Obtuve mi primer empleo de mi vida, en enero de
1987, ese año la inflación alcanzaría casi el 160% y mi salario serviría, casi
exclusivamente, para pagar mis pasajes desde San Jerónimo hasta Río Ganges,
cerca de Reforma, donde estaba mi trabajo y de regreso. Había llegado tarde a
los exámenes de admisión y sólo podría entrar a la universidad hasta el próximo
otoño por lo que conseguí un trabajo de asistente en una notaria, mi intención
era estudiar derecho, así que me serviría por partida doble, ganaría algo de
dinero y aprendería algo del oficio. Mi primera tarea en la notaría fue la de
ir a los bancos y depositar cheques en las inversiones del notario, me parecía un
poco aburrida la tarea porque había que hacer muchas colas y no era una muy
jurídica, pero yo sentía que así empezaba uno su carrera, desde abajo. Me
pagaban cada semana en efectivo un salario mínimo, que era muy poco pero pagaba
mis pasajes de metro y camiones y sin tener a nadie que mantener, no me
quejaba.
Después de unas semanas trabajando en la
notaria, me di cuenta de dos cosas que llamaron mi atención, la primera que las
inversiones bancarias del notario en las que yo le depositaba sus cheques le
daban rendimiento de 90% y hasta 100% de intereses, la segunda que,
prácticamente cada semana obtenía un aumento de sueldo, pero que no me
alcanzaba para más cosas, sino para menos (nunca me había alcanzado para gran
cosa) y mi madre, que trabajaba de promotora de libros en una editorial médica,
se quejaba del aumento casi cotidiano de los precios. Para ser el primer año
laboral de mi vida, la situación económica era muy mala, el desempleo y el
subempleo crecían aceleradamente y los precios de bienes y servicios se hacían
cada vez más inalcanzables para un mayor número de personas. Dentro de todo, yo
me sentía privilegiado, tenía un empleo y esperaba entrar a la universidad en
otoño. Sin embargo, la mayoría de mis contemporáneos, estarían subempleados o
desempleados y jamás tendrían estudios universitarios.
Mientras seguía participando en el PAN, (iba a
las juntas de mi comité y participaba en las convenciones, aunque en esa época,
cuando no había elecciones el PAN era un partido fantasma, porque no había funcionarios partidistas profesionales y todo mundo estaba en su trabajo),
comencé a frecuentar la casa de mi vecino, Arturo Márquez, que estudiaba
ciencias políticas en la UNAM. En ese momento, el Consejo Estudiantil
Universitario (CEU) se había opuesto a una serie de reformas que había propuesto
el Rector (entonces Jorge Carpizo) para aumentar la colegiatura, restringir el
pase automático de los estudiantes de los CCH´s y de las preparatorias de la
UNAM a la licenciatura y para establecer exámenes departamentales de tal manera
que se evaluara el nivel de enseñanza-aprendizaje de los alumnos.
El CEU después de movilizaciones y paros, obligó a la Rectoría y sus funcionarios a sostener un diálogo público, que fue transmitido por radio UNAM, así que Arturo invitaba a sus compañeros de la Facultad de Ciencias Políticas, para que en su casa escucharan y comentaran los debates. Estando en su casa escuché muchos de los debates y conocí a muchos de sus compañeros que participaban activamente en el movimiento estudiantil, además tuve la oportunidad de discutir con ellos, a veces muy acaloradamente, además de hacerme su amigo. Era interesante, por un lado, participaba en el PAN, donde había militantes bastante liberales, pero también personas con ideas fascistas (la poderosa burocracia panista todavía no aparecía) y por otro iba a casa de mi vecino y podía platicar con gran confianza con activistas del CEU y de la izquierda, involucrados en una lucha por la democracia, que con su diferencias convergía con la del PAN y la mía por derrocar al sistema priísta y hacer un sistema más justiciero.
En un principio, la lucha del CEU me parecía absurda, ¿porqué oponerse a que se hicieran exámenes departamentales? ¿No aseguraría eso que los maestros enseñaran las materias como estaba el plan de estudios? ¿no impediría eso que los maestros se la pasaran “grillando” toda la clase en lugar de enseñar su materia (como muchas veces tuve ocasión de presenciar)? No me parecía que eso afectara la libertad de cátedra, pero en una clase de microbiología o de matemáticas o de derecho penal, se debía tratar el tema en cuestión, no los problemas sindicales de la UNAM. Por otro lado, eso mejoraría la calidad de los maestros, porque los alumnos ejercerían más presión para saber y entender lo que les preguntarían en esos exámenes.
Por otro lado, el tema del pase automático para
los alumnos de CCH y las preparatorias oficiales, me parecía ridículo, no es lo
mismo hacer un examen para entrar en una preparatoria, que para entrar a la
carrera, ¿porqué oponerse a eliminar el pase automático? Además eso permitiría
que los que vinieran de preparatorias de la SEP compitieran en igualdad de
circunstancias con los de los CCH´s y las preparatorias. Finalmente, coincidía
con mis amigos del CEU que el tema de las cuotas era un error, me parecía que
la educación debía ser gratuita de cualquier manera (una flor del jardín del
gobierno), cobrar más afectaría a muchas personas y el gobierno siempre gastaba
(y gasta) muy mal los recursos fiscales, pasarle su ineficiencia y corrupción a
los alumnos de la UNAM no parecía, para nada, una buena idea.
Discutíamos acaloradamente y por horas sobre
los mismos temas, sin avanzar mucho, cada quien se sostenía en su postura, a
veces con buenos argumentos y a veces con sofismas y babosadas, a veces con
mucha racionalidad y de pronto de muy mal humor y con argumentos retóricos y
descalificativos. Después cuando fui a sus casas y conocí a sus familias y vi
como vivían, comencé a comprender. Algunos tenían más dinero que otros, pero ninguno
era muy rico, casi ninguno tenía coche y vivían en colonias populares o de
clase media, sus padres eran comerciantes en pequeño, burócratas de mediano
nivel, profesionistas, académicos o empleados sindicalizados de la propia UNAM.
Para ellos la Universidad Nacional no era solamente
una institución académica y cultural como quizás la veía Carpizo y los
funcionarios de rectoría o el propio gobierno (que al parecer, la veían sólo
como un gasto más que había que recortar), la UNAM era la única posibilidad, en
un país con poquísimas oportunidades para los jóvenes y especialmente para los
que venían (y vienen) de la clase media trabajadora, de ascenso social. Las
reformas de Carpizo no les parecían mal, a todos, muchos de ellos incluso
estaban a favor, pero ¿qué daría el gobierno a cambio?¿Más oportunidades?
¿Más empleo? O sólo era una forma de depurar la universidad y con ello la única
oportunidad de ascenso social que tenían? ¿Cómo confiar en ellos? ¿Cuánto
ganaba el Rector? ¿Cuánto ganaba un maestro, un investigador, un trabajador
sindicalizado? ¿El gobierno, la rectoría en que cedía? ¿Qué había a cambio para
ellos? El problema social que se discutía en la UNAM, la rectoría y el gobierno
lo redujeron a un problema de gerencia académica, nunca entendieron lo que
pasaba, es decir, que frente a la crisis económica, a la concentración del
ingreso que les quitaba en muchos sentidos el futuro, además querían quitarles
las pequeñas transferencias que recibían por ser parte de la comunidad
universitaria, la propuesta de Rectoría era un muy mal negocio. ¿Quién lo
aceptaría? Ese año, sólo ese año, la inflación llegó al 160%, la gente del
gobierno y de Rectoría no entendían, por su posición social, el problema social
que despertaron y la falta de perspectivas que el país les ofrecían a los
jóvenes de esa época ¿Qué querían? ¿Que los jóvenes les dijeran, - gracias por
quitarme oportunidades, les dejo la universidad y ya me voy sin nada a
cambio?... quizás no pasaron tantas horas como yo, discutiendo y conviviendo
con los militantes del CEU y los estudiantes de la UNAM, debieron haberlo hecho,
la mayoría no eran los monstruos que pintó el noticiero 24 Horas de Televisa.
Sin que ninguna de las partes cediera, un día
se rompió el diálogo e inició la huelga estudiantil, muchos de mis amigos
participaron en la toma del campus universitario y pasaron días y noches
vigilando que no entraran soldados o policías. Fracasaron, Gobernación y el
CISEN estaban por todas partes, pero al menos la huelga siguió hasta que el
Rector aceptó una especie de congreso universitario con capacidad de decisión y
se suspendieron las reformas que había propuesto, así concluyó la huelga y
muchos de los líderes del CEU trascendieron de la lucha universitaria a la
política partidista, en la izquierda cardenista.
Mientras todo esto sucedía, conseguí un nuevo
empleo en un bufete de abogados, me pagaban un poco más, estaba cerca de mi
casa y me gustaba más (nunca me llenó el derecho notarial) porque llevábamos
asuntos de inversiones extranjeras, transferencia de tecnología, registro de
patentes y marcas y tramitábamos unos instrumentos llamados “swaps” en los que
se canjeaba deuda externa por inversión productiva en México, además se litigaban diferentes asuntos de tipo civil
y mercantil, ese despacho era mucho mas chico que la notaria y yo era el único
pasante (pasahambres en realidad) lo que me daba mas juego en el despacho.
Pasaba todo el día en la calle, haciendo
trámites en diferentes oficinas, iba a las oficinas de la Secretaria de
Comercio encargadas de las inversiones extranjeras y de transferencia de
tecnología, a Hacienda para ver asuntos de aduanas y de inversiones extranjeras
y a los tribunales para copiar acuerdos, presentar escritos para hacer
promociones o hablar con algún actuario o participar en algunas audiencia.
Haciendo esto me di cuenta de lo precario de nuestro sistema jurídico y de cómo
la corrupción era algo normal en el gobierno, especialmente en los tribunales.
En esa época, los juzgados del DF, estaban en oficinas provisionales, porque su
cede permanente en Pino Suárez se había caido en el terremoto del 85 y estaban
dispersos en unas oficinas en la colonia Polanco, otras en Sullivan en la
colonia Cuauhtémoc, otros en la colonia Roma, etc. Era tan precario el asunto
que en realidad no había oficinas y los espacios del Juez, el secretario de
acuerdos y los funcionarios del juzgado estaban separados por mecates de ixtle.
En este contexto, cuando uno llegaba al archivo a pedir un expediente para
copiar un acuerdo o cualquier otra cosa, se ponía uno un billete de 20 o 50
pesos de esa época entre los dedos y le
gritaba al funcionario el número de expediente que quería, el empleado del
archivo, tomaba el billete, confirmaba el número de expediente y momentos
después lo entregaba. La escena era surrealista, parecía una subasta en donde
los pasantes levantaban sus billetes entre los dedos solicitando sus
expedientes.
La primera vez que me mandaron por un expediente, me indigné, por supuesto que no ofrecí dinero y... por supuesto que no me dieron mi expediente, por más que gritaba y exigía mi derecho a una justicia gratuita – como dice la Constitución – ni siquiera me atendieron, entonces un pasante con más experiencia que yo, sea apiadó de mi y me preguntó el número de expediente que necesitaba, se lo pidió al funcionario y me lo dio, después me dijo que le pidiera a mi jefe una cuota para solicitar los expedientes o nunca conseguiría que me los entregaran. Cuando fui por segunda vez, di por primera vez en mi vida dinero a un funcionario en un juzgado de “justicia” civil en la Ciudad de México, nunca había vivido la experiencia de darle dinero a un empleado de gobierno para conseguir algo, me sentía muy avergonzado, pero ¿qué podía hacer? Me indignaba mucho que le pidieran dinero a los pasantes junto a los letreros que rezaban “la justicia es gratuita”. Las promesas de “Renovación Moral” y “Simplificación Administrativa” que el Presidente de la Madrid había prometido durante su campaña, no habían pasado de – en el mejor de los casos – un deseo retórico. Entre los pasantes se hacía la broma de que los funcionarios nos daban a escoger entre la torpeza de la “Renovación Moral” o la máquina bien aceitada – por la corrupción – de la “simplificación administrativa”. En efecto, sin dinero no salía ningún trámite por sencillo que fuera, con dinero era una máquina perfectamente aceitada.
Así transcurrieron, muchos meses, participaba
en el PAN, discutía acaloradamente con mis amigos del CEU y les daba dinero a
los funcionarios del los juzgados y de las oficinas públicas para copiar
los acuerdos o para que tramitaran con celeridad los asuntos del despacho donde
trabajaba (después de esa experiencia juré nunca volver a dar una “mordida” en
mi vida y nunca lo he vuelto a hacer). Además, tenía una novia, que me distrajo
un poco de mis ideales de justicia y democracia.
1987, fue un año políticamente muy activo, en
el PRI Cuauhtemoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Rodolfo Gonzáles Guevara e
Ifigenia Martínez, entre otros, trabajaban activamente en la Corriente
Democrática del PRI (fundada el 13 de agosto de 1986), para influir en la
sucesión presidencial y en el rumbo de la política económica del régimen. Para
1987, el asunto había ido fortaleciéndose y las posiciones encontradas de los
llamados “tecnócratas” o “neoliberales” que ahora controlaban al PRI y las de
los miembros de la Corriente Democrática se volvieron irreconciliables. En
marzo, después de la Asamblea Nacional del PRI, los líderes de la Corriente
Democrática fueron renunciando al PRI, hasta que la mayoría quedó fuera. Por
otro lado, Rodolfo Gonzáles Guevara y algunos jóvenes del Frente Juvenil
Revolucionario como Alejandro Rojas Díaz-Durán y Ramiro de la Rosa, se quedaron
en el PRI para luchar por cambios desde adentro, aunque la dirigencia los tenía
marginados.
En esos días, se organizó, en el auditorio del ITAM,
un debate entre los dirigentes juveniles de los partidos políticos. En ese
debate participaron (si no me falla la memoria), por el PAN Felipe Calderón,
por el PRI Alejandro Rojas Díaz-Duran y Ramiro de la Rosa y por el, entonces,
Partido Social Demócrata Pascal Beltrán del Río, no recuerdo si había
representantes de otros partidos, pero si los hubo no llamaron mi atención. Fue
un debate muy interesante, aunque los jóvenes reprodujeron los mismo discursos
y retórica de los adultos, el ganador sin duda, fue Felipe Calderón, que era
muy contundente en sus acusaciones al PRI, aunque Alejandro Rojas, fue un
difícil contendiente porque argumentaba que el PRI podía cambiar, el más
moderado e inteligente fue Pascal Beltrán que intentaba, sin mucho éxito,
mediar entre Calderón y Rojas.
Después del debate, me acerqué con Pascal
Beltrán del Río y comenzamos a platicar de lo rudo del debate, luego llegó Felipe
Calderón, yo le comenté que era panista y que quería participar con más
intensidad en el PAN, porque el trabajo en mi comité distrital era muy
aburrido, sin embargo, no me escuchó y sólo me dijo – nos la pasamos
golpeándonos allá arriba, Pascal asintió. Yo comenté que eso era normal en los
debates entre partidos pero debíamos cambiar el discurso de los jóvenes,
después llegó Ramiro de la Rosa, platicamos brevemente y nos retiramos, meses
después nos volveríamos a ver con casi todos ellos para organizar unas brigadas
de defensa del voto.
Unos días después, Jesús González Schmall que
era diputado federal, líder del grupo parlamentario del PAN y miembro del mi
comité distrital, nos anunció que buscaría la candidatura presidencial del PAN
en la convención de noviembre, inmediatamente, comenté mi interés en participar
en su campaña a lo cual accedió, sin embargo, más allá de alguna comida con
militantes y de “grillarme” a todos los panistas que conocía, no recuerdo haber
participado en ningún evento de apoyo o en un comité de campaña. En contraste, Manuel
Clouthier, que había sido candidato a gobernador de Sinaloa, era muy activo,
mucha gente dentro del PAN lo apoyaba y lo veían con mucha esperanza, para
disputarle la Presidencia al PRI.
Partidario como era de González Schmall y descorazonado porque Barrio (que era mi candidato), nunca se presentó a la contienda, me resistí al carisma de Clouthier y no me gustaba su candidatura. Quizás después de haber vivído el verano de Chihuahua 86, lo lógico fuera apoyar a Clouthier, pero a mí no me convencía y pensaba que sólo estaba en el PAN porque estaba enojado por la nacionalización de la banca y para defender los intereses empresariales, pero que no estaba luchando realmente por la democracia ni por la justicia, me parecía una persona privilegiada por el PRI que estaba resentida. Con el paso del tiempo se ven diferentes las cosas, pero en ese momento a mí no me convencía y yo quería que el candidato fuera González Schmall (quizás sólo porque lo conocía) pero muchos pensaban como yo, aunque ahora lo nieguen.
Me registré como delegado a la Convención,
donde competían González Schmall contra el ya muy popular “Maquío” Clouthier.
Desde la llegada al gimnasio “Juan de la Barrera” del DF, donde se llevó a cabo
la Convención, se veía la fuerza de Clouthier, muchos delegados habían llegado
de todo el país en camiones con mantas donde se leía “somos bárbaros del norte”
y leyendas a favor del “Maquío”, evidentemente era muchos más que los que
apoyábamos a González Schmall que prácticamente nos reducíamos a la delegación
del DF. En mi interior, unido emocionalmente con los “bárbaros del norte” me
contrariaba no estar en su bando, sin embargo, no apoyaría a un candidato que
no me convencía. Años después González Schmall, se saldría del PAN, pero en ese
momento, yo lo sentía más convincente, más serio y más preocupado por la
justicia y la democracia. Me daba la impresión de que aún cuando el “Maquío”
tuviera más oportunidad de darle mayor batalla al PRI (uno de los ejes de mi
preocupación política) tenía una visión demasiado restringida de la democracia,
como un sistema electoral, pero no encontraba la justicia en su discurso, ¿qué
pensaría de los jóvenes del CEU? Seguramente yo estaba equivocado con respecto
a Clouthier, pero así lo veía en ese momento.
Después de aprobar la plataforma política
1988-1994, se procedió a explicar las reglas de la elección, a los discursos de
los candidatos y de quienes los presentaban y a la propia elección. Clouthier
ganó en la primera ronda en medio del desbordado entusiasmo de la Convención,
después, se organizó una marcha desde el gimnasio “Juan de la Barrera” hasta la
sede del CEN del PAN en la Colonia del Valle, fue la primera demostración de
fuerza y disciplina, tipo Chihuahua que vivía la Ciudad de México. También me
pareció que en ese momento muchos líderes históricos del PAN sintieron que el
sector empresarial, poco doctrinario y bastante pragmático, les arrebataba el
partido. Lo recuperarían unos años después.
Después de la Convención, recuerdo haber visto
llorar al diputado suplente de González Schmall, me acerqué a saludarlo y darle
un abrazo solidario, yo había pensado decirle, en la democracia se gana y se
pierde, pero para mi sorpresa, no lloraba porque nuestro candidato hubiera
perdido la elección, sino porque él no podría tomar el lugar y el sueldo de
González Schmall en la Cámara de Diputados.
Después de la Convención, decidí presentarme
como precandidato a diputado federal por mi distrito. Sin haber terminado mis
estudios (de hecho apenas empezaba), pero basado en mi entusiasmo, en mis
lecturas y reflexiones y en la experiencia adquirida en mis andanzas políticas
por el país, me sentí listo para postularme por mi distrito. En ese momento no
tenía contrincantes y me sentía seguro de ganar la elección interna, donde
participaban, apenas unas treinta o cuarenta personas. Empezando 1988, me puse
a trabajar en el asunto con el apoyo del Presidente de mi comité, sin embargo, en
ese momento, me enamoré profundamente de una novia que tenía y descuidé mi
campaña interna. Cuando retomé el camino, había perdido el apoyo del Presidente
del Comité y se había postulado como precandidato el licenciado Diego Zavala,
(quien luego sería el primer suegro de la nación) quien además de ser un
excelente abogado, tenía el apoyo de la militancia, así que, sin tener
oportunidad de ganar la convención interna, renuncié a mi postulación y la
pospuse para otra elección, pasarían 18 años para que me postulara para
diputado nuevamente.
En 1988, la situación del país había mejorado
muy poco, además de los asuntos políticos del año anterior, de la brutal
inflación que asfixiaba a la clase media, en octubre de 1987, había caido la
bolsa de valores y en noviembre se había devaluado la moneda en casi el 100%.
En la caída de la bolsa, mucha gente había perdido los ahorros de toda su vida,
en un solo día. Para variar, hubo mucha corrupción, mucha gente había invertido
en instrumentos de tasa fija y poco riesgo y las casas de bolsa los habían
invertido en instrumentos de mayor riesgo, perdiendo sus ahorros. Muy pocas
personas recuperaron su dinero y muchos funcionarios públicos y de casas de
bolsa quedaron impunes, el gobierno sólo pudo decir que había sido un fenómeno
de “avaricia colectiva”. Ante la crisis, el Presidente de la Madrid firmó con
los sectores económicos un Pacto de Solidaridad Económica, buscando controlar
la inflación al limitar las demandas salariales y los precios en un pacto entre
el sector empresarial, las centrales sindicales y el gobierno. Todo el país
estaba lleno de agravios, pero los que más habían visto destruidas sus
ilusiones y expectativas era la clase media, que casi en masa castigaría al
gobierno en las elecciones votando por el PAN o por el Cardenismo.
En mi caso, producto de la crisis, me fue
imposible seguir estudiando, tuve que dejar la universidad porque era imposible
vivir con lo que ganaba, ya habría mejores tiempos. En mi interior, estaba,
como muchos mexicanos, lleno de agravios contra el gobierno, la corrupción, el
fraude electoral, la crisis económica y el cinismo de los funcionarios y sus cómplices,
monopólicos en la iniciativa privada eran increíbles, jamás la clase media
estuvo tan desprotegida, sin embargo, la deuda externa se pagaba puntualmente
sin ofender a los usureros banqueros que se negaban a renegociar. Es
extremadamente difícil probar que eso tuvo un efecto positivo para México, la
política económica de De la Madrid, mató las expectativas de una generación
completa de mexicanos. A finales de sexenio, seguirle echando la culpa a los
gobiernos de Echeverría y López Portillo era otro pretexto más y evidenciaba un
severo cinismo.
Mientras las campañas se llevaban a cabo, no
tenía mucho que hacer en mi distrito, excepto, repartir propaganda e ir a uno
que otro recorrido de algún candidato que nos invitara, era francamente
aburrido y yo sentía que estaba desperdiciando mi tiempo y quizás, el potencial
de hacer más cosas. La campaña de Clouthier estaba creciendo pese a la cerrazón
y manipulación de los medios de comunicación, pero la campaña de Cuauhtemoc
Cárdenas, después de la formación del Frente Democrático Nacional en Xalapa,
estaba creciendo aún más y cada día recibía más adhesiones, especialmente de
los miembros del CEU. Estaba leyendo el periódico La Jornada, que era una
lectura casi obligatoria en esos días, cuando llegó mi vecino Arturo Márquez
con Antonio Tenorio, que era otro de los amigos de la UNAM cercano al PRI y a
la Corriente Democrática (su padre había sido diputado del PRI), venían a
proponerme que fuéramos a reunión con jóvenes para ver como podíamos participar
más activamente en el proceso electoral.
Acepté sin demora, a la mejor esa era la
respuesta a mis plegarias. Llegamos a la reunión y había otros jóvenes de un
grupo de izquierda, cuyas siglas no recuerdo, después de mucho platicar y discutir,
acordamos organizar un grupo de jóvenes, cuyo objetivo fundamental sería luchar
por que las elecciones fueran libres y organizar unas brigadas de jóvenes para
defender el voto. Se propuso llevar a cabo un Foro en el auditorio “José Martí“,
que está junto a la Alameda en la Ciudad de México, donde los jóvenes pudieran leer
sus ponencias y fuera un foro abierto para defender la necesidad de la
democracia y del respeto al sufragio.
El foro fue un gran éxito, por más de 6 horas,
muchos jóvenes de todas las corrientes y tendencias, discutimos y expusimos
nuestras reflexiones sobre la democracia y exigimos el respeto al sufragio. La
asistencia fue bastante buena y algunos periódicos, especialmente, La Jornada,
lo reseñaron al día siguiente. Entusiasmados por el éxito del Foro, se organizó
otra reunión en el departamento del padre de Antonio Tenorio, que era bastante
pequeño y muchos asistentes por lo que estábamos bastante amontonados, ahí
estaban muchos jóvenes, de todos los partidos, algunos incluso eran candidatos,
tanto de algunos de los partidos del FDN como del PAN. La idea era formar
brigadas juveniles por el sufragio efectivo, la idea era juntar personas,
automóviles y radios, para vigilar el proceso electoral en brigadas, con el
objeto de cuidar que no se hiciera fraude electoral, básicamente en la Ciudad
de México.
Así lo hicimos, organizamos el mayor número de
personas posibles, conseguimos automóviles y les pusimos un pañuelo blanco en
la antena del coche para distinguirnos, además establecimos una cadena
telefónica para informar de cualquier irregularidad y poder actuar como
defensores del voto o al menos como testigos del fraude, en conjunto. Aunque
habíamos gente del PAN, la mayoría de los participantes era jóvenes de
izquierda, que estaban apoyando a Cuauhtémoc Cárdenas y al FDN. Me sentía un
poco raro entre ellos, porque por un lado era muy buenos amigos míos y
compartíamos la lucha por la democracia y la justicia y por otro lado, yo
estaba en el PAN y aunque me invitaban a muchos de sus eventos, siempre cargaba
(con ellos mi estigma de panista). Para mí era una situación un poco extraña,
había estado en Chihuahua 86 y había sentido la fuerza de una sociedad unida
luchando por sus derechos y aunque parezca cursi, en verdad había un
sentimiento de solidaridad y entrega entre la gente sin preguntarse quienes era
o de donde venían. También había visto de cerca, el movimiento estudiantil del
CEU y aunque por otras razones (que al final eran las mismas) también se
oponían al autoritarismo del PRI y se rebelaban contra un sistema que no nos
ofrecía ningún futuro, excepto el desempleo, el subempleo o empleos muy mal
pagados. En la campaña del PAN de 1988, yo no me sentía a gusto, en mi
distrito, no había discusión y los niveles jerárquicos y la disciplina
partidaria ahogaban (al menos así yo lo sentía) mi iniciativa y mi necesidad de
discutir y entender la coyuntura que se vivía.
Por otro lado, con mis amigos del Foro, del CEU
de la UNAM, aunque apoyaban a Cárdenas, había un punto de convergencia que era
la lucha por la defensa del voto y yo sentía que tenía la libertad de proponer,
de discutir y de participar, de hacer política, mientras que mi comité
distrital, tenía una dinámica muy diferente, en la que yo me sentía un poco
asfixiado. Así que asistí cada vez menos a mi comité distrital y pasaba cada
vez más tiempo organizando brigadas de defensa del voto, asistiendo a foros y
discutiendo mucho y muy intenso con mis amigos de la izquierda...