo hubieran querido que Vasconcelos fundara un partido político
para institucionalizar la lucha democrática, pero no lo hizo para frustración
de sus discípulos y seguidores, quizás por ello después de la fracasada campaña
Almazanista, algunos de ellos, fundarían el PAN, empezando con Manuel Gómez
Morín y mi propio abuelo.
Asistí a un último mitin de Cárdenas en el
Monumento a la Revolución, ahí propuso la fundación de un nuevo partido
político (lo que luego sería el PRD). En esa concentración ya no asistió tanta
gente y aunque muchas personas se entusiasmaron con la formación del nuevo
partido, para muchos como para mí, era como un premio de consolación. De
cualquier manera una vez asentados los ánimos de la campaña, pensaba que formar
un partido político era mejor que incitar a una guerra civil.
Después de leer las cartas, me quedó claro que
la lucha política debía ser cívica siempre y debía evitarse la violencia a
cualquier costo, me sentí aliviado porque tuve la impresión de que la lección
había llegado justo a tiempo. Mi madre con su gentil sabiduría envió un mensaje
que llegó certero a su destino. Junto con algunos amigos, participé en algunas
reuniones preparatorias para la formación del PRD en las que se hizo muy
evidente que los ex priístas tenían mucho de nacionalismo revolucionario y poco
de izquierda democrática, no era para mí y lamenté cuando el PMS decidió
fusionarse con el PRD, eran dos tradiciones y dos visiones distintas. El PMS
era el socialismo democrático listo para modernizarse, los expriístas eran básicamente herederos de un populismo autoritario. Un día caminando por la
Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, estaba Carlos Imaz platicando con
unas personas sobre la formación del PRD, pasando junto a él, escuché que
decía, - Cárdenas nos propuso que el partido se llamara Partido Revolucionario
Democrático, pero nosotros no aceptamos ¿Sólo un PRI democrático?
Definitivamente no. Al final quedaría como de la Revolución Democrática, sin
embargo, recuerdo haber pensado que en verdad la izquierda y el nacionalismo
revolucionario eran dos animales distintos en muchas cosas contradictorios. El
PRD viviría siempre la tensión entre esas dos corrientes internándose en un
laberinto del que no ha salido hasta la fecha. En el camino casi todas las
mejores mentes de la izquierda democrática abandonaron el PRD.
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