Por ello, ante la falta de arrojo del gobierno de Miguel de la Madrid y después del asunto del arresto del líder petrolero “La Quina” y del reconocimiento del triunfo del PAN en Baja California Norte (y a pesar del conflicto en Michoacán) empezó a cambiar mi percepción del Presidente Salinas de Gortari. Aunque no estaba muy atento a lo que hacía su gobierno, en mi cabeza su origen fraudulento lo descalificaba completamente, así que sólo de manera marginal ponía atención a sus actividades, lo de “La Quina” no me había impresionado mucho porque pensaba que lo había fabricado, sobre todo porque corría el rumor de que el líder petrolero había apoyado a Cárdenas en la campaña. Sabía que estaban renegociado la deuda externa, pero mi escepticismo era muy grande ¿no había hecho eso De la Madrid todo el sexenio pasado? Tenía la impresión que sería otro De la Madrid, pero más joven, con un refrito del mismo discurso y de las mismas acciones. Mientras no derrotemos al PRI y haya un sistema de equilibrios y contrapesos que limiten el poder del Presidente y de sus partidarios, como diría Popper, no creeré en la eficacia de los políticos.
Sin embargo, un día anunciaron la renegociación definitiva de la deuda externa y un acuerdo muy atractivo para México con la banca internacional, posteriormente se hizo una ceremonia en Palacio Nacional donde se protocolizaron los acuerdos que reducían la deuda unos 20 mil millones de dólares y además se abrían las puertas a nuevos créditos entre otras cosas. Viendo la televisión y posteriormente leyendo los periódicos, me quedé sorprendido, esperaba que México volviera a crecer y que la democracia llegara en una economía en crecimiento no en una economía en crisis. Salinas había logrado llamar mi atención, su equipo, especialmente Pedro Aspe. Por si fuera poco leí en alguna columna que la negociación había sido muy difícil y que Salinas había advertido que si no había negociación, habría una suspensión de pagos, que al final había logrado doblarle las manos a los banqueros internacionales.
Me gustó mucho lo que leí y quizá con ganas de tener buenas noticias después de un sexenio de malas, subieron los bonos de Salinas en mi fueron interno, si me hubieran encuestado habría dicho que le ponía 9 de calificación en la renegociación de la deuda y 7 en democracia, 10 por haber reconocido el triunfo del PAN en Baja California por un lado, pero 0 por lo sucio de las elecciones en Michoacán y en otros lugares de la República. La atención de Salinas al marginado municipio de Chalco en el Estado de México como producto concreto de los ahorros de la renegociación y su incipiente programa de Solidaridad, no me sorprendían, el PRI y sus gobiernos, eran expertos en prácticas populistas y yo sentía que eran pura propaganda, al final estaba seguro (y lo sigo estando) de que la pobreza se acabará sólo cuando se acaben los privilegios derivados de la corrupción e impunidad de los políticos y sus asociados en la inicitiva privada, y eso no parecía reducirse.
No acaba de salir de mi sorpresa respecto de la renegociación de la deuda, cuando Salinas envió al Congreso un proyecto de reforma constitucional que permitiría reprivatizar la banca, unos meses después anunció la privatización de Teléfonos de México que, por cierto daba un pésimo servicio, y luego se anunció la venta de Imevisión, la compañía estatal de televisión y radio.
En esta, Salinas me había tomado por sorpresa, sobre todo porque Miguel de la Madrid, nunca se había atrevido a tanto, básicamente porque en el fondo nunca rompió con su mentalidad estatista, con la que nunca estuve de acuerdo. En mi experiencia, no hay ningún lugar en el gobierno donde haya tanta corrupción como en las empresas paraestatales. La venta de Telmex era una excelente noticia, en mi interior pensaba que con la privatización, habría muchas empresas que compitieran y que mejoraran el servicio, que era muy malo. En esa época, conseguir una línea de teléfono podía tardar años, las nuevas empresas - esperaba - abaratarían las tarifas. De cualquier manera hubiera estado dispuesto a pagar más siempre y cuando hubiera servicio y fuera de mejor calidad.
La privatización de la banca era música para mis oídos, quitarle ese poder al Estado, a favor de la sociedad siempre es algo bueno y el hecho de que la iniciativa privada retomara las instituciones bancarias permitiría, pensaba yo, que los banqueros privados se preocuparan por prestar dinero a las empresas, buscar tasas más atractivas para competir por los clientes y mejorar el consumo de la clase media. Finalmente, la venta de Imevisión, era la que me gustaba más de todas porque alguien le haría algo de competencia a Televisa cuyos noticieros eran espectacularmente mentirosos respecto de la vida política de México.
Empezaba a entusiasmarme, pero la magia no duró mucho, cuando se anunció el método de privatizaciones, yo esperaba que las acciones de esas empresas y bancos, se cotizaran en la Bolsa de Valores, que se pulverizara el capital (se democratizara) entre los inversionistas que ya había y otros nuevos que ingresaran al mercado de valores y que unas buenas administraciones profesionales echaran a andar esas empresas en beneficio de sus accionistas y de los consumidores como se había hecho en algunos países de Europa del Este.
En lugar de eso el gobierno había optado por el método de subastas “públicas”, me decepcioné, inmediatamente vino a mi cabeza las relaciones incestuosas entre políticos y empresarios y la forma en la que los últimos obtenían contratos y privilegios de los primeros, así que no me hice las ilusiones sobre la transparencia y conveniencia de las “subastas públicas”.
Por más que el Secretario de Hacienda nos quería convencer a los mexicanos de la transparencia de las subastas, como no había un auditor verdaderamente independiente y con facultades y poder suficiente para transparentarlas, nunca le creía, y creo que en eso acerté, las famosas subastas estaban prefabricadas. Serían unos cuantos empresarios privilegiados y subsidiados, los beneficiarios y Salinas crearía una nueva clase empresarial leal al PRI y a él. No esperaría mucho de las privatizaciones, pero de cualquier manera, pensaba que era mejor que fueran empresas privadas y no estatales, al menos los dueños no se sentirían “encomenderos” que buscarían como explotar la encomienda por seis años en su beneficio con la complicidad del sistema, sino empresarios, dueños, que al menos podrían ver el largo plazo y cuidar a sus clientes y socios.
¿Es mejor un monopolio público que uno privado? - en mi opinión, en general, son igual de malos, sin embargo, con el tiempo, los errores y la corrupción en las privatizaciones “públicas” permitieron que los bancos acabaron en manos de la banca internacional, Telmex se convirtiera en un enorme monopolio que expolia con sus tarifas el ingreso disponible de los mexicanos todos los días, produciendo a uno de los hombres más ricos del mundo, aunque su servicio es infinitamente mejor que el del Telmex estatal. Por su parte Televisión Azteca, si ha competido con Televisa, pero la manipulación de la información todavía duró muchos años más y los escándalos de corrupción “siguieron continuando”.
De cualquier manera, el sexenio de Salinas estaba tomando un rumbo que me gustaba; a diferencia del De la Madrid, el país se estaba moviendo, la inflación bajaba, porque la deuda se renegociaba, las empresas estatales se privatizaban y por tanto el déficit fiscal era menor, más allá de mi oposición al sistema priísta y de que no se me olvidaban los fraudes electorales y el presidencialismo imperial, me parecía muy interesante lo que hacía Salinas porque de alguna manera disminuía el poder del Estado sobre las libertades individuales y eliminaba muchas áreas de corrupción gubernamental. Para mí las empresas paraestatales eran todo menos empresas públicas, sino verdaderas encomiendas virreinales que inhibían la iniciativa y producían muchos millonarios sexenales, la privatización, aún mal hecha era música para mis oídos.
En el futuro, cuando haya democracia, pensaba, sería la hora de hacer cuentas con los beneficiarios, abrir la competencia y destruir los privilegios pero por lo pronto se disminuyen espacios de corrupción. Años después cuando leí sobre los impuestos que se cobraran a los monopolios para compensar el tiempo en que no tuvieron competencia, sobre el gobierno corporativo de las empresas y sobre los consejeros que cuidan los intereses de los accionistas minoritarios, pensé que sería una manera de hacer cuentas con los beneficiarios de las privatizaciones y los dueños de los monopolios. Sigo soñando.
En este mismo ritmo alucinante de reformas, Salinas lanzó la iniciativa de abrir la economía al comercio exterior, reduciendo las barreras y protecciones a la industria para hacerla competir con las empresas del extranjero y abrirle puertas para vender sus productos en el exterior, eso incentivaría a los empresarios mexicanos a mejorar la calidad de sus productos beneficiando a los consumidores que no tendríamos que aguantar la clásica mala calidad de los productos “chafamex” como les decíamos en esa época. La estrategia de Salinas, al igual que la del mundo desarrollado era una apuesta por la calidad y la innovación, el lema quizás era algo así como “modernizarse o morir”.
Pensando en los grandes cambios (mutaciones) que estaba
experimentando el mundo en materia política y económica, yo sentía, desde mis lecturas y discusiones universitarias, que Salinas estaba, finalmente, alineando a México con el mundo, nada prepara más a México para la democracia que una economía próspera, pensaba yo. Disminuir el déficit fiscal vendiendo las empresas paraestatales, confiar en el mercado en lugar de la planificación central, reducir la deuda, abrir la economía al comercio exterior, a la inversión extranjera y por tanto a la transferencia de tecnología ¿No era lo que estaban haciendo en el mundo desarrollado como estrategia frente a su propia crisis de deuda y de competitividad para progresar y ofrecer bienestar económico a su población? ¿Reducir las paraestatales, abrirse al mercado no era una manera de eliminar espacios de corrupción quitándole poder al gobierno? ¿No era una manera de modernizar la economía? ¿Cómo podía estar en desacuerdo con las políticas de Salinas, si estaba haciendo cosas que desde hace mucho yo pensaba que se debían de hacer?
experimentando el mundo en materia política y económica, yo sentía, desde mis lecturas y discusiones universitarias, que Salinas estaba, finalmente, alineando a México con el mundo, nada prepara más a México para la democracia que una economía próspera, pensaba yo. Disminuir el déficit fiscal vendiendo las empresas paraestatales, confiar en el mercado en lugar de la planificación central, reducir la deuda, abrir la economía al comercio exterior, a la inversión extranjera y por tanto a la transferencia de tecnología ¿No era lo que estaban haciendo en el mundo desarrollado como estrategia frente a su propia crisis de deuda y de competitividad para progresar y ofrecer bienestar económico a su población? ¿Reducir las paraestatales, abrirse al mercado no era una manera de eliminar espacios de corrupción quitándole poder al gobierno? ¿No era una manera de modernizar la economía? ¿Cómo podía estar en desacuerdo con las políticas de Salinas, si estaba haciendo cosas que desde hace mucho yo pensaba que se debían de hacer?
En esos días, a pesar de mi antisalinismo crónico derivado del fraude de 1988 y de mi desconfianza hacia un régimen sin equilibrios ni contrapesos, pensaba que Salinas estaba haciendo lo correcto y me entusiasmaba en lo que podían derivar sus reformas. Si comparaba lo que pasaba en el mundo particularmente en materia económica (no política, Salinas nunca ha sido un demócrata) con las reformas salinistas, me parecían similares, el mundo estaba cambiando y si México se quedaba atrás se profundizaría la injusticia agravada por mayor pobreza, así que Salinas estaba poniendo la economía mexicana al día para enfrentar los retos de la llamada “globalización”. ¿Porqué me habría de oponer a medidas con las que estaba de acuerdo aunque vinieran de un gobernante espurio? Ya llegaría el momento (y llegó) de regresar el gobierno a la legitimidad, pero si la transición llegaba en una situación de estabilidad y crecimiento económico sería mucho mejor.
Las reformas salinistas, fueron apoyadas por el PAN, sin embargo, daba la impresión que se hubiera podido pedir más, incluso unirse con el PRD para hacer reformas más profundas más allá de la voluntad de Salinas, sin embargo, Cárdenas, el PRD y sus aliados estaban instalados en que no se podía negociar, ni nada, con un Presidente espurio por lo que de alguna manera el PRD se automarginó de la negociación. Yo por mi parte no sabía por qué el PAN y el PRD no se unían como en la Concertación Chilena para hacer las reformas que México necesitaba; controlar el Presidencialismo y con una agenda buscar la mayoría en las elecciones intermedias.
Así mientras el PAN negociaba y apoyaba a Salinas y de alguna manera lograba pequeños avances, el PRD se radicalizaba y mantenía por un lado una oposición sistemática a todo lo que propusiera el gobierno y por otro un discurso económico muy anacrónico que cerraba los ojos a los cambios del mundo. Si bien en 1988 yo había apoyado a Cárdenas porque pensaba que el FDN y no el PAN podía derrotar al PRI, en 1990, ante la oposición sistemática y quizás poco talentosa del PRD y su discurso económico anacrónico, empecé a pensar que la victoria del PRD en las elecciones del 88, hubieran creado una profundización de la crisis económica.
Cuando pensaba esto, trataba de reprimirlo, porque sentía que estaba validando el fraude, sin embargo, no tenía dudas, en 1988 hubo un fraude electoral; en mi opinión Cárdenas había ganado las elecciones, sin embargo, me daba cuenta que la ideología y el pensamiento del PRD era mucho más Cardenista que socialdemócrata y que ese discurso era anacrónico y que por ello hubiera llevado a México por el camino equivocado, o quizás, a un hipotético gobierno cardenista le hubiera sucedido lo que al gobierno de Miterrand en Francia que tuvo que echar para atrás sus reformas (como nacionalizar la banca) y nacionalizadoras, por la crisis económica que estaba provocando y retomar el camino del mercado y un papel más estratégico y justiciero, y menos patronal para el estado. Nunca lo sabremos, pero la realidad es que el cardenismo se había detenido en un discurso económico anacrónico y en una oposición sistemática al régimen que de pronto – al menos eso me parecía – dejaban sólo al PAN, que lograba pequeños avances con la fuerza (en ese momento tercer fuerza) que tenía.
Mientras a nivel nacional observaba la evolución del salinismo y su alianza con el PAN y la represión a todo lo que oliera a PRD y el discurso anacrónico de sus líderes, el mundo se convulsionaba; en el verano de 1990 Sadam Hussein, Presidente de Irak había ordenado la invasión de Kuwait, un pequeño país inundado en petróleo y se lo había anexado como su provincia número 19. Según muchos testimonios Hussein se había atrevido a invadir Kuwait sobre la premisa de que Estados Unidos no lo impediría porque se convertiría en un nuevo Vietnam, que el pueblo estadounidense no aceptaría. Se equivocó. Con la Unión Soviética en franca retirada, por sus múltiples crisis económicas, la hegemonía de Estados Unidos en materia militar y política era incontestable, además de que Bush comparó la invasión a Kuwait con la invasión de Hitler a Checoslovaquia en 1938, que permitieron Inglaterra y Francia en la lógica de un falso pacifismo y lo único que lograron fue fortalecer más a Hitler y darle tiempo para que se prepara para la guerra.
Bajo esta comparación, Bush pensaba que permitir la invasión a Kuwait abriría las puertas para que Hussein invadiera Arabia Saudita y se apoderara de la reserva de petróleo más grande del mundo, por ello declaró que no permitirían la invasión a Kuwait y le exigió a Hussein dar marcha atrás en la invasión o de lo contrario tendrían que sacarlo por la fuerza.
De pronto, a nivel mundial se dio un debate muy interesante sobre el llamado Derecho de Injerencia, que proclamaba que aunque ninguna nación tenía derecho a intervenir en los asuntos internos de otra, el derecho de no injerencia concluía, ante el deber de asistencia, a una nación en desgracia como Kuwait y luego la ex Yugoslavia. Este debate fue muy interesante porque marcaría unos de los ejes en torno a los cuales girarían muchas de las relaciones de seguridad globales en la posguerra fría. Yo estaba sorprendido por la desfachatez y el cinismo de un Jefe de Estado como Hussein que decidía sin ningún escrúpulo invadir otro país, sólo porque no se podía resistir a sus fuerzas militares y meditaba sobre el hecho de que nadie reprimiera esa actitud.
Muchos comentaristas e intelectuales criticaban el hecho de que Estados Unidos se constituyera en una especie de policía mundial que reforzara el derecho internacional o lo ignorara cuando le conviniera, sin embargo, había una exigencia mundial para detener a Hussein. Lo interesante del caso, además del propio conflicto que concluyó con la expulsión de Hussein de Kuwait al año siguiente, fue que la guerra se convirtió en la primera guerra televisada en vivo, vía satélite a los hogares. El papá de mi buen amigo Arturo Márquez, con el humor sarcástico que siempre ha tenido, hizo una cena en su casa para ver la guerra por televisión. Si eso no era prueba de un mundo mucho más interdependiente, nada lo sería.
Recuerdo haber pensado que la política exterior de México que le había dado prestigio en el pasado, estaba completamente rebasada y que era el momento de participar con mayor iniciativa en la seguridad mundial. México, pensé, es un país que se ve demasiado el ombligo, en materia económica empezaba a ver para afuera, pero en materia de seguridad no había más política que un discurso anacrónico de la soberanía.