LUCHAR POR DERROCAR AL PRI: PANISMO,
SINARQUISMO O SOCIALISMO
Mi padre, nunca fue político, ni aspiró nunca
al poder, toda su vida litigó como abogado en materia fiscal y de eso mantuvo a
una familia de 12 hijos. Pase toda mi niñez en la colonia San Jerónimo Lídice,
en el DF, mi vecino, el entonces Secretario de Gobernación, Luís Echeverría se
convertiría en Presidente de la República y muchos funcionarios se fueron a
vivir al antiguo pueblo zapatista de San Jerónimo Lídice, muy probablemente
para estar cerca del poder. Apenas a unas casas se mudó Fernando Gutiérrez
Barrios, del otro lado vivía Porfirio Muñoz Ledo, más abajo Sergio García
Ramírez, Enrique Álvarez del Castillo y otros más que no recuerdo, pero muchos
funcionarios vivían en esa zona y el ambiente del pueblo estaba, por decirlo
así, muy politizado. También estaba lleno de hijos de políticos que no tenían
pena de mostrar sus casas y coches importados (en una época en la que las
fronteras estaban cerradas) que circulaban por las estrechas calles del pueblo.
Los rumores que corrían sobre las tropelías de los “juniors” se comentaban en
la intimidad familiar y uno vivía con el miedo de que no se cruzara uno de
ellos en tu camino.
Siendo niño, no tenía ninguna conciencia de lo
que pasaba durante el sexenio del Presidente Echeverría, pero recuerdo haber
escuchado, las amargas quejas de mi padre y sus amigos, en las reuniones
familiares por la corrupción y la represión del gobierno. También recuerdo, que
el día de su último informe de gobierno, Echeverría había devaluado la moneda y
mi padre estaba sumamente indignado, por eso y por el hecho de que muchos de
sus amigos (algunos eran diputados y otros funcionarios) estaban aplaudiendo la
medida en la Cámara de Diputados. (altavoces en la comercial mexicana)
Unos días después del informe, apareció Echeverría
caminando por mi calle con una pequeña comitiva, cuando mi padre lo vio, lo
bajo a saludar muy amablemente y lo invitó a pasar a la casa. Sorprendentemente
el Presidente aceptó y con toda su comitiva entraron a mi casa. En mi fuero
interno (de un niño de 10 años) no entendía porqué si apenas hace unos días
había sido ese señor y su comitiva objeto de una crítica muy agria por parte de
mi padre, ahora los trataba con tanta deferencia. Sin embargo, el momento se me
hizo bastante entretenido – ¡no todos los días iba el Presidente de la República a tu casa!
La visita fue interesante, pero la anécdota
vino de mi sobrino Guillermo, que estrenaba una cámara de fotos y le gritaba
con desenfado al Presidente – ¡Echeverría, Echeverría! y cuando volteaba el
Presidente disparaba su cámara. De pronto el Presidente le dijo – préstame tu
cámara y ahora yo te tomo una foto, sin embargo mi sobrino se negó y argumento
– ¡no porque me la robas! Echeverría se rió y comentó – ¡qué fama tengo! No
recuerdo que pasó después pero creo que todos se rieron del asunto sin mucho
entusiasmo.
Mi primer encuentro con un Presidente de la
República, fue interesante y dos cosas se me quedaron muy grabadas, por un lado
la sensación del poder tan enorme que tenía un Presidente (y eso que ya era el
final del sexenio), daba la impresión de que podía hacer lo que quisiera con
sólo manifestar su voluntad y todos sus colaboradores servilmente se reían de
sus chistes (aunque no fueran graciosos) y le festejaban todo lo que decía,
como si Jesús hubiera relatado una parábola. Por otro lado, el hecho de que
esos monstruos que había sido objeto de críticas tan agrias parecían bastante
humanos, incluso uno de ellos – Rubén Figueroa que era gobernador de Guerrero –
resultó tío de mi madre.
Unos días más tarde, cuando Echeverría entregó
el poder a su sucesor, mucha gente de San Jerónimo, lo fue a recibir a su casa,
llevaron mariachis y una gran fiesta, yo acompañe a mi padre a saludarlo, una
especie de besamanos y cuando fue su turno, Echeverría sólo le dijo “¡híjole!”,
cuando le pregunté porque lo había ido a saludar, si no había sido un buen
Presidente, me contesto – ¡por caridad cristiana! Nunca hasta después de
trabajar en el sexenio de Fox, entendí lo que me decía.
Otro día, fui con mi padre a cenar a
un restaurante de la zona rosa, que entonces era un lugar de cultura, de
galerías, de librerías y de artistas (no
la zona roja en que se ha convertido ahora). Ahora se, que era un restaurante
muy caro, habíamos saludado a Alfredo del Mazo que unos años después sería
Gobernador del Estado de México, y yo empezaba a percibir, incipientemente, lo
que era el poder y la política y todo lo que se podía hacer desde los puestos
públicos, además de la deferencia y respeto con que te trataba todo mundo (en
mi inocente cabeza de entonces no entendía de hipocresías y conveniencias), sin
embargo, al salir del restaurante, había una pobre mujer con su hijo – un bebé
de brazos – llorando sin parar, sentada en el piso de la calle, pidiendo
limosna para alimentarlo. Cuando ví a la mujer, todo el glamour de la política
y el poder desaparecieron, me sentí muy miserable, por esa mujer y me
preguntaba –quizás de manera muy primaria e inocente – porqué, los políticos
que había conocido, con tanto poder y dinero que tenían no podían ayudar a esta
gente tan desprotegida, porqué al mismo tiempo, yo salía con el estómago lleno
de un restaurante muy caro, donde había políticos y empresarios, a penas unos
metros afuera había alguien que no podía darle de comer a su hijo.
Para terminar la noche, cuando íbamos de
regreso a nuestra casa de San Jerónimo, pudimos ver a un hombre tirado en la
calle, completamente borracho, golpeado, todo vomitado y semi inconciente. Mi
padre, se detuvo y contra las protestas y el asco – debo confesar – de todos
los que íbamos con él, subió al señor al coche y lo llevó a la casa, ahí lo
baño, lo vistió, lo dejo dormir en un cuarto y a la mañana siguiente le dio de
desayunar. Ambas escenas me conmovieron profundamente y las contrastaba con el
poder, ¿cuál era la relación entre la política y estas cosas que había visto?
¿tenían alguna relación o eran dos cosas distintas? En verdad no lo sabía,
desde la visita del Presidente a mi casa mi infantil cabeza estaba llena de
cuestionamientos.