Por Bernardo María León
En la noche del 2 y 3 de julio de 2000, estaba en las oficinas del CEN del PAN, festejando el triunfo de Fox, no podía creer que habíamos ganado las elecciones y que finalmente la era del PRI se había terminado. En medio del júbilo y de lo intoxicante de la victoria, pensaba en todo lo que tuvo que pasar para que estuviéramos ahí, la reforma electoral de principios de los sesentas que creó a los diputados de partido y que posibilitó la entrada de 20 diputados de oposición a la Cámara de Diputados, el movimiento estudiantil de 1968, los movimientos guerrilleros de los setentas, la reforma política que creó la figura de los diputados plurinominales. Los problemas electorales de los ochentas, que se debatieron entre triunfos de la oposición y fraudes electorales, como los de la coalición COCEI-PSUM en Juchitán, los del PAN y en menor medida del PDM en Chihuahua, Durango, Guanajuato, Piedras Negras, Nuevo León, Sonora, San Luís Potosí…etcétera y para coronar la década, el fraude electoral de 1988.
Como olvidar, el terremoto de 1985 y los movimientos urbano-populares que derivaron de los damnificados del sismo. El movimiento estudiantil encabezado por el CEU de 1986-87, la ruptura del PRI, encabezada por la Corriente Democrática, la fundación del PRD, la muerte de Fidel Velásquez, el retiro de Jacobo Zabludovsky y de Raúl Velasco (que manejaban el control y la propaganda del sistema), el levantamiento zapatísta en Chiapas, el asesinato de Colosio y las reformas políticas de la década de los noventa, que concluirían con la independencia de los órganos electorales y las recurrentes crisis económicas que permitieron, finalmente, generar la necesidad del cambio.
Con el tiempo se olvidan las cosas, pero en los ochentas y buena parte de los noventas, el PRI parecía invencible y sólido como granito, muchos se murieron sin ver el cambio.
Viendo la fiesta que había en el CEN del PAN, en verdad esperaba que el gran movimiento social que había tenido como objetivo fundamental derrumbar al autoritarismo del sistema priísta de Partido Hegemónico y que concluía con su derrota electoral se transformara en la fundación de un sistema político de libertades y de igualdad social. Sin saber en ese momento como quedaría conformado el Congreso, pensaba que ¡por fin! funcionarían, en la práctica los equilibrios y contrapesos de la división de poderes y del federalismo (cosa que sólo era una pantalla legitimadora para Don Porfirio y para el PRI por igual), lo que impediría la corrupción y las decisiones frívolas, autoritarias e irresponsables del pasado. ¡Estábamos en plena transición democrática! No me podía sentir más motivado y más optimista.
Sin embargo, toda la energía social acumulada que se descargó el 2 de julio del 2000, no ha tenido, después de casi 10 años, los resultados que se esperaban, el viejo corporativismo, revivió en forma de partidocracia y existe una sensación de que muchísimos problemas agobian al país y que las políticas públicas no los están resolviendo. No hay reforma del Estado y por tanto, los políticos no le rinden cuentas a la nación, lo que les da una enorme impunidad para corromperse, la educación está en manos de Elba Esther Gordillo con malísimos resultados, el sistema de seguridad social sigue sin asegurar una protección de calidad a los mexicanos, la llamada “guerra” contra el crimen organizado, no mejora la percepción de seguridad de los mexicanos, la competitividad del país cae, y un largo etcétera.
Ante esto muchos ciudadanos se han vuelto cínicos y “sacan” lo que pueden de la partidocracia, de las “chambas”, de la influencias y del clientelismo, otros se han encerrado en su mundo cotidiano y próximo, la sensación de un proyecto común, de una lucha común, de bien común esta en riesgo. Ante la constante frustración de los cambios y beneficios que no llegan, ante el hecho de que hemos pasado de ir a la vanguardia en el mundo de países en desarrollo, vemos con impotencia como nos rebasó España y los países de Europa del Este y ahora Brasil, China, Sudáfrica, la India nos empiezan a ver hacía atrás, surge en el ciudadano una dañina sensación de tedio, de abulia respecto de los asuntos públicos que permite que los políticos cuenten con la decepción de muchos ciudadanos para seguir aprovechándose del poder. La idea de que gane quien gane, todo más o menos, va seguir igual, lastima las expectativas de los jóvenes y de los adultos, los vuelve más cínicos y compromete el futuro del país, porque la parte más gruesa de la pirámide poblacional apenas tiene 15 años.
No obstante esto, ahora pienso que podemos sacar fuerzas de la memoria de como empezó todo, como la sociedad pudo derrotar al PRI, como muchos ciudadanos pudieron, con un gran idealismo, participar políticamente, luchar por sus derechos cívicos, por la educación pública, por el derecho a unas elecciones limpias, por la transparencia, por un proceso penal más justo, por la vivienda, por la democracia, por el servicio civil de carrera, cuando el MURO del sistema priísta parecía imbatible.
Aunque cada vez que sale un informe sobre la caída de la competitividad del país, sobre la el estado lamentable de la educación (o sobre el despilfarro de Elba Esther), sobre la inseguridad, sobre la corrupción, etc., de pronto, lo más fácil es caer en el cómodo pesimismo, pero las imágenes de los jóvenes del 68, de la sociedad defendiendo el triunfo de Barrio en 1986 en Chihuahua, de los ciudadanos ayudando en el terremoto del 85, de la sociedad indignada ante la inseguridad en 2004 y 2008 y en general, de todos los que trabajan y siguen soñando, con idealismo, que lo mejor de México todavía está por venir me hace pensar que llegó el momento de retomar el impulso y de volver a proponer, de perderle el respeto (y el miedo) a Elba Esther Gordillo y rescatar a la educación pública, de revitalizar la seguridad social y enfocarnos en su cobertura y en su calidad, de construir un sistema de seguridad pública y justicia penal, que trascienda lo primitivo de la violencia en la era de la inteligencia y la tecnología, de crear mecanismos eficientes y efectivos de rendición de cuentas, de abrir las puertas (sin miedo a Slim ni al resto de los monopolios) a la competencia, a la innovación y a la creatividad, de insertarnos en las grandes decisiones del mundo y hacer nuestra aportación.
Me niego a pensar que es una fatalidad que el PRI comandado por Salinas de Gortari y representado por Peña Nieto o por Manlio Favio Beltrones (ecos de un pasado impresentable), regresen al poder y nuevamente lo expropien para su beneficio, como para demostrarnos (a los ciudadanos, no al PAN) que la democracia sólo era un capricho de las clases medias y que ahora, frente al desastre, van a regresar al poder los que realmente saben para mantener en orden al país.
Ellos cuentan con nuestra desilusión, con nuestro cinismo, con los errores cometidos por la negligencia de los gobiernos de la transición para regresar al poder. Contestemos con las reformas para evitar retroceder al pasado.
Por lo pronto, reelección de legisladores y alcaldes, fortalecimiento del Servicio Profesional de Carrera en todos los niveles de gobierno y la independencia de los poderes judiciales y del ministerio público en todo el país, ese sería un buen principio para retomar el impulso.
Sigo pensando que lo mejor está por venir.