jueves, 29 de mayo de 2014

Memorias de Los Pinos III: Antecedentes

Descubrir la Corrupción

En una familia de 12 hermanos, yo era el número 11, ser de los más chicos en una familia así tiene sus ventajas y sus bemoles, básicamente, la mayor parte de la historia familiar pasó en mi ausencia – todavía no nacía – y llegas tarde a muchos de los acontecimientos. Cuando apenas tenía uso de razón mis hermanos mayores se estaban casando y estaban perfilando sus vidas, mi padre, víctima de una enfermedad terminal estaba muriendo y mi cabeza estaba llena de dudas y preguntas.

Mi hermano mayor, se había casado, tenía un pequeño hijo y después de unos años de trabajar en el gobierno se disponía a empezar un negocio, se le había ocurrido construir un club deportivo y social, para darle ese servicio a la gente de la colonia. Para ello, había comprado un terreno muy grande, había hecho unos planos, para construir una casa club, unas canchas de tenis y una alberca, etcétera. Sin embargo, cuando solicitó los permisos para construir en la Delegación Magdalena Contreras, se los negaron. Mi hermano, preocupado por la situación y su futuro económico, fue a ver a mi padre, para pedirle consejo, le comentó que había ido a ver al Delegado para conseguir los permisos y éste le había dicho que estudiaría el asunto y que seguramente, se resolvería. Al final habían platicado de caballos (de lo cual pienso que mi hermano sabía muy poco) y el Delegado le había dicho que le gustaban mucho los caballos y las sillas de montar. Cuando mi padre oyó lo que le decía mi hermano, le explicó que sutilmente el Delegado le estaba pidiendo una silla de montar, como “mordida” para concederle los permisos (a la luz de lo que pasa ahora parece un inocente cohecho), efectivamente, le dieron su silla de montar al funcionario y salieron los permisos de construcción.

Nuevamente, el asunto me provocó un corto circuito en la cabeza, por un lado había percibido brevemente, el poder del Presidente y la política, por otro me había percatado de la pobreza y la miseria de dos personas en la calle y luego me sorprendía muchísimo que para obtener un permiso de construcción un funcionario público, pidiera una silla de montar. Era demasiado para mi joven cabeza y unos días después comencé a sufrir de migraña, sin embargo en la intensidad de los dolores de cabeza (y creo que no muy conciente de lo que pensaba), se me ocurrió que podría dedicarme a la política, pero a diferencia de lo que había visto sería honesto y en vez de usar ese poder para enriquecerme, sería austero como San Francisco de Asís y utilizaría todo el poder del Presidente (no sabía muy bien que hacían los demás políticos, además de otorgar permisos de construcción a cambio de sillas de montar) para remediar la injusticia en que vivían los pobres.

Durante los años siguientes, aunque no podía participar en política por mi edad, me volví adicto a leer el periódico y algunas revistas políticas. Al mismo tiempo escuchaba las pláticas de mi hermano – cuya empresa se había convertido en un verdadero emporio – que constantemente nos contaba como para hacer cualquier negocio, tenía que dar “mordidas” cada vez más grandes y más sofisticadas a políticos priístas, que parecían muy educados y serios, algunos incluso lo invitaban a misa. Recuerdo de un político bastante importante y conocido que le pidió como “mordida” algunos departamentos de un edificio que estaba haciendo, después una “iguala” mensual. Finalmente, cuando las empresas quebraron, debido a la devaluación decretada por López Portillo en1982 y las deudas en dólares se multiplicaron, el funcionario, con un aire condescendiente le pidió que le dejara el coche que llevaba, sin opciones le dejó el automóvil y se regresó a su casa en camión.

Otro político, también muy conocido y muy “decente” lo citó un día para pedirle que cerrara un negocio muy exitoso que estaba haciendo, básicamente porque había un monopolio que proteger en ese sector desde hace muchos años, mi hermano sin salir de su asombro, se rehusó a cerrarlo pero pagó las consecuencias, fue víctima de toda clase de presiones, el gobierno suspendió el negocio, con las típicas acusaciones falsas, e incluso lo detuvieron en la PGR. Gracias a las gestiones de mi padre, pudo salir bien librado del asunto, pero el negocio fue herido de muerte.

Por su parte, aunque mi padre era un abogado especializado en cuestiones fiscales, defendía gratuitamente a trabajadores del sindicato del seguro social y a personas, normalmente muy pobres cuyos hijos estaban injustamente en la cárcel o eran víctimas de despojos o de abusos de autoridad. Me pasé mi niñez escuchando estas historias, no comprendía como políticos que parecían tan cultos y tan decentes, fueran en realidad unos positivos criminales y tampoco comprendía para que servían los jueces y abogados, si al final siempre ganaba el que tenía más influencias en el gobierno o el que daba la “mordida” más grande. A pesar de mi edad, me sentía indignado y a al vez me daba miedo la prepotencia de los políticos, me sentía indefenso en medio de todos los políticos que eran mis vecinos.

Para completar el cuadro, mi padre y sus amigos, comentaban con regularidad que las elecciones eran una farsa y que siempre ganaba el PRI. Sin embargo, lo acompañé a votar dos veces, la primer en las elecciones de 1976, que votó por Cantinflas y la segunda en 1979 que votó por el Partido Demócrata Mexicano, que era de los antiguos Sinarquistas, una especie de nacional-catolicismo de origen popular que había sido muy fuerte en los años cuarenta, particularmente en Michoacán de donde mi familia era originaria.

Además de querer ser presidente para hacer justicia entre los mexicanos, me convertí en opositor acérrimo del PRI, me di cuenta de que todos esos políticos criminales que pedían “mordida” para poder hacer cualquier negocio, que tenían en la pobreza a mucha gente, que sus hijos “juniors” cometían toda clase de tropelías impunemente, que habían hecho quebrar las empresas de mi hermano y que se robaban las elecciones eran del PRI. Ahora no tenía dudas, la meta era derrocar a ese partido (en esa época estaba muy lejos de entender conceptos como partido hegemónico o “dictadura perfecta”) y así llegaría otro partido que sería honesto y haría justicia.

Pasaron algunos años, mi padre murió, las empresas de mi hermano quebraron y yo, como toda mi generación nacida en la segunda mitad de la década de los sesentas, nos tocó vivir desde la adolescencia las recurrentes crisis económicas. A la lista de agravios se sumó el hecho de que mi padre había dejado un seguro de vida que estaba guardado en dólares en el banco, López Portillo los convirtió en mexdólares, es decir, los pagó en pesos a un precio muy por debajo de la cotización en el mercado, por lo que mi madre con todavía unos 7 hijos que mantener, no tendría lo necesario para poder hacerlo.


López Portillo, también había nacionalizado la banca privada, en esa época no estaba tan seguro de qué significaba esa decisión, pero por ser priísta, por tener una increíble fama de ladrón (particularmente porque se había hecho público, que se había construido unas casotas en Cuajimalpa conocidas como la “colina del perro"), porque, por su culpa,  mi madre había perdido más de la mitad del dinero que mi padre había dejado en su seguro de vida y porque su devaluación había hecho quebrar las empresas de mi hermano mayor, me sentí completamente opuesto a esa decisión. Por otro lado, me llamó la atención que algunos medios que yo consideraba antigobiernistas (de mi equipo) y los partidos de la izquierda apoyaran la decisión de López Portillo. Desde entonces, la ideología estatísta de la izquierda siempre me provocó mucho rechazo.

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