lunes, 16 de junio de 2014

Memoria de Los Pinos X: Alponte y la Mutación Global

Por mi parte en Enero de 1989 finalmente pude reingresar a la universidad, aunque siempre con excesivas precariedades económicas, siendo la Ibero una universidad privada, la alimentación y el pago de colegiaturas sería un calvario cotidiano que terminaría de pagar 19 años después. Durante los años de la Ibero abandoné casi por completo mi activismo político, me involucré en el estudio y me convertí en lo que hoy llaman los estudiantes una “rata de biblioteca”, pasaba largas horas y a veces días en las bibliotecas de la Ibero y en la de mi padre estudiando y reflexionando sobre lo apasionante que era para mí, el fenómeno político. Quería comprenderlo en los libros, en las discusiones, en las conferencias, en las clases, argumentando con compañeros y profesores, todo lo que fuera política me lo bebía, ahora pienso que exasperé a varios de mis amigos, pero fueron años muy divertidos y muy interesantes, lamiéndome mis propias heridas y reflexionando sobre lo que había visto y vivido me di cuenta de lo complejo y vasto que es el fenómeno político, tanto como el ser humano mismo y como en ocasiones lo habían reducido al absurdo.


Para ser mi primer año en la universidad, 1989 fue uno de los años más intensamente políticos del siglo XX y en mi opinión el verdadero inicio del siglo XXI. En ese año sucedieron muchos eventos que política y humanamente, marcarían a la humanidad y a mí en lo personal. 
La lista es enorme, ese año caerían muchos de los regímenes comunistas de Europa del Este, particularmente se derrumbaría el Muro de Berlín, a la caída del Comunismo en Rumania asesinarían a Cosescu y con ello se conocerían muchos de los excesos de esos regímenes y Vaclav Havel sería empujado al poder en Checolslovaquia. Además se celebraría el bicentenario de la Revolución Francesa, el gobierno Chino mataría a los estudiantes que pedían democracia en la Plaza Tiananmen, en Venezuela el régimen de Carlos Andrés Pérez reprimiría violentamente la protesta contra su paquete económico “neoliberal”, los soviéticos abandonarían Afganistán y empezaría un proceso de democratización de su sociedad, el Ayatola Jomeini de Irán ofrecería una recompensa a quien asesinara al escritor Salman Rushdie autor de un libro que considerarían herético para el Islam; Los Versos Satánicos, pero Inglaterra lo defendería, en Colombia el terrorismo de los carteles del narcotráfico cimbraría a la sociedad, Carlos Menem asumiría la Presidencia de Argentina, en el Salvador asesinarían a seis Jesuitas de la Universidad Centroamericana, Chile tendría su primer gobierno democrático y Estados Unidos invadiría Panamá para derrocar al caudillo Manuel Noriega. No todos los años suceden estas cosas.


Inquieto como estaba y ávido de política, además de tomar mis clases en la Ibero, asistía cada miércoles a las clases de Juan María Alponte en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Alponte era (es) un personaje muy interesante. Nacido en España (creo que en Cataluña) miembro de la generación que no participó en la Guerra Civil Española, su disidencia política lo envió a una cárcel de Franco y después al exilio. Al parecer vivió en la India de alguna manera amparado por Octavio Paz, después trabajó en la CEPAL en Washington y finalmente se estableció en México y se hizo mexicano.

Alponte me deslumbró, era un académico muy distinto a los que conocía. En primer lugar era impresionante todo lo que sabía, toda la gente que conocía y las experiencias que había tenido, además de vestir de manera singular, tenía una filosofía de vida muy especial. Derivado de sus años en la India, había aprehendido el Yoga, así que toda su vida giraba en torno de esos aprendizajes, dormía muy pocas horas, pero como buen Yogui quizás descansaba más que yo en mis ocho horas reglamentaria de sueño, su antigua casa de Coyoacán estaba llena de libros y el ambiente era de estudio y reflexión.

Sus clases eran verdaderamente luminosas, aunque siempre tuve la impresión de que muchos de sus alumnos y profesores no lo comprendían, el sectarismo de la Facultad era, entonces, una de sus características. En 1989, Alponte se pasó los dos semestres del año explicando, con un gran conocimiento, de manera oral y escrita (tenía una columna cotidiana en La Jornada que reproducía de manera resumida algunas de las cosas que exponía en su clases de la Facultad), los eventos de ese impresionante año. No había mejor tutor para seguir con cuidado los acontecimientos históricos de ese momento que Juan María Alponte.

Paralelamente a los cambios tan profundos que vivía el mundo, México vivía transformaciones de un calibre similar, apenas comenzaba mi primer semestre de Ciencia Políticas cuando nos enteramos que en un operativo muy audaz, el gobierno había detenido a los máximos líderes petroleros por los delitos de homicidio y acopio de armas. En las escenas aparecidas en la televisión se veían a los líderes con un verdadero arsenal de armas a su alrededor, sin embargo, en la universidad, nadie ni maestros, ni alumnos creían que fuera verdad el delito del que se les acusaba, todos aseguraban que era un delito fabricado en venganza porque “La Quina” había apoyado a Cárdenas en las elecciones de 1988, el consenso general era que un Salinas débil también quería hacer una demostración de fuerza. Salinas me parecía el clásico líder priísta, pero con el asunto de La Quina logró que lo volteáramos a ver.

Al mismo tiempo, convocó a una serie de consultas para reformar la legislación y las instituciones electorales e instruyó a su equipo económico, particularmente a Pedro Aspe a la sazón Secretario de Hacienda para que renegociara la deuda externa, además pronto empezarían las privatizaciones. Todos esos temas se discutían y comentaban en la universidad y en la Facultad, pero para mí lo más importante de esa época eran los autores que descubría y las lecturas nuevas que hacía, además de las clases de Alponte.

Me gustó mucho el Príncipe de Maquiavelo, cuando lo leí, la crítica moralina que había escuchado de su obra me pareció fuera de lugar y obra de imaginaciones muy creativas, pero lejanas a los consejos que le daba Maquiavelo a su príncipe. Al paradigma que reza “El fin justifica los medios” habría que incluirle el atenuante de ¿qué fines? y ¿qué medios? Aunque por más que busqué la frase en el libro nunca la encontré. Para mí, Maquiavelo había hecho evidente que la realidad política más importante que todo politólogo debe saber acerca de la naturaleza humana se inserta en la lucha por obtener, concentrar y controlar el poder, como fenómeno psicológico y social. ¿Qué podría hacer el Príncipe sin el poder para unificar Italia o para engrandecer su dominio? Nada.

En la misma lógica pero con un sesgo más teórico, fue interesantísimo “El Leviatán” de Thomas Hobbes que quería la dictadura perfecta del estado absoluto y El Contrato Social de J.J. Rosseau, que a mi me parecían similares, porque ambos eran absolutistas, uno por el Monarca absoluto y otro por la dictadura de la mayoría, en ambos la disidencia no existía y no me gustaba la idea. Algún profesor se molestó realmente conmigo por la comparación, pero me sigue pareciendo justa. Después me decepcioné un poco con el Contrato Social de Montesquieu, porque yo había oído que era el teórico de la división de poderes y el control del poder, sin embargo, avanzaba y avanzaba en la lectura de su teoría de la sociedad y no llegaba al tema de la división de poderes, cuando por fin llegué, hace una mención interesante pero breve del tema y luego habla de otras cosas, me quede con ganas de más.

Finalmente encontré a los autores que me apasionaron en la universidad, John Locke y sus ensayos sobre el Gobierno Civil, John Stuart Mill con su ensayo Sobre la Libertad, Alexis de Toqueville y su Democracia en América y Karl Popper (mucho más contemporáneo) con La Sociedad Abierta y su Enemigos, básicamente estos cuatro junto con Maquiavelo articularon mi visión sobre el fenómeno político. Si la naturaleza humana era propensa a la concentración, acumulación y control del poder, la mejor manera de cuidar las libertades era dividiendo el poder para generar equilibrios y contrapesos, de tal manera que la limitación del poder operará en contra de la corrupción de un poder concentrado. Ese sería mi gran lema político, la libertad como el gran bien público que se le puede ofrecer a un individuo. Muchos años después, leyendo “Liberalismo Político” de John Rawls, descubriría que la base de una sociedad justa está en la rabiosa protección de las libertades, que sólo pueden existir donde el poder está desconcentrado y controlado. En este contexto, revisaba las materias sobre la historia de México y su sistema político y las pasaba por el filtro de Locke, de Mill y de Popper, México, en mi diagnóstico tenía un grave problema de equilibrios y contrapesos institucionales para controlar y limitar el poder del Estado y de su titular el Presidente. Durante el sexenio de Salinas se haría muy evidente mi reflexión.

En mi programa de estudios había un tercer grupo de materias relacionadas con la economía y la administración pública, al principio no me gustaban mucho, pero en la medida que avanzaba el sexenio de Salinas y los economistas se ponían de moda, como los amos de las ciencias sociales, me fueron interesando más, quería saber cuál era el secreto detrás de una disciplina que a partir de los éxitos de Salinas y su gabinete parecía una ciencia exacta. No lo era.

En macroeconomía, tenía un maestro de origen noruego-alemán, si no mal recuerdo, se llamaba Erick Otto Wagner Halt, no se me olvida su nombre porque el primer día de clase lo escribió en el pizarrón y era tan inusual que se quedó gravado en mi memoria. Me cayó bien porque cuando entró al salón – además de escribir su nombre – se quejó de que vivía en Alemania muy feliz y hacía obras de teatro, pero que su padre lo regresó a México para que se volviera serio y responsable. No mostraba la soberbia que los economistas tenían en esa época, era sencillo y creo que era el único que explicaba la economía de Keynes sin prejuicios. 

En la era del “neoliberalismo” salinista era una gran novedad y permitía ver desde un punto de vista distinto al maniqueo “neoliberalismo vs nacionalismo” las reformas económicas que Salinas estaba imponiendo en el país y las reformas económicas que Reagan y Thatcher, así como sus homólogos socialistas Miterrand y Helmut Khol, y en cierta forma Felipe González, habían puesto en práctica en la década de los ochenta en Europa y que se les había denominado como “neoliberales”.


Mientras transcurría el primer año escolar, casi cada día o cada semana sucedía algo espectacular en México o en cualquier otra parte del mundo, fue un año lleno de adrenalina. En primer lugar, el Senado tenía por primera vez cuatro Senadores de oposición, aunque todos eran expriístas, ahora estaban en bandos antagónicos, la casona de Xiotencátl, que era una lugar para irse a dormir, había cobrado una nueva dinámica, especialmente por el desempeño parlamentario de Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, aunque eran muy pocos lograban sacar de quicio a los priístas y los obligaban a aplicarse para no perder los debates, aunque en muchas ocasiones los perdían. No así las votaciones.


En segundo lugar, cuando terminaba el semestre, se incendió la Cámara de Diputados, donde estaban los paquetes de la elección presidencial de 1988 resguardados por el ejército. El Palacio Legislativo quedó bastante destruido y la primera legislatura del sexenio de Salinas tuvo que cambiarse de sede a la unidad de congresos del Centro Médico en avenida Cuauhtémoc. Algunos periódicos, comentaristas y diputados, comparaban ese incendio con el incendio del Reichstag en Alemania al inició del gobierno de Hitler, después del cual liquidó al Parlamento y posteriormente dio un Golpe de Estado, sin embargo, a pesar del incendio los paquetes no se quemaron y Salinas no dio un Golpe de Estado. Esas afirmaciones me parecían exageradas, pero después del fraude del 88 y la cínica manera en que lo habían perpetrado y negado, cualquier “teoría de conspiraciones” tenía cierta cabida en los estudiantes de primero y segundo semestres y en algunos de sus profesores.

Posteriormente, en el otoño se aprobó una reforma electoral limitada, porque de alguna manera el gobierno y el PRI seguían en control de los procesos electorales, aunque de manera menos abrumadora, y no arriesgaban el control del Congreso, pero se creó la credencial de elector con fotografía (que no operaría hasta 1994) y se pusieron las bases para la creación del IFE. En mi interior me parecía un acierto, pero me preguntaba por qué el PAN la había aceptado, si al final del día dejaba abierta la puerta al fraude electoral, además con apenas el 35% de la votación le garantizaba al PRI la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados a través de la famosa “cláusula de gobernabilidad”. Además era una reforma con dedicatoria en contra del izquierda, porque impedía las candidaturas comunes (como la de Cárdenas) y restringía mucho la posibilidad de las coaliciones, obviamente la izquierda se opuso a la reforma y le negó cualquier legitimidad. Según la teoría de la conspiración el PAN había negociado la reforma electoral con Salinas a cambio de otras prebendas políticas. En julio el PAN había ganado por primera vez una gubernatura en su historia, en Baja California Norte, así que los teóricos de la conspiración señalaron que ese era el producto de la negociación.


Por mi parte, trataba de absorber y procesar todo lo que pasaba en México y el mundo producto de la Perestroika, implementada por Gorvachov en la URSS; en Polonia, el gobierno comunista había permitido una apertura restringida, después de legalizar al sindicato Solidaridad, los ciudadanos elegirían libremente al 35% del Parlamento y el 100% de una especie de Cámara de Senadores que no tenía facultades. En las elecciones los candidatos no comunistas ganaron todos los cargos de libre elección y eso inició la transición polaca y el fin del bloque comunista en Europa del Este. El año siguiente Polonia tendría un Presidente Católico, para mí, el gradualismo polaco, legitimó el gradualismo del PAN y no dejaba de comparar sus similitudes. Al mismo tiempo en Hungría se hacían reformas para abrir las fronteras y modificar el sistema comunista para crear una democracia pluralista y liberal. Esto provocó que miles de Alemanes del Este, utilizaran el camino de Hungría hacia Austria para evadir el Muro de Berlín y obtener su libertad. A las caravanas de alemanes orientales que iban a Hungría para cruzar a Austria obligaron al gobierno comunista de Alemania del Este a cerrar las fronteras incluso al interior del bloque comunista, pero el daño al sistema ya estaba hecho, se le llamó “el voto con los pies” así demostraban su inconformidad con el sistema comunista (muy similar a lo que pasaba cada vez que abrían las fronteras cubanas) y su ausencia de libertades.

Otro asunto que me llamó la atención fue cuando en Inglaterra, Salman Rushdie, un escritor inglés de origen indú (del cual jamás había oído hablar) había publicado un libro (Los Versos Satánicos) que en una parte del texto, parodiaban la relación entre el arcángel San Gabriel y Mahoma y hacían una burla de los milagros del arcángel. Esta novela, provocó una condena del extremismo musulmán (hicieron famosa una novela que tal vez poca gente habría leído) y el Ayatola Jomeini expidió una Fatwua, una especie de recompensa a quien matara a Rushdie y a todos aquellos que habían ayudado en la traducción, edición e incluso a la venta del libro. Algunos fueron asesinados, sin embargo la primera ministra Margaret Tatcher (que era una especie de diablo para la izquierda) protegió a Rushdie, incluso a costa de la ruptura de relaciones entre los dos países. Sin embargo, más allá del propio hecho, yo lo quise ver como una defensa de la libertad de expresión frente al fanatismo y la intolerancia de líderes religiosos que no creían en la libertad y se sentían con derecho a matar a cualquiera que consideraran hereje como una especie de inquisición musulmana. Por otro lado, lo contrastaba con algunas personas que le daban la razón a Jomeini, como una especie de afirmación antiimperialista, dado que Rushdie había insultado sus creencias, lo que más me indignaba es que muchos que apoyaban la "Fatwa" contra el escritor eran gente que provenía de la izquierda. Para mí, el asunto me abrió los ojos a la existencia del mundo musulmán, que no estaba en mi radar, pero a partir de ahí, ya no estarían fuera de mi mundo, pronto llegarían noticias inquietantes de esa parte de la tierra.

En la lógica de los movimientos libertarios en Europa del Este, de la Glasnots y de la  Perestroika, en China también había iniciado un movimiento libertario, fundamentalmente de estudiantes y obreros que exigían mayores libertades y apertura al gobierno de Beijing. Durante abril, mayo y principios de junio, los acontecimientos en China parecían seguir la corriente de Europa del Este, que concluiría con la caída del comunismo. Todos los días leía en La Jornada y veía en la televisión, como evolucionaba la crisis China, esperaba que eso provocara la caída del régimen y un proceso de democratización de la sociedad China. Como estudiante, me sentía solidario con los jóvenes que veía en la televisión, en huelga de hambre o levantando una pequeña estatua de la libertad, como símbolo de lo que estaban buscando. Sin embargo, a diferencia de Polonia, la URSS, Alemania del Este o Checoslovaquia, en China no había un líder con el poder de Mijail Gorvachov que tolerara los cambios en el marco de un proceso de reforma. En China, los líderes del Partido Comunista, estaban en desacuerdo, fundamentalmente, en la manera como debía de proceder, unos apoyaban las demandas de los estudiantes y otros querían reprimir la manifestación y sus posibles consecuencias. Al final, se supo que el líder de los moderados en el partido Zhao Ziyang, había sido arrestado y destituido de su cargo como Secretario General del PC Chino, lo que permitió que la cúpula más ortodoxa del gobierno ordenara la represión de los estudiantes. La caída de este hombre anunció la represión que se esperaba en cualquier momento.



En esos días, la televisión transmitió lo más que pudo de la represión, en una escena que se hizo muy famosa, se veía a un estudiante solitario, tratando de evitar el avance de un tanque hacia la Plaza Tiananmen, posteriormente, ante la solidaridad internacional y las acciones inconfesables del gobierno Chino, se impuso la censura y se produjo una represión del ejercito a su propio pueblo que según muchos testimonio produjo un número incuantificable de muertos, heridos y desaparecidos. Cuando supe la noticia, me sentí muy triste y bastante enojado, no esperaba que eso terminara de esa manera. Como reacción a la represión, se organizó un acto de protesta ante la Embajada China, todos los que estábamos ahí, (casi puros estudiantes) nos sentíamos muy indignados y sin importar la tendencia política (la mayoría de izquierda) de los que estábamos en esa protesta había unanimidad en cuanto a lo reprobable del acto. Durante el acto hubo algún discurso, pero de pronto una lluvia de huevos y jitomates volaron hasta la puerta de la embajada, después un grupo más radical pateó la enorme puerta de la representación diplomática y destruyó una caseta de vigilancia que estaba junto a la puerta. Tenía una doble sensación, por un lado nunca he sido propenso a los actos de bandalismo, pero por otro lado, no podía evitar en mi interior cierta sensación de satisfacción por esos hechos vandálicos (por lo demás nada graves) que de una manera muy menor reivindicaban la vida perdida de muchos estudiantes y obreros, que habían muerto exigiendo algo más de libertad para sus vidas.

sábado, 7 de junio de 2014

Memorias de Los Pinos IX: Los Saldos del Fraude

Miguel de la Madrid se fue en medio del desorden; para mi generación y para mí en lo personal, fue una desgracia. ¿Qué de su sexenio había tenido alguna virtud? ¿la Renovación Moral? ¿La simplificación administrativa? ¿El crecimiento de la deuda? ¿La inflación? ¿Los fraudes electorales patrióticos? ¿El crecimiento exponencial de la inseguridad y el crimen organizado? A los 22 años, después de haber vivido tres campañas, dos megafraudes electorales, un movimiento estudiantil y el nulo crecimiento de la economía y el decrecimiento de mi salario cada semana, me daba un enorme gusto que saliera del poder ese señor.

Con el tiempo me preguntaría muchas veces, si De la Madrid y su gabinete hubieran podido hacer otra cosa o intentar otra estrategia. En esa época las alternativas sudamericanas, ni las mas restrictivas, ni las más “revolucionarias” tuvieron éxito, así que durante un tiempo pensé que, efectivamente, había hecho lo que había podido en esas circunstancias, sin embargo, una vez conociendo el poder de más cerca, la capacidad de maniobra que se tenía entonces, el control corporativo del los sectores, la subordinación de los medios de comunicación, el control corporativo de los gobiernos estatales y municipales, en suma el poder brutal del presidente en esa época, no sólo pudo haber resuelto los problemas económicos en menor tiempo, sino establecer una sociedad más democrática y justa. 

La lista de cosas que pudo haber hecho sería interminable, pero la deuda de México no impedía al Presidente, deshacer los monopolios y abrir nuevas concesiones, privatizar empresas con mayor velocidad, mejorar la educación y la salud pública, impedir los fraudes electorales, modernizar la policía y el ministerio público, defender el federalismo, estructurar un sistema de partidos y la división de poderes. No todo era dinero, eso era un enorme pretexto. 

En lugar de cambiar México - ¿quién tiene la oportunidad de ser Presidente de la República? – optó por una vía conservadora, mezquina hasta el extremo, de echarle la culpa de su ineptitud a sus antecesores – que, es cierto había dejado graves problemas económicos – y al terremoto del DF en 85, pero el fraude de Chihuahua o del 88 no tenía nada que ver con la crisis económica, la corrupción de Bartlet y de la policía secreta e ilegal que él manejaba directamente, no tenía nada que ver con la crisis económica, el crecimiento de la inseguridad y el crimen organizado, tenía y tiene más que ver con la falta de justicia y los privilegios de la clase política y sus aliados en la IP, que con los déficits fiscales de López Portillo o de Echeverría, la corrupción en el gobierno y la falta de justicia para los que delinquieran en el pasado (incluyendo al chivo expiatorio de Díaz Serrano), no tenía nada que ver con la crisis económica. En el sexenio de Miguel de la Madrid, entramos al GATT, se creó el Grupo Contadora, iniciaron las privatizaciones y se firmó el Pacto de Solidaridad Económica, sin embargo, con una hipócrita apariencia de austeridad republicana y liberalismo, le hizo un grave daño a toda una generación de mexicanos, no por la grave herencia que le dejaron sino por la que dejó, por la mezquindad con la que gobernó México.

Vi por la televisión cuando Salinas de Gortari se convirtió en Presidente de México, en el contexto de incredulidad casi total en el que me encontraba, le creí muy poco de lo que dijo en sus discurso inaugural, especialmente en lo referente a la pluralidad y la democracia. Sin embargo, me llamó la atención que en su toma de posesión le diera instrucciones a su gabinete de diferentes cosas, mostrando una dinámica y un liderazgo que no había visto antes. De cualquier manera no me dejé impresionar, el señor había llegado al poder por un fraude electoral, el PRI estaba instalado en la corrupción, los ciudadanos teníamos muy poca voz y casi nada de voto en las decisiones del gobierno, así que no tenía nada de credibilidad su discurso, ni el de sus colaboradores. Mi postura ante Salinas era un enorme “pago por ver” de esceptisismo.


En esos días, mi madre me había dado a leer, unas cartas que habían intercambiado, mi abuelo (Teófilo Olea y Leyva) con su maestro, exsecretario de educación y ex candidato presidencial, José Vasconcelos cuando este vivía la amargura del exilio en España. En esas cartas Vasconcelos le reclama agriamente a mi abuelo y a los miembros de su generación porqué no habían tomado las armas en contra del gobierno cuando se perpetró el fraude electoral de 1929 en su contra. En contraste, mi abuelo le respondía entre otras muchas cosas que México ya había sufrido 10 años de guerra civil y que nadie quería más violencia, en lugar de una nueva revolución muchos, entre ellos mi abuelo hubieran querido que Vasconcelos fundara un partido político para institucionalizar la lucha democrática, pero no lo hizo para frustración de sus discípulos y seguidores, quizás por ello después de la fracasada campaña Almazanista, algunos de ellos, fundarían el PAN, empezando con Manuel Gómez Morín y mi propio abuelo.

Asistí a un último mitin de Cárdenas en el Monumento a la Revolución, ahí propuso la fundación de un nuevo partido político (lo que luego sería el PRD). En esa concentración ya no asistió tanta gente y aunque muchas personas se entusiasmaron con la formación del nuevo partido, para muchos como para mí, era como un premio de consolación. De cualquier manera una vez asentados los ánimos de la campaña, pensaba que formar un partido político era mejor que incitar a una guerra civil.


Después de leer las cartas, me quedó claro que la lucha política debía ser cívica siempre y debía evitarse la violencia a cualquier costo, me sentí aliviado porque tuve la impresión de que la lección había llegado justo a tiempo. Mi madre con su gentil sabiduría envió un mensaje que llegó certero a su destino. Junto con algunos amigos, participé en algunas reuniones preparatorias para la formación del PRD en las que se hizo muy evidente que los ex priístas tenían mucho de nacionalismo revolucionario y poco de izquierda democrática, no era para mí y lamenté cuando el PMS decidió fusionarse con el PRD, eran dos tradiciones y dos visiones distintas. El PMS era el socialismo democrático listo para modernizarse, los expriístas eran básicamente herederos de un populismo autoritario. Un día caminando por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, estaba Carlos Imaz platicando con unas personas sobre la formación del PRD, pasando junto a él, escuché que decía, - Cárdenas nos propuso que el partido se llamara Partido Revolucionario Democrático, pero nosotros no aceptamos ¿Sólo un PRI democrático? Definitivamente no. Al final quedaría como de la Revolución Democrática, sin embargo, recuerdo haber pensado que en verdad la izquierda y el nacionalismo revolucionario eran dos animales distintos en muchas cosas contradictorios. El PRD viviría siempre la tensión entre esas dos corrientes internándose en un laberinto del que no ha salido hasta la fecha. En el camino casi todas las mejores mentes de la izquierda democrática abandonaron el PRD.

viernes, 6 de junio de 2014

Memorias de Los Pinos VIII: Las Elecciones de 1988

Después del éxito del Foro y de las reuniones que teníamos para organizar las brigadas de defensa del voto, me invitaron al mítin de Cuauhtémoc Cárdenas en la UNAM, el cual fue ¡verdaderamente impresionante! La explanada de la Rectoría estaba llena y el discurso de Cárdenas, fue tan moderado, tan bien redactado, tan lejos de la retórica incendiaria de Clouthier, que en muchos sentidos me convenció, en muchos no. Como he dicho, el estatismo, el apoyo a Fidel Castro (redactado como antiimperialismo) y la identificación entre el estatismo y la soberanía nacional, no me convencían. Sin embargo, si me parecía sincera su lucha por la democracia y por la justicia, había tanta gente en Rectoría y se sentía esa sensación de unión, de estar rompiendo alguna cadena que nos restaba libertad que me sentí solidario con su movimiento, sentía que había una genuina lucha por la democracia y justicia en la gente que estaba en ese mitin. Aunque no fuera mi partido, yo sentía que no era mi batallón, estábamos peleando la misma batalla.

Días después  un maestro suyo de la UNAM, les propuso organizar otro grupo, ese si, para apoyar abiertamente la candidatura de Cuauhutémoc Cárdenas. Lo habían denominado Convergencia Democrática (no tiene nada que ver con el actual partido Convergencia), fundamentalmente la idea era hacer una reunión de jóvenes universitarios en un hotel cerca de reforma, donde se apoyara a Cárdenas y se hiciera un compromiso de votar por el FDN y cuidar el voto.

En ese momento estaba un poco confundido, por un lado yo estaba en el PAN, pero no me convencía nada Clouthier, por otro lado estaba en un grupo que organizaba brigadas de defensa del voto y foros por la democracia, lo cual no iba en contra de mi militancia, pero participar en un grupo que si los apoyaba ya tenía otra connotación, finalmente mi participación en el PAN se reducía a repartir propaganda y yo quería hacer más que eso. Me preguntaba que hacer, cuando llegó nuevamente Arturo y me invitó a una reunión para organizar una fiesta en casa de Karla Faesler, con el fin de recaudar fondos para financiar el evento de Convergencia Democrática. Asistí sin prejuicios y ayudé en la organización. Me justificaba pensando que era otra trinchera con el mismo objetivo, pero sobre todo yo tenía algo más que aportar. Mis compañeros del PAN me lo reprocharían por mucho tiempo.

A esa fiesta llegó Porfirio Muñoz Ledo y Julio Faesler, que era papá de Karla y líder de una asociación por la democracia. Estuvo interesante, porque también llegaron jóvenes que ahora militaban en el FDN, como Lorena Villavicencio (que sería diputada del PRD) o Guadalupe Chavira, que con el tiempo sería delegada en Milpa Alta, entre otros que ya no recuerdo. Finalmente, se recaudaron los fondos y se hizo aquella famosa reunión de Convergencia en un hotel entre el Monumento a la Revolución y Reforma. El invitado especial era Porfirio Muñoz Ledo, sin embargo, llegó muy tarde, porque le habían dado mal la dirección, la prensa estaba enojada y ya se quería ir, así que con su inigualable habilidad política, los apaciguó, les dio nota y el evento fue un éxito, al día siguiente salieron algunas notas en el periódico y con eso nos dimos por bien servidos.

Después de eso y de asistir a varios mítines del FDN, me di cuenta de la fuerza que estaba tomando, mucho mayor que la de Clouthier, así que no tuve dudas, tenía que apoyar con todas mis fuerzas a Cárdenas porque en esa coyuntura, sólo él y el FDN, podrían derrotar al PRI y eso se veía cerca. Aunque pareciera paradójico – y lo era – el triunfo de Cárdenas (pensaba entonces) reivindicaría todos los agravios que teníamos los jóvenes de mi generación contra el PRI, desde la corrupción, la prepotencia y la impunidad de los priístas, hasta los fraudes electorales y las crisis económicas que habían provocado. En mis adentros sufría un poco de disonancia, pero no tenía dudas, apoyar a Cárdenas era lo correcto porque el derrotaría al PRI y ese el primer punto de mi agenda, por el momento aplazaría mis diferencias y me concentraría en mi Convergencia.

Hicimos algunas cosas más a favor de Cárdenas, básicamente organizar las brigadas, pero en las discusiones que teníamos, comentábamos (casi exigíamos) que la izquierda, se uniera en torno a Cárdenas que era el candidato más fuerte, lo que implicaba que Heberto Castillo, candidato del PMS, renunciara a su candidatura a favor de Cárdenas. Apenas unos meses antes de las elecciones, Heberto se había resistido con todas sus fuerzas a renunciar a favor de Cárdenas tal vez porque como escribió Macario Schetino “Tal vez veía demasiado "nacionalismo revolucionario" y poca izquierda en la opción cardenista”[1]. En lo que tuvo razón, pero nosotros no lo veíamos así en ese entonces (el entusiasmo desvanece muchas realidades) así que cuando nos enteramos, estábamos eufóricos. Aunque había muchas dudas de que el PRI fuera a entregar el poder, (no lo había hecho en el pasado), la fuerza que estaba tomando el FDN, el enojo contra la crisis económica y de seguridad pública y el recuerdo del fraude de Chihuahua 86, podrían revertir – según yo – cualquier intento de fraude electoral. En ese momento tenía la misma sensación que había percibido en Chihuahua dos años antes, la gente estaba unida, optimista, me impresionaba ver a los campesinos y a los obreros, en silencio escuchando con toda atención, los discursos de Cárdenas, me parecía que la convicción del cambio era tan profunda y la gente estaba tan determinada que no la iban a poder frenar.

Ya con Heberto Castillo y el PMS aliado con el FDN, la fuerza de Cárdenas creció muchísimo, por todo el país llenaba plazas y acumulaba adhesiones, nosotros acelerábamos, con nuestras modestas posibilidades, el trabajado de nuestras brigadas por la defensa del voto, con la energía que me nos daba (por lo menos a mí), saber que estábamos haciendo lo correcto y de vivir un momento histórico.

Finalmente, llegó el día del cierre de campaña en el Zócalo, que fue impresionante, la plaza estaba llena  a reventar y la austeridad republicana del evento, el discurso de Cárdenas escuchado en silencio por los miles de asistentes y la escenografía del Palacio Nacional y la catedral, le daban un aire casi místico. Cárdenas, se veía un líder muy comprometido, mucha gente estaba con él y el momento de acabar con el PRI había llegado. Sin embargo, yo sentía que el tiempo – como diría Octavio Paz – estaba nublado, unos días antes de las elecciones nos enteramos del homicidio de Francisco Xavier Ovando y de su asistente Román Gil Heraldez. Ovando era muy cercano a Cárdenas y estaba directamente relacionado con la organización de la campaña y de la elección. Además de la gravedad del homicidio, yo me preocupé mucho, tenía el antecedente familiar muy cercano, de las historias que contaban acerca de los homicidios cometidos para llevar a cabo el fraude electoral en 1939, cuando Almazán había sido candidato de la oposición (a la que luego abandonó). Mi abuelo lo vivió y lo sufrió de cerca y mi padre siendo niño tenía historias que contar de ese día y del 2 de octubre del 68. Así que mi preocupación no era paranoica.

¿Qué pasaría el día de las elecciones? ¿Algún miembro de las brigadas podría se herido? Después del homicidio de Ovando y Gil, establecimos una cadena telefónica y unos pañuelos blancos en los coches para identificarnos. Nadie se hecho para atrás, en todo caso hubo mas cautela. En la víspera de las elecciones, entre un cierto grado de miedo, la emoción inconciente del peligro, la adrenalina y la expectativa del triunfo, hicimos los preparativos. Esa noche prácticamente no dormimos y luego nos despertamos muy temprano, fuimos a votar, sin ningún problema (en mi casilla no hubo fraude y ganó el PAN), salimos a patrullar las casillas, no recuerdo que hayamos detectado muchos problemas, al menos en la zona que nos tocaba, pero en la delegación Tlalpan, hubo un robo descarado de unas urnas, además de algunas fricciones entre representantes de casilla del FDN o del PAN con los del PRI. De nuestros compañeros brigadistas recibíamos telefonazos con noticias de la jornada en otras partes de la ciudad, pero no recuerdo nada espectacularmente grave, pero de otras partes del país, teníamos noticia de robo y llenado de urnas, expulsión y/o suplantación de funcionarios de casilla, cambio de ubicación de las casillas y otros tipos de fraude electoral en los que el PRI era experto.

En la tarde las cosas se empezaron a complicar, especialmente cuando iniciaron los recuentos. En una colonia popular, impedimos que se expulsara a uno de nuestros representantes generales, con el argumento de que no era representante de esa casilla, llegó toda nuestra brigada e hicimos presión, a “gritos y sombrerazos” para que se quedara al recuento, así fue. Una vez concluido, supimos que Cárdenas y los candidatos del FDN (no los del PMS que en diputados habían seguido por separado) habían ganado esa casilla, sin embargo, se presentó un personaje, muy sospechoso, vestido de negro (seguramente era un agente de Gobernación, ese sí) con un automóvil LTD (unos lanchones de la época) con los vidrios polarizados, alegando que el se llevaría las urnas al comité distrital electoral, el presidente de la casilla no se opuso, pero nosotros si y animamos a la gente para impedirlo, temíamos que en el camino modificaran los resultados de la casilla, así que ante la presión de la gente, el oscuro personaje sacó una pistola, todos retrocedimos, excepto unas personas de la colonia que lo retaban a que les disparara, el hombrecillo, salió huyendo a toda velocidad en su gran coche y se perdió entre las tortuosas calles de esa colonia, finalmente, el presidente de casilla cerró las urnas y en nuestro coche lo llevamos al comité distrital electoral.

La operación se repitió varias veces en diferentes casillas, en algunas el recuento iba muy lento y los representantes del PRI buscaban entorpecerlo en todo momento, sin embargo, siempre perdían, ahora pienso que estaban esperando ayuda que nunca llegó. Cuando llegamos al comité distrital, había una larga cola de funcionarios de casilla entregando sus urnas, todos tenían historias que contar, pero la mayoría nos compartía los resultados, en casi todas ganaba Cárdenas y al igual que en Chihuahua, la gente se juntaba para festejar los triunfos del FDN. Un detalle curioso de esa noche fue que llegó el candidato del PAN a diputado, Diego Zavala manejando un volkswagen azul, con su esposa que, intuyo, había sido presidenta de una casilla, trayendo una casilla al comité.

Después de un rato de estar en el comité distrital, recibimos la invitación para ir a la casa de la candidata del FDN a diputada por ese distrito (que servía de casa de campaña) Marcela Lombardo, quien era hija de Vicente Lombardo Toledano, fundador del Partido Popular Socialista (PPS) de la CTM y uno de los miembros de la generación de 1915, junto con Manuel Gómez Morín y con mi abuelo. Por un momento pensé, con todos los antecedentes de comunismo y discurso proletario, que iríamos a una casa más sencilla, pero en realidad no tenía nada de proletaria, las computadoras se empezaban a usar y había unos jóvenes sumando los resultados en esas primitivas máquinas. Marcela Lómbardo, era una mujer como de 60 o 65 años, de pelo blanco con una vocecita apenas audible (que podía haber sido la abuelita de cualquiera de nosotros) y con un carácter un poco seco. Aunque todo indicaba que había ganado (había dejado en el camino a Diego Zavala del PAN y a Miguel Angel Yunes del PRI) no se veía especialmente feliz, de pronto llegó Porfirio Muñoz Ledo, como siempre, hablando en voz alta, casi gritando, para todo mundo lo oyera, diciendo que había ganado él la senaduría y Cárdenas la presidencia, con la voz engolada, se jactaba del triunfo y hacia bromas sarcásticas sobre los líderes del PRI.

Después de un rato de estar ahí regresamos a mi casa que era nuestro centro de operaciones y después de comentar los hechos del día y de comer algo, empezamos a enterarnos del fraude que se había orquestado en muchas partes de la República, prendimos la televisión y nos enteramos de que el sistema se había caído y que por ello no se podían dar resultados, sospechamos (sin ser demasiado perspicaces) que el fraude se estaba instrumentando. Estábamos indignados, nos comunicamos con todos los que pudimos y decidimos tener una reunión para el día siguiente. Cárdenas, Clouthier y Rosario Ibarra, que era la candidata del PRT, se habían manifestado afuera de Gobernación (donde entonces estaba la Comisión Federal Electoral) para protestar por el fraude, cuando los ví a los tres me sentí muy optimista, a pesar de que el fraude había sido, al parecer, muy grande, la oposición unida, podía forzar mediante la protesta la apertura democrática.

El 7 de julio, nos reunimos en casa de Antonio Tenorio y redactamos un documento donde, Las Brigadas Juveniles por el Sufragio Efectivo, demandábamos respetuosamente el respeto a la voluntad popular, era un documento sencillo pero contundente, sin embargo, ante la falta de dinero para publicarlo en un periódico, decidimos presentarnos en Gobernación, en la sesión de la Comisión Federal Electoral y dárselo a alguno de los representantes del FDN o del PAN para que lo leyera. Nos fuimos a Gobernación, pero los guardias de seguridad no nos dejaron entrar, de pronto alguien de las brigadas, dijo que mi tío era Subsecretario de Gobernación, yo sentí frío porque yo no tenía ningún tío que fuera Secretario de Gobernación, pero por seguirle la corriente a mi compañero dije que sí. Me preguntó mi nombre y le contesté – Bernardo León Olea, cuando oyó mi segundo apellido ¡palabra mágica! Me dijo que iba a preguntar, pero me amenazó que por mi bien no estuviera mintiendo. Después de unos minutos, para mi sorpresa, nos abrió la reja y nos dejó pasar.

Una vez adentro, le dije a mi amigo que yo no tenía ningún tío Subsecretario de Gobernación y me dijo que si lo tenía, era Jorge Carrillo Olea. Le dije que no lo conocía y que nunca había oído hablar de él, me contestó – que importa si es tu tío o no, ¡nos dejaron pasar! ¿no? Nos reímos y entramos al enorme salón donde sesionaba la Comisión Federal Electoral (apenas unos años después, supe que si era mi tío lejano, lo conocí, pero nunca le platiqué el asunto, ni el me dijo nada, sospecho que los guardias nunca le preguntaron y ante el miedo a una reprimenda nos dejaron pasar).

Adentro del salón, le pedimos a los representantes del FDN y del PAN que leyeran nuestro documento, pero ninguno quiso, así que después de un momento de duda, un compañero muy valiente (Carlos González Martínez que estudiaba economía en la UAM) y ante la sorpresa de todos, leyó el documento en voz alta, mientras lo leía muchísimos periodistas y camarógrafos le acercaban los micrófonos y lo fotografiaban, lo que permitió que no lo sacaran del salón, por mi parte le entregué una copia del documento a Manuel Bartlet, Secretario de Gobernación y Presidente de la Comisión Federal Electoral, en ese momento, sólo alcancé a decirle – señor Secretario con todo respeto, y le extendía el documento, sin embargo, alguien de su equipo de seguridad me jaló de la camisa, me la rompió y me fui hacia atrás. Para ese momento Carlos había terminado de leer el documento y después de algunas entrevistas algunos se salieron del salón de sesiones.

Con todo y mi camisa rota, no me sacaron del salón y me quedé un rato escuchando lo que pasaba en la Comisión, había mucha luz y mucho calor por los reflectores, estaban ahí algunos políticos e intelectuales famosos, escuchando los debates y criticando al caída del sistema, fue entonces cuando Bartlet dijo que el sistema no se cayó, sino que se calló. Humor negro para una situación muy delicada en el país. Después de comentar, los asuntos con algunas de las personas que estaban ahí, recuerdo a Don Julio Faesler, con su pelo blanco, observando el brutal atraco que se estaba cometiendo con indignación, pero con serenidad, decidí retirarme, no pensaba regresar, pero por si acaso, le dije al guardia de la entrada que se acordara de mi porque iba a regresar, el guardia me contestó candidamente – a ti si te dejo entrar, pero no ha otros que vinieron a hacer borlote a la sesión. Ante semejante comentario, por supuesto no me había identificado con los del “borlote” le dije – si que bueno que ya no dejen entrar a esos revoltosos-. Una vez afuera de Gobernación, me encontré con otros compañeros brigadistas que no habían podido entrar les conté la anécdota y nos dio un largo ataque de risa, que no podíamos parar, más que por la broma, nos sirvió para sacar la tensión y los nervios de esos días.

De regreso a casa, mi madre me estaba esperando muy preocupada, me dijo que me habían visto en la televisión, con mi camisa rota, obviamente le contesté que no había pasado nada y le pregunté si Carrillo Olea era nuestro pariente, me confirmó que si lo era, pero que no tenía muy claro el parentesco, era muy amable, muy atento y lo veía cada año en la comida de los Olea. Acto seguido me pidió que no hiciera ninguna barbaridad, pero (para mi sorpresa) me felicitó por lo que estábamos haciendo, luego descubrí lo politizada que estaba mi madre y lo moderna que era. 12 hijos, un esposo y treinta y tantos nietos, después, descubría que más allá de su suave voz, de su carácter maternal, había una mujer que estaba más que consciente de lo que pasaba y en otras circunstancias habría estado con nosotros en las brigadas. ¡Gran mujer!

El candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, se había proclamado ganador de los comisios, sin que hubiera una declaratoria oficial de la Comisión Federal Electoral y sin que hubiera terminado el recuento de votos. A petición de la oposición, la Comisión, emitió un comunicado que se publicó en los periódicos señalando que no había declarado a ningún ganador. Aprovechando el desplegado, le sacamos todas las copias que pudimos (no muchas), fabricamos engrudo en mi casa, que nos enseñó a hacer Isabel Wences, (que era hija de un ex rector de la Universidad e Guerrero y candidato a Senador por el FDN), y nos fuimos a pegar esas fotocopias en todos los postes de luz que posibles. La idea era impedir que la gente se desanimara y dejara, por ello, de apoyar el movimiento, la consigna era combatir el fraude y que se respetara el triunfo de Cárdenas que creíamos seguro.

Muchas personas, gente muy humilde, al ver lo que estábamos haciendo, nos cooperaba con dinero, apenas unos pesos, para sacar más copias y pegarlas en más postes. Me sentí conmovido, recordé, porqué desde la mujer que había visto sentada en el piso pidiendo dinero para alimentar a su bebé, afuera del restaurante de la Zona Rosa, donde había senado con mi padre, había decidido participar en política y para mis adentros (para no parecer cursi) me prometí que iba a hacer todo lo posible, para ayudar a esa gente a salir de la marginación en la que estaban y a crear un régimen de gobierno más justiciero, la primera tarea era impedir que se burlara la voluntad popular expresada en las urnas. Pensando en esa gente, más rabia me daba el cinismo de los priístas, su fraude electoral, su corrupción, su prepotencia. No pararía hasta ver caer al PRI, era para mí, un imperativo de justicia, no de venganza, ¡pero de justicia!

Pasaron unos días y se confirmó el fraude, eventualmente la Comisión Federal Electoral, le dio el triunfo a Salinas y se enviaron los paquetes electorales a la Cámara de Diputados para que el Colegio Electoral, compuesto por todos los diputados, calificara la elección. Yo estaba muy enojado, como en Chihuahua 86, aunque quizás con más coraje, estaba listo para cualquier cosa. El FDN, convocó a otro mitin en el Zócalo, mucha gente venía bastante enardecida por el fraude, en ese momento me sentía muy indignado y al oír el recuento de irregularidades más enojado estaba. Durante el discurso de Cárdenas, yo esperaba que convocara a una movilización, incluso pensaba, no sin algo de temor debo confesar, que si nos pedía tomar Palacio Nacional, lo iba a hacer y calculaba mis opciones, sin embargo, transcurrió el discurso y ¡nada! Además de protestar y de la lucha que se daría en el Colegio Electoral y de que se formaría un frente o quizás un nuevo partido, no se propuso nada.

Me sentí decepcionado (y aliviado también, debo confesar), estaba dispuesto a que Chihuahua 86 y el fraude de 88 no quedaran impunes, pero no se propuso nada ¡otro agravio más! ¿Y la muerte de Ovando y la de Gil? ¿Y el esfuerzo de tanta gente humilde a favor de Cárdenas? ¿Y la clase media tan desprotegida? En verdad, me deprimí, en ese momento recordé lo que había pasado en filipinas en 1986 y como Corazón Aquino había derrocado con una gran protesta, al dictador Ferdinando Marcos y pensé que el líder que había creído nos abanderaría hasta que el PRI cayera, se había echado para atrás. Después de algunos años, alguien me comentó que Cárdenas no se había echado para atrás, sino que había sido responsable y había evitado un baño de sangre. Tal vez, no lo sé, pero si sé que el PRI, no hubiera resistido mucho, si se hubiera atrevido a reprimir a una multitud exigiendo sus derechos atropellados. ¿El ejército hubiera acatado una orden así? ¿El Presidente De la Madrid la habría dado? Nunca se sabrá, pero en ese momento, yo junto con mucha gente que estábamos ahí nos sentimos agraviados y decepcionados. Por otro lado a  la mejor Cárdenas nos salvó la vida.

Clouthier por su parte, se portó más valiente (quizás ¿menos responsable?), le reclamó al Presidente en su cara por el fraude y provocó un zafarrancho afuera de Bellas Artes, desacralizó al Presidente, en una época en que no se le tocaba ni con el pétalo de una rosa, leyendo las andanzas de Clouthier me sentía reivindicado. ¿Debí haberlo apoyado en lugar de a Cárdenas? Demasiado tarde para lamentarse, de cualquier manera en 1988, se le había dado un buen golpe al sistema PRI-Gobierno y me sentía más satisfecho.

Asistí a muchas sesiones del Colegio Electoral, primero a la que calificaría la elección de los diputados y después a la de Presidente ¿qué tenía que hacer yo ahí? Básicamente quería vivir la historia y estar presente, sentir que no estaba en mi casa como si nada hubiera pasado y presenciar los hechos. Tengo presente, varios momentos de esos Colegios Electorales, además del frío que hacia en el interior del salón de sesiones, recuerdo el primer día del Colegio Electoral, Rafael Aguilar Talamantes, presunto diputado del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional PFCRN mejor conocido como el Ferrocarril (así le decíamos a su partido), solicitó la palabra para fundamentar su voto, pero el Presidente de la sesión se la negó por razones reglamentarias, así que se armó un alboroto y los diputados del FDN tomaron la tribuna para que Aguilar Talamantes pudiera hablar, el presunto diputado presidente, suspendió la sesión y después de un arreglo parlamentario le dio la palabra a él y a otros diputados. Con casi la mitad de los diputados en la oposición (por apenas 3 o 4 diputados) el PRI había dejado de ser el dueño total de la escena aunque seguía siendo el dueño (sólo las divisiones de la oposición, tanto al interior como con el PAN le devolvieron el control de la cámara).   Durante uno de los debates Pablo Gómez evidenció dos actas de casilla falsificadas, porque estaban firmadas por la misma persona, con tono inquisitivo decía – ¡a menos que este señor tenga el don de la ubicuidad estas actas son falsas! Sin embargo, cada vez que la oposición ganaba una discusión, a veces con pruebas muy sólidas, el PRI las sometía a votación, usaba su mayoría, las ganaba y desechaba los argumentos, como si no se hubieran dicho. Muchos priístas subían a defender lo indefendible.



El segundo, fue cuando vi por primera vez a Vicente Fox, él y otro diputado del FDN (que le decían el Chale), eran los más altos de la legislatura, sin embargo, Fox destacaba porque se vestía de manera muy peculiar. Usaba botas vaqueras, una camisa también como de rancho y en lugar de corbata unas como agujetas que servían de moño. Sin saber nada de él, destacaba sobre los demás panistas, la discusión en el Colegio Electoral era muy fuerte, muy agria, había demasiadas evidencia, pero el PRI inmutable y defendiendo lo indefendible mayoriteaba. Viendo por la televisión el sexto informe de Miguel de la Madrid, disfruté como nadie el alboroto que causó la oposición y que deslució esa misa laica, para alabar al Presidente, que era el informe presidencial.

Días después, los priístas tuvieron prácticamente que tomar la tribuna para que se pudiera leer el dictamen en el que se declaraba Presidente Electo a Carlos Salinas de Gortari, entre los gritos y reclamos de la oposición, la calificación salió avante y Salinas fue declarado Presidente.

Mientras desde el fondo del salón de sesiones de la Cámara de Diputados, observaba la escena final del Colegio Electoral que consumó el fraude, pensaba si alguna vez derrotaríamos al PRI, comenzaba a sentirme escéptico, a pesar de toda la fuerza de la gente, en las calles, en las urnas, de los reclamos de la oposición en el Colegio Electoral, el PRI parecía inmutable y sólido. Cárdenas estaba derrotado en muchos sentidos y el PAN aunque protestaba, se dividía entre los que habían visto muchos fraudes electorales y con cierta sabiduría y distancia pensaban que era otro paso más en la “brega de eternidad” y entre los que como Fox o Clouthier querían apresurar el camino.

Por mi parte, lamentaba mucho, no haberme postulado, quizás en vez de estar observando desde el fondo del salón esa batalla, debía haberme batido junto con el resto de los diputados de la oposición, en la lucha parlamentaria. Estaba más claro que nunca en los objetivos políticos que perseguían, pero tenía miles de dudas en cuanto a los métodos y a al trinchera desde la que debía pelear.

En la noche, después de la sesión, el diputado “Chale” que vivía cerca de mi casa en San Jerónimo me dio un aventón. Cuando llegué la casa estaba oscura y en silencio, todos estaban dormidos, se oía el ruido de mis pasos, a pesar de todo el alboroto que había vivido durante muchas horas, los diputados se fueron a dormir a su casa y yo a la mía, todo estaba en paz, pese a todo mi madre y hermanos dormían tranquilos. Me pareció que había llegado el momento de recapitular lo que había sucedido los últimos tres años. Mis objetivos estaban muy claros, que cayera el PRI para que hubiera democracia, y eso permitiera desarrollar un sistema de lucha contra la corrupción para cambiar la desigualdad en justicia, sin embargo, los métodos y las trincheras ya no eran tan claros como a principios de 1985. Sin embargo, seguiría continuando...




[1] Macario Schetino EL Universal 3 de abril de 2007

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