martes, 17 de junio de 2014

Memorias de Los Pinos XI: Primera Gubernatura, la Mutación se Acelera


Durante el verano, regresé a Chihuahua, no había vuelto desde el verano de 86 y me encontré una Chihuahua distinta, mucha gente decía que Fernando Baeza, el gobernador que había llegado producto de un criminal fraude electoral, había resultado un buen gobernador, noté una sociedad más apática y aunque no totalmente, más desencantada, ese año habrían elecciones intermedias (las primeras después de 86), pero no hubo un gran movilización, el abstencionismo fue muy alto. Sin embargo, estando en Chihuahua, me enteré por la televisión del triunfo de Ernesto Ruffo en Baja California Norte y de que el PRI y el gobierno habían reconocido su triunfo.

Estando en Chihuahua, después del fraude que había vivido apenas unos años atrás en ese estado, no había ninguna palabra que pudiera explicar la alegría, la sorpresa, el entusiasmo y la sensación de reivindicación que sentía, por el hecho de que el PAN hubiera ganado una gubernatura por primera vez en su historia y se le hubiera reconocido, en algún momento de pesimismo había llegado a pensar que no me tocaría ver una cosa como esas. Jamás me pasó por la mente que eso hubiese sido producto de una negociación, hacer una afirmación como esa me parecía una falta de respeto a los bajacalifornianos, además eso demostraba que ya había madurez para derrotar al PRI y que este, empujado por Salinas lo reconociera. Me puse a gritar, a festejar como loco, hasta que me preguntaron qué si estaba bien, cuando les platiqué lo que pasaba, me sorprendió que no hicieran mayor aspaviento, por más que les quería explicar la trascendencia del momento, lo más que logré fue algunas tibias expresiones de satisfacción. Sin mucho cuorum para festejar, celebré el triunfo de Rufo en mi mente y en mi corazón, esa noche no pude dormir, me sentía reivindicado y optimista. Ojalá el PAN gobierne muy bien, pensé, porque a la gente, después de la fiesta electoral lo que le importa más es su bienestar y si el PAN gobierna mal, la transición se va a frenar.

Mientras disfrutaba el triunfo del PAN en Baja California Norte, me enteraba de las denuncias de fraude en Michoacán y posteriormente del conflicto poselectoral que viviría ese estado, a diferencia de la celebración democrática bajacaliforniana, en Michoacán el sistema había mostrado su peor cara, muchos periodistas y comentaristas hablaban de la democracia selectiva, una para el PAN que había decidido colaborar con el gobierno y otra con el neonato PRD, que había decidido no reconocerlo y enfrentársele, el PRD y todos los que tuvieran agravios pendientes con Salinas de Gortari, sufrirían las consecuencias durante todo el sexenio.

 Regresé en el otoño a la universidad, como había estado en Chihuahua, no había festejado el bicentenario de la Revolución Francesa con mis amigos de la UNAM, así que Arturo Márquez organizó una buena fiesta en su casa en la que planeábamos, además de celebrar, leer en voz alta la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y gritar el lema de “libertad, igualdad y fraternidad”. Todo el año habíamos estudiado el proceso de la Revolución Francesa con Alponte y no podíamos dejar pasar la fecha como si nada. Además de un hecho histórico muy trascendente, el proceso revolucionario de Francia a fines del siglo XVIII, se había vuelto una categoría teórica, una forma de explicar fenómenos políticos y un referente idealista de cambios sociales.

Alponte insistía mucho en tres cosas sobre la Revolución Francesa; en primer lugar (de manera muy resumida) que había sido precedida de la Enciclopedia y la Ilustración, por lo tanto de la idea de la tolerancia, la razón y el laicismo, la mayoría de los maestros de la Enciclopedia no vivirían para verla, pero sus ideas, investigaciones y reflexiones, serían la base sobre la que se construiría ese proceso. En segundo lugar, la Revolución no había estallado por la toma de la cárcel de la Bastilla, sino por la convocatoria a los Estados Generales (Aristocracia, Clero y la Burguesía o Tercer Estado) por Luis XVI, para que financiaran el déficit del Estado que el banquero real Necker consideraba muy grave. Cuando la burguesia se dio cuenta que ellos eran los únicos que tenían dinero y la aristocracia y el clero no querían y no podían constribuir, desecharon el voto corporativos (1 voto para cada estamento) y se constituyeron en una asamblea soberana con votos individuales anulando el absolutismo. Tercero, el terror de Robespierre y el Comité de Salud Pública, solamente duró unos meses y después de eso las libertades prevalecerían.

Después de la Revolución, la historia de Francia sería muy azarosa, vendría Napoleón, el regreso de la Monarquía de Luis XVIII y Luis Felipe de Orleáns, Napoleón III y finalmente la democracia, me daba cuenta que los procesos políticos son largos y que todos los cambios radicales producen liberadores que luego se convierten en tiranos como Robespierre, pero si no hay una “enciclopedia” o una “Ilustración” atrás de una Revolución el terror podrá durar más de 18 meses. Alponte solía citar una frase de Hannah Arendt que decía algo como “la verdadera revolución culmina no con el cambio social [de caudillos o sistemas, me permito añadir] sino con la fundación de la libertad”. La idea de que la Revolución era la fundación de la libertad, me sedujo y de pronto empecé a pensar que la fundación de la libertad, más que la sola derrota del PRI, era lo que andaba buscando. Esa idea me serviría para meditar y discutir muchas horas y muchas noches completas.

En el otoño de 1989, mi maestro de Sistema Político Mexicano, cuyo nombre desgraciadamente no recuerdo, pero se que fue uno de los traductores de Hegel al español, nos pidió que leyéramos el libro de John Womack “Zapata y la Revolución Mexicana”. Para mí dos personajes de la historia de México siempre me habían generado cierto rechazo, no tanto por su historia real, sino porque los habían convertido en una especie de santos laicos llenos de virtudes sobre humanas que los volvían sumamente pedantes, uno de ellos era Emiliano Zapata y el otro Benito Juárez. Del segundo tenía muy malas referencias, mi padre era un hombre muy católico y mantenía un respeto mas sentimental que intelectual por el sinarquismo y por Maximiliano, ya que su abuelo, según contaba la mitología familiar había sido asesinado por órdenes de Juárez ya que era partidario del segundo imperio. Además siendo Moreliano, nacido en los años veinte había estado en contacto con el sinarquismo y había vivido en carne propia la persecución religiosa, siendo una persona tan abierta a las ideas, siempre pensé que su antijuarísmo era más una lealtad sicológica con la Iglesia, con su abuelo y con su padre que una oposición real al pensamiento de la Reforma.

Del primero (Emiliano Zapata) también tenía malas referencias, mi bisabuelo (Ambrosio Figueroa) miembro de la clase media agraria y liberal, había combatido en la Revolución Maderista en Guerrero, pero estaba completamente enemistado con Zapata. Su hija, mi abuela, a quien todavía tuve la oportunidad de conocer y platicar con ella, me contaba que los zapatistas, cuando llegaban a un pueblo saqueaban las casas y mataban a los hombres y violaban a las mujeres. A ella y a sus amigas las escondían en la sierra para protegerlas de los ardores zapatistas, donde pasaban por muchos días hambre y miedo.

No obstante los malos antecedentes de Zapata, de las hagiografías de Zapata leí el libro como parte de la asignatura, no obstante mi mala actitud, para mi sorpresa más allá de la persona de Zapata, había una historia de lo que algunos llaman el México profundo que materializaba ciertas intuiciones que tenía sobre el carácter de por lo menos cierta parte de nuestra nacionalidad. El libro empezaba diciendo algo como “Esta es la historia de un grupos de personas que no querían cambiar y que por ello hicieron una revolución”, la primera frase me atrapó y diría nuevamente que no leí el libro sino que me lo bebí, la hipótesis de Womack era impresionante, al menos como yo la entendí. 

Ese grupo de campesinos, desconfiaban de la modernidad liberal, no eran enemigos de Porfirio Díaz porque fuera un dictador, sino porque había protegido a quienes les quitaban las tierras desde la ley de desamortización de bienes del clero “y manos muertas” que también afectó a las comunidades indígenas, porque sus tradiciones comunales se oponían al proyecto liberal de la Reforma de convertir la tierra en un comodity como un bien sujeto al comercio, en lugar de una entidad mitológica la madre tierra como la concebían los campesinos de esos lugares. 

Desde el punto de vista de la modernidad, tanto capitalista como marxista, la postura de Zapata era una especie de regreso al pasado virreinal donde la propiedad comunal mantenía unidas a las comunidades campesinas y mantenía su antigua forma de vida y tradiciones. Leyendo el libro de Womack imaginaba a los Zapatistas, en realidad, como antijuaristas y anti liberales (aunque lo hacía en silencio para evitar que me lincharan por herético), porque luchaban por la tierra (que era un entidad mitológica) para conservar sus tradiciones y forma de vida. Nada les parecía más perverso que convertir a la tierra en un bien sujeto al comercio, nadie vende a su madre, mucho menos que el Estado, en sustitución del Hacendado, los privara de su tierra.

Para agregarle a la intensidad de aquel año, un domingo en la noche, viendo algún noticiero, informaron de la muerte de Manuel Clouthier en un accidente automovilístico, la noticia fue muy breve y no se dijo más, me quedé muy inquieto. Al otro día en la universidad, la muerte de Clouthier era el tema de conversación, corrían todo tipo de rumores sobre su muerte, la idea del atentado era la más fuerte. Lamenté mucho la muerte de Clouthier, como mucha gente, si bien yo no apoyé su campaña electoral porque pensaba que el FDN podía derrotar al PRI mucho más que el PAN y esa era mi principal obsesión política, Clouthier había sido mucho más consecuente en su lucha pos electoral. Había confrontado a De la Madrid y le había reclamado de frente el fraude, además de eso se había declarado en huelga de hambre para protestar porque se aplazaba la negociación sobre una nueva y democrática reforma electoral (a pesar de que era diabético y no tenía la salud de hierro de Don Luís Álvarez) y posteriormente había convencido al PAN de formar un Gabinete Alternativo que espejeara la actuación del gobierno y propusiera nuevas políticas. Intuía que “El Maquío” todavía tenía mucho que hacer por la transición democrática, sin embargo su extraña y absurda muerte lo detuvo. Admiraba a Clouthier y en cierta forma me reprochaba no haberlo apoyado en su campaña, del primer Clouthier que conocí con su discurso empresarial que me había parecido un poco hipócrita, después de las elecciones tuve la percepción de que había cambiado, sus móviles habían dejado de ser estrictamente empresariales llenos de rencor por las expropiaciones y la nacionalización de la banca y se había transformado en un demócrata, convencido de la necesidad de derrotar al PRI. No tengo manera de saber si esta percepción era correcta, pero era lo que yo percibía y con eso me quedaba ¿quién sustituiría a Clouthier en el liderazgo del PAN? No tardaría mucho en saberlo.

El Gabinete Alternativo
En los meses siguientes a su muerte, Ernesto Ruffo tomó posesión como gobernador de Baja California que de alguna manera reivindicó la lucha del “Maquío” y se aprobó una reforma electoral extremadamente gradualista que Clouthier tal vez hubiera rechazado, pero que inició el camino certero de la alternancia. Su lucha no habría de ser vana.

Paralelamente, los acontecimientos en Europa del Este se aceleraban, en Polonia, en Hungría, en Alemania del Este y en la propia URSS, se derrumbaba el comunismo ante los ojos atónitos de una parte de la izquierda mexicana que parecía quedarse huerfana. Para mí el comunismo no era más que una dictadura absolutista y no podía sentirme más feliz, de que esos regímenes cayeran para siempre, aunque me irritaba mucho que a muchos de mis amigos de la izquierda les pareciera trágica la caída del comunismo. Los acontecimientos se sucedían con rapidez hasta que el 9 de noviembre en la mañana, dieron la noticia en el radio de que habían abierto las fronteras de Alemania del Este y el Muro de Berlín en adelante, no serviría más que para pintar graffiti. Me paré de la cama y prendí la televisión, llegaban imágenes de la gente festejando arriba del Muro y de miles de Alemanes Orientales cruzando hacia Berlín Occidental. La alegría parecía inmensa, la gente se juntaba para aplaudirle a los que cruzaban la frontera. Aunque el comunismo en Europa del Este, tardaría todavía unos años en ser liquidado completamente, la apertura del Muro y su posterior caída, simbólicamente representaba el fin de esa pesadilla absolutista.

Huyendo de Alemania del Este
Yo estaba eufórico, no sólo porque me alegraba de que miles de personas tuvieran acceso a la libertad que se les había negado por muchos años, sino también porque era el principio del fin de la Guerra Fría. Desde que era niño había escuchado del peligro de la guerra nuclear, de las miles de bombas atómicas que había y de cómo podían destruir un número indeterminado de veces la Tierra. 

Durante los ochenta había visto por la televisión, el despliegue de misiles bálísticos de mediano y largo alcance que se desplegaban por Europa ante las protestas de los pacifistas. Luego había seguido la estratégia del Presidente  Reagan, la llamada "Guerra de la Galaxias" cuyo objeto era lanzar satélites al espacio capaces de destruir misiles balísticos desde el espacio intensificando la carrera armamentista (que la URRS no podría pagar) y llevándola a extremos más peligrosos. También había visto con esperanza y luego frustración las grandes cumbres entre Gorvachov y Reagan en Ginebra y en Reikiavich para distender la Guerra Fría y tenía muy presente la guerra en Nicaragua, el Salvador y Guatemala que eran en mas de un sentido producto de la Guerra Fría, en otros campos de batalla,  por si fuera poco había visto una película que se llamó “Al Día Siguiente” en donde se ilustraban los efectos de una guerra nuclear en una ciudad de Estados Unidos y como los líderes llegaban a la decisión de lanzar un ataque nuclear y ya en la paranoia, hasta un cantante argentino de rock peguntaba en una canción (nene nene que vas  a hacer cuando alguien apriete el botón). 

En este contexto, mi euforia ante la caída del Muro de Berlín, estaba plenamente justificada, en la tarde llegue a la universidad, yo pensé que la Rectoría suspendería clases y llamaría a los alumnos a la explanada para hacer una reflexión del asunto, me imaginé que los alumnos estaríamos festejando, tal vez habría una misa, sin embargo, cuando llegué todo parecía muy normal, cuando lo comentaba con mis compañeros y maestros no parecían sorprenderse demasiado del asunto, un Maestro llegó a decirme – eso está muy lejos de nuestra realidad. Sólo un amigo judío que estaba en la misma sintonía que yo festejó conmigo. En mi interior pensaba que éramos un país demasiado provinciano y que poco estábamos involucrados en el destino de la raza humana, esa era otra cosa que había que cambiar aunque el argumento de “nuestra idiosincrasia” no lo haría nada fácil.

Paralelamente, en 1989, América Latina también era escenario de cambios muy importantes. Por un lado, en Chile después de un plebiscito en el que se había rechazado la continuidad de la dictadura en 1988 (aunque para mi sorpresa el 44% de los chilenos apoyó la continuidad) se convocaron a elecciones y en diciembre de 1989 se eligió al primer presidente civil de Chile desde el golpe de estado en 1973. Además del gusto que me dio el triunfo de la democracia, me intrigó el hecho de que Patricio Aylwin (el nuevo presidente civil) hubiera sido postulado por una Concertación de partidos desde la democracia cristiana, hasta el socialismo y la unión de esos partidos hubiera conseguido la presidencia. En México, pensé, deberíamos hacer eso para derrotar al PRI. Aunque hubo momentos en que estuvimos cerca, nunca se consiguió. La derrota del PRI se daría en otras circunstancias.

El caso chileno, me sedujo, aunque el régimen autoritario del PRI era diferente a la dictadura chilena, pensaba que la Concertación, había logrado que los partidos se volvieran más tolerantes y tuvieran claro que el objetivo común era la democracia y la protección de las libertades, lo que los ha unido hasta ahora y los ha mantenido en el poder. Para mis adentros pensaba que a diferencia de México, la Concertación no tenía caudillos por encima del objetivo democrático, lo que permitió su alianza, en México esos caudillos y la falta de generosidad de los líderes de los partidos retrazarían la derrota del PRI hasta el año 2000.

Sin embargo, el optimismo por lo que pasaba en Chile, no era el farol que alumbraría al resto de América Latina, en Argentina elegirían a Carlos Menem, como una especie de nuevo caudillo que salvaría a la patria, con un populismo renovado, cosa que no sucedió y le causó mucho sufrimiento a los argentinos, En Brasil, también en su regreso a la democracia y a las elecciones directas para Presidente, elegirían a Fernando Collor de Melo (que luego sería juzgado por corrupción) que con puro “voluntarismo”  y populismo quiso resolver los problemas estructurales de Brasil y sólo logró ser destituido, juzgado y encarcelado. En Perú, el populismo de Alan García y su postura de reducir el pago de la deuda sin reformas internas, produciría una enorme inflación que en muchos sentidos destruiría su economía, en Nicaragua, la guerra y la inflación dejarían en ruinas a ese país por muchos años. En Panamá el caudillo Manuel Antonio Noriega se defendía de las acusaciones de narcotráfico que le hacía Estados Unidos con un discurso antiimperialista, hasta que el Presidente Bush decidió invadir Panamá  y detener al dictador para ser juzgado en Estados Unidos, instalando un gobierno pronorteamericano en Panamá. La caída del comunismo, en Europa del Este y las transiciones a la democracia en América Latina eran una buena noticia, sin embargo, su destino, especialmente en América Latina era bastante incierto. Tengo muy presentes las palabras de Alponte que repetía la idea de que América Latina debía “liberarse de sus liberadores” para madurar políticamente… para fundar la libertad.

En este contexto, una mañana de noviembre, llegando a la universidad, todavía en la euforia de la “Caída del Muro de Berlín” la rectoría suspendió las clases y nos convocaron a la explanada de la ibero. Metido como estaba en el tema de la caída de los muros, pensé que las autoridades de la ibero habían reflexionado que no podían dejar pasar desapercibido un momento histórico como ese y que el Rector reflexionaría sobre el asunto, la verdad era muy inusual que se suspendieran las clases. Sin embargo, bajando las escaleras supe que lo que en realidad pasaba es que unos sacerdotes jesuitas habían sido asesinados con mucho sadismo en la Universidad Centroamericana de San Salvador filial de la ibero.

En la explanada, el Rector habló, no recuerdo que dijo, pero el tono era de coraje y tristeza, después invitó a los que quisieran asistir a una Misa, donde dio más detalles del homicidio, habían sido cinco sacerdotes jesuitas incluido el Rector de esa universidad, además mataron a una salvadoreña que asistía a los sacerdotes en sus labores domésticas y a su hija de 16 años. Al parecer el gobierno percibía que los jesuitas apoyaban las causas de la guerrilla salvadoreña y al igual que al obispo de San Salvador Monseñor Romero, decidieron eliminarlos. Uno de los jesuitas – recuerdo que dijo el Rector en la Misa – le habían desecho el cráneo como una forma de demostrar que habían destruido sus ideas y pensamiento, el Rector estaba triste y muy indignado, pidiendo en el sermón de la misa que se hiciera justicia. Qué difícil en ese momento pensar en el perdón cristiano para los asesinos, pero al menos debía haber justicia. No la hubo, perdón, no lo creo.

Finalmente, para cerrar con broche de oro un año espectacularmente apasionante e intenso, el efecto dominó de la caída de los países comunistas, produjo en Checoslovaquia lo que luego se llamó la “Revolución de Terciopelo” que básicamente fue un movimiento popular, que literalmente “llevó en vilo” a un disidente, dramaturgo y rockero llamado Václav Havel y lo instaló en el Castillo de Praga como Presidente de la nueva República. El caso de Havel, para mi, era distinto porque Alponte había hablado mucho de él, antes de que fuera presidente. Nos había contado de su disidencia, de sus detenciones en las cárceles del régimen, de sus cartas a los líderes de su país suplicándoles que no destruyeran la esperanza de su pueblo, de su apoyo a los grupos de rock que no eran aceptados por el régimen y de la invitación  que le hizo Miterrand para que asistiera a los festejos del bicentenario de la Revolución Francesa. Ahí frente a los diplomáticos comentarios que escribían los líderes en el libro de visitantes distinguidos y ante la sorpresa de Miterrand, Havel había dibujado un corazón. Havel era el verdadero revolucionario; después de algunos años en la Presidencia de Checoslovaquia y luego de la independencia, de la República Checa, Havel sería en muchos sentidos el fundador de la libertad para su nación.


Metido como estaba en el estudio y en la euforia de todos los cambios que ocurrían en México y en el mundo, me había olvidado que no tenía dinero para pagar las colegiaturas de la universidad, ni las inscripciones para el siguiente semestre, tuve que bajar de las grandes ideas y de los grandes acontecimientos para concentrarme en pagar mis deudas escolares. Al final del primer curso, había logrado que la universidad me diera una prórroga para pagar y me permitiera inscribirme, sin embargo al final del segundo semestre no tenía dinero para pagar ninguno de los dos. Tenía la esperanza de conseguir una beca, bajo la premisa de que mi promedio era bastante bueno, sin embargo, la universidad me la había negado, nunca supe las causas pero intuía que no me creían que no tuviera dinero porque la casa donde vivía era muy grande (claro éramos 12 hermanos aunque para esa fechas casi la mitad se habían casado, pero todavía 7 vivíamos ahí) y porque uno de mis hermanos era un empresario bastante próspero, sin embargo ¿cómo explicar que el ingreso de promotora de libros de mi madre no era suficiente para cubrir las colegiaturas? Desde la muerte de mi padre, el tema de las colegiaturas siempre había sido un martirio para mi cada que había que pagarlas.

Ya un poco desesperado, fui a ver a mi hermano mayor, que en esos momentos había conseguido comprar el, entonces, Hotel de México y lo estaba convirtiendo en el World Trade Center, aguantándome mi orgullo (nunca me ha gustado depender de nadie) le pedí dinero para mi colegiatura e inscripción, lo que hizo con una gran generosidad y además me regaló dinero extra para mis gastos, sin embargo, saliendo de su oficina me prometí no volver a pedir dinero, debería conseguirlo yo mismo. No cumpliría mi promesa hasta un año y medio después, el siguiente semestre la volvería a pagar mi hermano, el siguiente otro de mis hermanos y el siguiente un noble y generoso amigo y ex socio del despacho mi padre, siempre con mucha generosidad, pero para mi cada vez que tenía que ir a pedir dinero, sufría en mi interior porque tenía vergüenza de no haber entrado a la UNAM que es gratis y de no poder conseguir el dinero yo mismo. De cualquier manera, ningún trabajo me pagaría lo suficiente para cubrir el costo de las colegiaturas, yo me justificaba enseñándoles mis buenas calificaciones.

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