jueves, 19 de junio de 2014

Memorias de Los Pinos XIII: Privatización e Injerencia

Por ello, ante la falta de arrojo del gobierno de Miguel de la Madrid y después del asunto del arresto del líder petrolero “La Quina” y del reconocimiento del triunfo del PAN en Baja California Norte (y a pesar del conflicto en Michoacán) empezó a cambiar mi percepción del Presidente Salinas de Gortari. Aunque no estaba muy atento a lo que hacía su gobierno, en mi cabeza su origen fraudulento lo descalificaba completamente, así que sólo de manera marginal ponía atención a sus actividades, lo de “La Quina” no me había impresionado mucho porque pensaba que lo había fabricado, sobre todo porque corría el rumor de que el líder petrolero había apoyado a Cárdenas en la campaña. Sabía que estaban renegociado la deuda externa, pero mi escepticismo era muy grande ¿no había hecho eso De la Madrid todo el sexenio pasado? Tenía la impresión que sería otro De la Madrid, pero más joven, con un refrito del mismo discurso y de las mismas acciones. Mientras no derrotemos al PRI y haya un sistema de equilibrios y contrapesos que limiten el poder del Presidente y de sus partidarios, como diría Popper, no creeré en la eficacia de los políticos.


Sin embargo, un día anunciaron la renegociación definitiva de la deuda externa y un acuerdo muy atractivo para México con la banca internacional, posteriormente se hizo una ceremonia en Palacio Nacional donde se protocolizaron los acuerdos que reducían la deuda unos 20 mil millones de dólares y además se abrían las puertas a nuevos créditos entre otras cosas. Viendo la televisión y posteriormente leyendo los periódicos, me quedé sorprendido, esperaba que México volviera a crecer y que la democracia llegara en una economía en crecimiento no en una economía en crisis. Salinas había logrado llamar mi atención, su equipo, especialmente Pedro Aspe. Por si fuera poco leí en alguna columna que la negociación había sido muy difícil y que Salinas había advertido que si no había negociación, habría una suspensión de pagos, que al final había logrado doblarle las manos a los banqueros internacionales.


Me gustó mucho lo que leí y quizá con ganas de tener buenas noticias después de un sexenio de malas, subieron los bonos de Salinas en mi fueron interno, si me hubieran encuestado habría dicho que le ponía 9 de calificación en la renegociación de la deuda y 7 en democracia, 10 por haber reconocido el triunfo del PAN en Baja California por un lado, pero 0 por lo sucio de las elecciones en Michoacán y en otros lugares de la República. La atención de Salinas al marginado municipio de Chalco en el Estado de México como producto concreto de los ahorros de la renegociación y su incipiente programa de Solidaridad, no me sorprendían, el PRI y sus gobiernos, eran expertos en prácticas populistas y yo sentía que eran pura propaganda, al final estaba seguro (y lo sigo estando) de que la pobreza se acabará sólo cuando se acaben los privilegios derivados de la corrupción e impunidad de los políticos y sus asociados en la inicitiva privada, y eso no parecía reducirse. 

No acaba de salir de mi sorpresa respecto de la renegociación de la deuda, cuando Salinas envió al Congreso un proyecto de reforma constitucional que permitiría reprivatizar la banca, unos meses después anunció la privatización de Teléfonos de México que, por cierto daba un pésimo servicio, y luego se anunció la venta de Imevisión, la compañía estatal de televisión y radio. 

En esta, Salinas me había tomado por sorpresa, sobre todo porque Miguel de la Madrid, nunca se había atrevido a tanto, básicamente porque en el fondo nunca rompió con su mentalidad estatista, con la que nunca estuve de acuerdo. En mi experiencia, no hay ningún lugar en el gobierno donde haya tanta corrupción como en las empresas paraestatales. La venta de Telmex era una excelente noticia, en mi interior pensaba que con la privatización, habría muchas empresas que compitieran y que mejoraran el servicio, que era muy malo. En esa época, conseguir una línea de teléfono podía tardar años, las nuevas empresas - esperaba - abaratarían las tarifas. De cualquier manera hubiera estado dispuesto a pagar más siempre y cuando hubiera servicio y fuera de mejor calidad. 

La privatización de la banca era música para mis oídos, quitarle ese poder al Estado, a favor de la sociedad siempre es algo bueno y el hecho de que la iniciativa privada retomara las instituciones bancarias permitiría, pensaba yo, que los banqueros privados se preocuparan por prestar dinero a las empresas, buscar tasas más atractivas para competir por los clientes y mejorar el consumo de la clase media. Finalmente, la venta de Imevisión, era la que me gustaba más de todas porque alguien le haría algo de competencia a Televisa cuyos noticieros eran espectacularmente mentirosos respecto de la vida política de México.

Empezaba a entusiasmarme, pero la magia no duró mucho, cuando se anunció el método de privatizaciones, yo esperaba que las acciones de esas empresas y bancos, se cotizaran en la Bolsa de Valores, que se pulverizara el capital (se democratizara) entre los inversionistas que ya había y otros nuevos que ingresaran al mercado de valores y que unas buenas administraciones profesionales echaran a andar esas empresas en beneficio de sus accionistas y de los consumidores como se había hecho en algunos países de Europa del Este. 

En lugar de eso el gobierno había optado por el método de subastas “públicas”, me decepcioné, inmediatamente vino a mi cabeza las relaciones incestuosas entre políticos y empresarios y la forma en la que los últimos obtenían contratos y privilegios de los primeros, así que no me hice las ilusiones sobre la transparencia y conveniencia de las “subastas públicas”. 

Por más que el Secretario de Hacienda nos quería convencer a los mexicanos de la transparencia de las subastas, como no había un auditor verdaderamente independiente y con facultades y poder suficiente para transparentarlas, nunca le creía, y creo que en eso acerté, las famosas subastas estaban prefabricadas. Serían unos cuantos empresarios privilegiados y subsidiados, los beneficiarios y Salinas crearía una nueva clase empresarial leal al PRI y a él. No esperaría mucho de las privatizaciones, pero de cualquier manera, pensaba que era mejor que fueran empresas privadas y no estatales, al menos los dueños no se sentirían “encomenderos” que buscarían como explotar la encomienda por seis años en su beneficio con la complicidad del sistema, sino empresarios, dueños, que al menos podrían ver el largo plazo y cuidar a sus clientes y socios. 

¿Es mejor un monopolio público que uno privado? - en mi opinión, en general, son igual de malos, sin embargo, con el tiempo, los errores y la corrupción en las privatizaciones “públicas” permitieron que los bancos acabaron en manos de la banca internacional, Telmex se convirtiera en un enorme monopolio que expolia con sus tarifas el ingreso disponible de los mexicanos todos los días, produciendo a uno de los hombres más ricos del mundo, aunque su servicio es infinitamente mejor que el del Telmex estatal. Por su parte Televisión Azteca, si ha competido con Televisa, pero la manipulación de la información todavía duró muchos años más y los escándalos de corrupción “siguieron continuando”.

De cualquier manera, el sexenio de Salinas estaba tomando un rumbo que me gustaba; a diferencia del De la Madrid, el país se estaba moviendo, la inflación bajaba, porque la deuda se renegociaba, las empresas estatales se privatizaban y por tanto el déficit fiscal era menor, más allá de mi oposición al sistema priísta y de que no se me olvidaban los fraudes electorales y el presidencialismo imperial, me parecía muy interesante lo que hacía Salinas porque de alguna manera disminuía el poder del Estado sobre las libertades individuales y eliminaba muchas áreas de corrupción gubernamental. Para mí las empresas paraestatales eran todo menos empresas públicas, sino verdaderas encomiendas virreinales que inhibían la iniciativa y producían muchos millonarios sexenales, la privatización, aún mal hecha era música para mis oídos. 

En el futuro, cuando haya democracia, pensaba, sería la hora de hacer cuentas con los beneficiarios, abrir la competencia y destruir los privilegios pero por lo pronto se disminuyen espacios de corrupción. Años después cuando leí sobre los impuestos que se cobraran a los monopolios para compensar el tiempo en que no tuvieron competencia, sobre el gobierno corporativo de las empresas y sobre los consejeros que cuidan los intereses de los accionistas minoritarios, pensé que sería una manera de hacer cuentas con los beneficiarios de las privatizaciones y los dueños de los monopolios. Sigo soñando.


En este mismo ritmo alucinante de reformas, Salinas lanzó la iniciativa de abrir la economía al comercio exterior, reduciendo las barreras y protecciones a la industria para hacerla competir con las empresas del extranjero y abrirle puertas para vender sus productos en el exterior, eso incentivaría a los empresarios mexicanos a mejorar la calidad de sus productos beneficiando a los consumidores que no tendríamos que aguantar la clásica mala calidad de los productos “chafamex” como les decíamos en esa época. La estrategia de Salinas, al igual que la del mundo desarrollado era una apuesta por la calidad y la innovación, el lema quizás era algo así como “modernizarse o morir”.

Pensando en los grandes cambios (mutaciones) que estaba
experimentando el mundo en materia política y económica, yo sentía, desde mis lecturas y discusiones universitarias, que Salinas estaba, finalmente, alineando a México con el mundo, nada prepara más a México para la democracia que una economía próspera, pensaba yo. Disminuir el déficit fiscal vendiendo las empresas paraestatales, confiar en el mercado en lugar de la planificación central, reducir la deuda, abrir la economía al comercio exterior, a la inversión extranjera y por tanto a la transferencia de tecnología ¿No era lo que estaban haciendo en el mundo desarrollado como estrategia frente a su propia crisis de deuda y de competitividad para progresar y ofrecer bienestar económico a su población? ¿Reducir las paraestatales, abrirse al mercado no era una manera de eliminar espacios de corrupción quitándole poder al gobierno? ¿No era una manera de modernizar la economía? ¿Cómo podía estar en desacuerdo con las políticas de Salinas, si estaba haciendo cosas que desde hace mucho yo pensaba que se debían de hacer?

En esos días, a pesar de mi antisalinismo crónico derivado del fraude de 1988 y de mi desconfianza hacia un régimen sin equilibrios ni contrapesos, pensaba que Salinas estaba haciendo lo correcto y me entusiasmaba en lo que podían derivar sus reformas. Si comparaba lo que pasaba en el mundo particularmente en materia económica (no política, Salinas nunca ha sido un demócrata) con las reformas salinistas, me parecían similares, el mundo estaba cambiando y si México se quedaba atrás se profundizaría la injusticia agravada por mayor pobreza, así que Salinas estaba poniendo la economía mexicana al día para enfrentar los retos de la llamada “globalización”. ¿Porqué me habría de oponer a medidas con las que estaba de acuerdo aunque vinieran de un gobernante espurio? Ya llegaría el momento (y llegó) de regresar el gobierno a la legitimidad, pero si la transición llegaba en una situación de estabilidad y crecimiento económico sería mucho mejor.

Las reformas salinistas, fueron apoyadas por el PAN, sin embargo, daba la impresión que se hubiera podido pedir más, incluso unirse con el PRD para hacer reformas más profundas más allá de la voluntad de Salinas, sin embargo, Cárdenas, el PRD y sus aliados estaban instalados en que no se podía negociar, ni nada, con un Presidente espurio por lo que de alguna manera el PRD se automarginó de la negociación. Yo por mi parte no sabía por qué el PAN y el PRD no se unían como en la Concertación Chilena para hacer las reformas que México necesitaba; controlar el Presidencialismo y con una agenda buscar la mayoría en las elecciones intermedias. 


Así mientras el PAN negociaba y apoyaba a Salinas y de alguna manera lograba pequeños avances, el PRD se radicalizaba y mantenía por un lado una oposición sistemática a todo lo que propusiera el gobierno y por otro un discurso económico muy anacrónico que cerraba los ojos a los cambios del mundo. Si bien en 1988 yo había apoyado a Cárdenas porque pensaba que el FDN y no el PAN podía derrotar al PRI, en 1990, ante la oposición sistemática y quizás poco talentosa del PRD y su discurso económico anacrónico, empecé a pensar que la victoria del PRD en las elecciones del 88, hubieran creado una profundización de la crisis económica.

Cuando pensaba esto, trataba de reprimirlo, porque sentía que estaba validando el fraude, sin embargo, no tenía dudas, en 1988 hubo un fraude electoral; en mi opinión Cárdenas había ganado las elecciones, sin embargo, me daba cuenta que la ideología y el pensamiento del PRD era mucho más Cardenista que socialdemócrata y que ese discurso era anacrónico y que por ello hubiera llevado a México por el camino equivocado, o quizás, a un hipotético gobierno cardenista le hubiera sucedido lo que al gobierno de Miterrand en Francia que tuvo que echar para atrás sus reformas (como nacionalizar la banca) y nacionalizadoras, por la crisis económica que estaba provocando y retomar el camino del mercado y un papel más estratégico y justiciero, y menos patronal para el estado. Nunca lo sabremos, pero la realidad es que el cardenismo se había detenido en un discurso económico anacrónico y en una oposición sistemática al régimen que de pronto – al menos eso me parecía – dejaban sólo al PAN, que lograba pequeños avances con la fuerza (en ese momento tercer fuerza) que tenía.

Mientras a nivel nacional observaba la evolución del salinismo y su alianza con el PAN y la represión a todo lo que oliera a PRD y el discurso anacrónico de sus líderes, el mundo se convulsionaba; en el verano de 1990 Sadam Hussein, Presidente de Irak había ordenado la invasión de Kuwait, un pequeño país inundado en petróleo y se lo había anexado como su provincia número 19. Según muchos testimonios Hussein se había atrevido a invadir Kuwait sobre la premisa de que Estados Unidos no lo impediría porque se convertiría en un nuevo Vietnam, que el pueblo estadounidense no aceptaría. Se equivocó. Con la Unión Soviética en franca retirada, por sus múltiples crisis económicas, la hegemonía de Estados Unidos en materia militar y política era incontestable, además de que Bush comparó la invasión a Kuwait con la invasión de Hitler a Checoslovaquia en 1938, que permitieron Inglaterra y Francia en la lógica de un falso pacifismo y lo único que lograron fue fortalecer más a Hitler y darle tiempo para que se prepara para la guerra. 

Bajo esta comparación, Bush pensaba que permitir la invasión a Kuwait abriría las puertas para que Hussein invadiera Arabia Saudita y se apoderara de la reserva de petróleo más grande del mundo, por ello declaró que no permitirían la invasión a Kuwait y le exigió a Hussein dar marcha atrás en la invasión o de lo contrario tendrían que sacarlo por la fuerza.

De pronto, a nivel mundial se dio un debate muy interesante sobre el llamado Derecho de Injerencia, que proclamaba que aunque ninguna nación tenía derecho a intervenir en los asuntos internos de otra, el derecho de no injerencia concluía, ante el deber de asistencia, a una nación en desgracia como Kuwait y luego la ex Yugoslavia. Este debate fue muy interesante porque marcaría unos de los ejes en torno a los cuales girarían muchas de las relaciones de seguridad globales en la posguerra fría. Yo estaba sorprendido por la desfachatez y el cinismo de un Jefe de Estado como Hussein que decidía sin ningún escrúpulo invadir otro país, sólo porque no se podía resistir a sus fuerzas militares y meditaba sobre el hecho de que nadie reprimiera esa actitud.

Muchos comentaristas e intelectuales criticaban el hecho de que Estados Unidos se constituyera en una especie de policía mundial que reforzara el derecho internacional o lo ignorara cuando le conviniera, sin embargo,  había una exigencia mundial para detener a Hussein. Lo interesante del caso, además del propio conflicto que concluyó con la expulsión de Hussein de Kuwait al año siguiente, fue que la guerra se convirtió en la primera guerra televisada en vivo, vía satélite a los hogares. El papá de mi buen amigo Arturo Márquez, con el humor sarcástico que siempre ha tenido, hizo una cena en su casa para ver la guerra por televisión. Si eso no era prueba de un mundo mucho más interdependiente, nada lo sería.  

Recuerdo haber pensado que la política exterior de México que le había dado prestigio en el pasado, estaba completamente rebasada y que era el momento de participar con mayor iniciativa en la seguridad mundial. México, pensé, es un país que se ve demasiado el ombligo, en materia económica empezaba a ver para afuera, pero en materia de seguridad no había más política que un discurso anacrónico de la soberanía.

miércoles, 18 de junio de 2014

Memorias de Los Pinos XII: Cambiar o Morir

Pagadas mis deudas escolares, empecé el año de 1990 por lo menos con un semestre más de oxígeno, no sería rico pero no debía dinero y podría asistir a la universidad. 1990 sería un año tan apasionante y lleno de acontecimientos trascendentes como 1989, a diferencia de la fiesta que fue la Caída del Muro (que luego sería desmantelado) en 1990, empezaron los movimientos de independencia de las repúblicas soviéticas y se hicieron evidentes, los problemas estructurales de las economías de los países socialistas, después de la celebración había que “limpiar el tiradero” y transitar a la democracia y a la economía de mercado, sería muy difícil, cara y dolorosa, pero necesaria. Gorvachov vería esfumarse a la Unión Soviética y los resultados de la Perestroika y las Glasnots serían agridulces.

Además de las verdaderas mutaciones políticas que vivía el mundo con el fin de la Guerra Fría, la caída del comunismo en Europa del Este y las transiciones a la democracia en América Latina, Alponte (en su clase de Historia Económica Mundial) nos hacía notar como paralelamente, crecía y se desarrollaba, otra mutación igual de grande y trascendente; el sistema económico derivado de la Segunda Guerra Mundial, del posterior proceso de descolonización, de la economía de la Revolución Industrial (de su fábricas con miles de obreros y pesadas máquinas) y de la hegemonía económica y financiera de Estados Unidos estaba completamente agotada. 

A principios de la década de los noventa el desarrollo de la biotecnología, la robótica y el desarrollo exponencial de la informática y las telecomunicaciones produjeron un cambio en la forma en la que las diferentes naciones del mundo producían bienes y servicios y los intercambiaban unas con otras. Estas tecnologías transformaron de fondo los intercambios financieros y las cotizaciones de valores y dinero y fundamentalmente obligaron a las economías del planeta a interrelacionarse más, volviéndolas casi completamente interdependientes.

En efecto, si en 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos generaba por si solo el 50% del PNB mundial, con base en su capacidad industrial, para el fin de la Guerra Fría generaba un poco menos de una cuarta parte. Cuando en 1944, los países aliados vislumbraban ya el fin de la guerra, sabían que sólo la fortaleza de la economía norteamericana y por lo tanto del dólar (que se volvería el eje cambiario internacional tazado de manera fija con el oro), podrían sostener la reconstrucción de la posguerra. Durante cerca de 25 años el sistema había funcionado bastante bien, permitiendo la reconstrucción de Europa Occidental y Japón y la expansión de la economía en Estados Unidos, sin embargo, una buena parte de esa expansión económica se había hecho con base en el incremento de la deuda de los gobiernos.

La estrategia económica de la posguerra se basó en la estrategia (imprecisamente atribuida al economista inglés John Maynard Keynes) de aumentar el gasto gubernamental transfiriendo parte del costo de la economía a la deuda pública, por la vía de subsidios directos al consumidor o a través de empresas propiedad del gobierno. La idea era que el consumidor al recibir transferencias gubernamentales (básicamente precios subsidiados) incrementaría su ingreso disponible, lo que estimularía el consumo y por tanto el crecimiento económico, lo que al final redundaría en más impuestos que cubrirían la deuda gubernamental y fundamentalmente estimularían el empleo y abatirían las desigualdades sociales.

Durante los 25 años posteriores a la II Guerra Mundial, la mecanización de la agricultura disminuyó drásticamente el número de personas que trabajaban en ese sector (en Estados Unidos menos del 3% y en Europa menos del 8% en México 30%) mientras que la producción de alimentos creció exponencialmente. La mayoría de los agricultores habían emigrado a las ciudades para trabajar en el sector industrial, básicamente como obreros en los servicios y el comercio. En este contexto, la expansión económica generaba tasas de empleo muy altas, sin embargo, a principios de los setenta, la situación se había tornado insostenible. 


En primer lugar, en el mercado financiero mundial había muchos más dólares, que oro en las reservas de Estados Unidos, por lo que el patrón dólar-oro tuvo que ser abandonado por el gobierno norteamericano, obligando a la devaluación del dólar y la libre cotización de monedas como el marco, la libra o el yen japonés, lo que a su vez, devaluó las reservas en dólares y abarató el intercambio comercial mundial (especialmente con los países del tercer mundo que vendían sus materias primas agrícolas y minerales en dólares). 

En segundo lugar, los principales países productores de petróleo (insumo básico de la Revolución Industrial) se aliaron para subir los precios del petróleo, lo que provocó un aumento en la inflación en los países industrializados, por tanto una disminución del ingreso disponible de los consumidores y una recesión mundial en las economías y el crecimiento de los déficits en el gasto del gobierno. 

En tercer lugar, el desarrollo de nuevas tecnologías estaba provocando que muchas empresas disminuyeran su oferta de empleo y eliminaran millones de puestos de trabajo, de tal manera que la hipótesis del crecimiento económico vía el aumento del consumo estaba teniendo problemas para seguir funcionado ya que los déficits de los gobiernos aumentaban, el empleo disminuía, la inflación crecía y la economía se estancaba.

En este contexto, al interior de los países desarrollados, se cuestionó fuertemente la estrategia económica de la posguerra, fundamentalmente porque la condiciones de 1945 habían cambiado radicalmente para finales de los setenta. No sólo Estados Unidos ya no podía sostener el patrón Dólar-Oro, ni generaba el 50% del PNB mundial, sino que el desarrollo tecnológico había provocado el recorte de millones de puestos de trabajo por lo que los subsidios gubernamentales y las empresas del estado, no sólo ya no estimulaban el pleno empleo, sino que estaban generando graves procesos inflacionarios y recesión económica. Así un cambio en la estrategia económica era inminente, primero desde el bando de partidos conservadores y después desde prácticamente todo el espectro ideológico se hizo evidente que la estrategia del gran gobierno estaba agotada y había que desarrollar una nueva.

Era evidente, en primer lugar que ante la desaparición del patrón dólar-oro, el valor de las monedas provendría más que nada de su comercio exterior, es decir, de lo que se pudiera comprar con cada moneda y de la disciplina en su gasto gubernamental, por ello la apertura al comercio exterior y la reducción de los déficits del gobierno se volvió una prioridad en todo el mundo. En segundo lugar, la nueva estrategia de apertura al comercio exterior, implicaría la demanda de prácticas de comercio equitativas entre los países competidores, por lo que los subsidios y las protecciones a la industria se verían como practicas desleales, así que las batallas para abrir las fronteras y hacer más equitativo el comercio, se convertirían en una de las prioridades de los gobiernos. 

En tercer lugar, los bienes y servicios debían competir con base en la calidad de sus productos y la eficiencia en su manufactura y gerencia, por lo que la calidad de los bienes sería casi tan importante como el precio estimulando procesos de eficiencia y calidad en la producción industrial, obligando a una disminución de los subsidios gubernamentales, lo que de paso, tendría un efecto positivo en las finazas públicas y en el control de la inflación. En cuarto lugar, el desarrollo tecnológico, cambiaría las relaciones industriales, ya que la economía trascendería la lógica  de la Revolución Industrial de uso intensivo de mano de obra, por el de uso intensivo de tecnología, (incluso en países de mano de obra muy barata), por lo que se debilitaron fuertemente los sindicatos y aumentó gravemente el desempleo.

Estos cambios en los países desarrollados, tuvieron un impacto muy fuerte en las economías de los subdesarrollados que estaban en proceso de industrialización. Los países periféricos, habían seguido la misma estrategia de la posguerra que los países desarrollados, adaptada a su necesidad de industrializarse, es decir, aumentaron el tamaño del sector público y subsidiaron el desarrollo industrial, creando grandes empresas propiedad del gobierno y cerrando las fronteras con la meta de sustituir sus importaciones. 

Al mismo tiempo implementaron, aunque de manera marginal, el llamado estado de bienestar haciendo transferencias, a través del gasto público, de subsidios al consumo y servicios públicos a la población con el fin de desarrollar a las clases medias. Así, mientras los países desarrollados exportaban bienes de capital, intermedios y de manera muy restringida de consumo a los subdesarrollados. El llamado tercer mundo, ofrecía a cambio, materias primas, ya sea minerales o agrícolas obteniendo divisas para sustentar su desarrollo. Adicionalmente, como parte central de la estrategia, mantenían cerradas sus fronteras a muchos productos de importación para evitar la competencia a sus industrias nacionales en proceso de crecimiento lo que les permitiría industrializarse (sobre todo a través de su sector paraestatal) y eventualmente desarrollar plenamente sus economías y hacer crecer a sus clases medias.

En este contexto, el aumento del precio del petróleo a principios de la década de los setenta, los cambios en el sistema cambiario mundial y la tecnificación de la producción industrial, afectaron, aunque de manera desigual, a los subdesarrollados. Por un lado, aquellos países que tenían petróleo (como México) observaron un aumento espectacular de sus ingresos y por tanto su capacidad de industrializarse (nuevamente a través del sector público), pero también aumentó su capacidad de endeudarse, por otro lado, abarató el precio de otras materias primas minerales y sobre todo agrícolas lo que encareció la adquisición de bienes de capital y manufacturas.

Durante la década de los setentas, hizo crisis la estrategia económica derivada de la Segunda Guerra Mundial, basada a nivel mundial, en la estabilidad del dólar, en los bajos precios del petróleo, en un comercio internacional entre países desarrollados y subdesarrollados que intercambiaban bienes industriales por materias primas y a nivel doméstico, en un sector público industrial grande y en una estrategia de bienestar para la población sustentada en la transferencia de ingresos a la población, vía subsidios a los servicios públicos y al consumo. Para finales de la década, el abandono del patrón dólar-oro, el aumento del precio del petróleo, las enormes deudas públicas de los países desarrollados y el desarrollo de nuevas tecnologías para la producción industrial, provocaron graves procesos inflacionarios, bajo crecimiento económico y un alto desempleo. Por otro lado, en los países subdesarrollados, especialmente en aquellos que tenían petróleo, el aumento de sus ingresos, provocó un severo endeudamiento, básicamente, en su sector paraestatal.

Para inicios de la década de los ochentas, los gobiernos del Reino Unido y Estados Unidos primero, y después otros países industrializados, entraron en un proceso de severo ajuste y de rediseño de su estrategia de desarrollo. En primer lugar buscaron disminuir el papel preponderante del gobierno y sus empresas en el desarrollo económico y las vendieron al sector privado o las liquidaron, transfiriendo la responsabilidad del desarrollo mucho más al mercado que a la planificación central del gobierno, lo que a su vez les permitió reducir sus déficits fiscales y bajar la inflación. 

En segundo lugar relajaron sus leyes laborales, de tal manera que las empresas pudieron ajustar su planta laboral  (despedir obreros) o reducir los salarios de los trabajadores, introduciendo nuevas tecnologías en la industria, para ofrecer sus productos a precios competitivos disminuyendo la carga salarial. En tercer lugar, desarrollaron una estrategia de apertura comercial muy agresiva eliminando protecciones y barreras a las importaciones y exportaciones, firmando pactos comerciales y negociando tratados multilaterales para que hubiera reglas de comercio equitativas que además les permitiera transferir sus fabricas a países con salarios muy bajos. Finalmente, el espectacular desarrollo de las telecomunicaciones y de las tecnologías de la información, la robótica, la biotecnología transformaron sus formas de producción, de comercio y de intercambios financieros provocando por lo menos tres efectos:

a) La globalización de 
la producción y del comercio, 
es decir, un producto
podría diseñarse en 
Estados Unidos, mientras 
que podría manufacturarse 
en varios países asiáticos 
y venderse en América 
Latina, en Europa o en el propio
Estados Unidos todo perfectamente controlado a través de las
telecomunicaciones y las nuevas tecnologías de la información.

 b) La globalización de las finanzas, es decir, que a través de las telecomunicaciones y la informática, los flujos financieros serían mucho más rápidos, menos posibles de controlar y estarían buscando siempre los mejores rendimientos y serían independientes del flujo comercial.

c)     La reingeniería de los procesos de negocios, es decir, la manera tradicional de organizar las empresas, la producción y los bienes cambiarían sustancialmente. El uso intensivo de mano de obra no calificada, sería sustituido por el uso intensivo de tecnología e innovación, las empresas serían más pequeñas y los productos menos masivos y diseñados para satisfacer las particularidades de los clientes. El valor agregado de los bienes y servicios sería mucho más simbólico (más basado en el conocimiento) que físico.


En el contexto de estas verdaderas “mutaciones” económicas y políticas del mundo, durante los años ochenta, la enorme deuda que habían dejado los años petroleros en México y la corrupción, la timidez, la indecisión y las trabas ideológicas del gobierno sumieron al país en una grave crisis económica, que impidió aprovechar los cambios que se daban en el mundo y profundizaron el atraso económico y político del país.

martes, 17 de junio de 2014

Memorias de Los Pinos XI: Primera Gubernatura, la Mutación se Acelera


Durante el verano, regresé a Chihuahua, no había vuelto desde el verano de 86 y me encontré una Chihuahua distinta, mucha gente decía que Fernando Baeza, el gobernador que había llegado producto de un criminal fraude electoral, había resultado un buen gobernador, noté una sociedad más apática y aunque no totalmente, más desencantada, ese año habrían elecciones intermedias (las primeras después de 86), pero no hubo un gran movilización, el abstencionismo fue muy alto. Sin embargo, estando en Chihuahua, me enteré por la televisión del triunfo de Ernesto Ruffo en Baja California Norte y de que el PRI y el gobierno habían reconocido su triunfo.

Estando en Chihuahua, después del fraude que había vivido apenas unos años atrás en ese estado, no había ninguna palabra que pudiera explicar la alegría, la sorpresa, el entusiasmo y la sensación de reivindicación que sentía, por el hecho de que el PAN hubiera ganado una gubernatura por primera vez en su historia y se le hubiera reconocido, en algún momento de pesimismo había llegado a pensar que no me tocaría ver una cosa como esas. Jamás me pasó por la mente que eso hubiese sido producto de una negociación, hacer una afirmación como esa me parecía una falta de respeto a los bajacalifornianos, además eso demostraba que ya había madurez para derrotar al PRI y que este, empujado por Salinas lo reconociera. Me puse a gritar, a festejar como loco, hasta que me preguntaron qué si estaba bien, cuando les platiqué lo que pasaba, me sorprendió que no hicieran mayor aspaviento, por más que les quería explicar la trascendencia del momento, lo más que logré fue algunas tibias expresiones de satisfacción. Sin mucho cuorum para festejar, celebré el triunfo de Rufo en mi mente y en mi corazón, esa noche no pude dormir, me sentía reivindicado y optimista. Ojalá el PAN gobierne muy bien, pensé, porque a la gente, después de la fiesta electoral lo que le importa más es su bienestar y si el PAN gobierna mal, la transición se va a frenar.

Mientras disfrutaba el triunfo del PAN en Baja California Norte, me enteraba de las denuncias de fraude en Michoacán y posteriormente del conflicto poselectoral que viviría ese estado, a diferencia de la celebración democrática bajacaliforniana, en Michoacán el sistema había mostrado su peor cara, muchos periodistas y comentaristas hablaban de la democracia selectiva, una para el PAN que había decidido colaborar con el gobierno y otra con el neonato PRD, que había decidido no reconocerlo y enfrentársele, el PRD y todos los que tuvieran agravios pendientes con Salinas de Gortari, sufrirían las consecuencias durante todo el sexenio.

 Regresé en el otoño a la universidad, como había estado en Chihuahua, no había festejado el bicentenario de la Revolución Francesa con mis amigos de la UNAM, así que Arturo Márquez organizó una buena fiesta en su casa en la que planeábamos, además de celebrar, leer en voz alta la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y gritar el lema de “libertad, igualdad y fraternidad”. Todo el año habíamos estudiado el proceso de la Revolución Francesa con Alponte y no podíamos dejar pasar la fecha como si nada. Además de un hecho histórico muy trascendente, el proceso revolucionario de Francia a fines del siglo XVIII, se había vuelto una categoría teórica, una forma de explicar fenómenos políticos y un referente idealista de cambios sociales.

Alponte insistía mucho en tres cosas sobre la Revolución Francesa; en primer lugar (de manera muy resumida) que había sido precedida de la Enciclopedia y la Ilustración, por lo tanto de la idea de la tolerancia, la razón y el laicismo, la mayoría de los maestros de la Enciclopedia no vivirían para verla, pero sus ideas, investigaciones y reflexiones, serían la base sobre la que se construiría ese proceso. En segundo lugar, la Revolución no había estallado por la toma de la cárcel de la Bastilla, sino por la convocatoria a los Estados Generales (Aristocracia, Clero y la Burguesía o Tercer Estado) por Luis XVI, para que financiaran el déficit del Estado que el banquero real Necker consideraba muy grave. Cuando la burguesia se dio cuenta que ellos eran los únicos que tenían dinero y la aristocracia y el clero no querían y no podían constribuir, desecharon el voto corporativos (1 voto para cada estamento) y se constituyeron en una asamblea soberana con votos individuales anulando el absolutismo. Tercero, el terror de Robespierre y el Comité de Salud Pública, solamente duró unos meses y después de eso las libertades prevalecerían.

Después de la Revolución, la historia de Francia sería muy azarosa, vendría Napoleón, el regreso de la Monarquía de Luis XVIII y Luis Felipe de Orleáns, Napoleón III y finalmente la democracia, me daba cuenta que los procesos políticos son largos y que todos los cambios radicales producen liberadores que luego se convierten en tiranos como Robespierre, pero si no hay una “enciclopedia” o una “Ilustración” atrás de una Revolución el terror podrá durar más de 18 meses. Alponte solía citar una frase de Hannah Arendt que decía algo como “la verdadera revolución culmina no con el cambio social [de caudillos o sistemas, me permito añadir] sino con la fundación de la libertad”. La idea de que la Revolución era la fundación de la libertad, me sedujo y de pronto empecé a pensar que la fundación de la libertad, más que la sola derrota del PRI, era lo que andaba buscando. Esa idea me serviría para meditar y discutir muchas horas y muchas noches completas.

En el otoño de 1989, mi maestro de Sistema Político Mexicano, cuyo nombre desgraciadamente no recuerdo, pero se que fue uno de los traductores de Hegel al español, nos pidió que leyéramos el libro de John Womack “Zapata y la Revolución Mexicana”. Para mí dos personajes de la historia de México siempre me habían generado cierto rechazo, no tanto por su historia real, sino porque los habían convertido en una especie de santos laicos llenos de virtudes sobre humanas que los volvían sumamente pedantes, uno de ellos era Emiliano Zapata y el otro Benito Juárez. Del segundo tenía muy malas referencias, mi padre era un hombre muy católico y mantenía un respeto mas sentimental que intelectual por el sinarquismo y por Maximiliano, ya que su abuelo, según contaba la mitología familiar había sido asesinado por órdenes de Juárez ya que era partidario del segundo imperio. Además siendo Moreliano, nacido en los años veinte había estado en contacto con el sinarquismo y había vivido en carne propia la persecución religiosa, siendo una persona tan abierta a las ideas, siempre pensé que su antijuarísmo era más una lealtad sicológica con la Iglesia, con su abuelo y con su padre que una oposición real al pensamiento de la Reforma.

Del primero (Emiliano Zapata) también tenía malas referencias, mi bisabuelo (Ambrosio Figueroa) miembro de la clase media agraria y liberal, había combatido en la Revolución Maderista en Guerrero, pero estaba completamente enemistado con Zapata. Su hija, mi abuela, a quien todavía tuve la oportunidad de conocer y platicar con ella, me contaba que los zapatistas, cuando llegaban a un pueblo saqueaban las casas y mataban a los hombres y violaban a las mujeres. A ella y a sus amigas las escondían en la sierra para protegerlas de los ardores zapatistas, donde pasaban por muchos días hambre y miedo.

No obstante los malos antecedentes de Zapata, de las hagiografías de Zapata leí el libro como parte de la asignatura, no obstante mi mala actitud, para mi sorpresa más allá de la persona de Zapata, había una historia de lo que algunos llaman el México profundo que materializaba ciertas intuiciones que tenía sobre el carácter de por lo menos cierta parte de nuestra nacionalidad. El libro empezaba diciendo algo como “Esta es la historia de un grupos de personas que no querían cambiar y que por ello hicieron una revolución”, la primera frase me atrapó y diría nuevamente que no leí el libro sino que me lo bebí, la hipótesis de Womack era impresionante, al menos como yo la entendí. 

Ese grupo de campesinos, desconfiaban de la modernidad liberal, no eran enemigos de Porfirio Díaz porque fuera un dictador, sino porque había protegido a quienes les quitaban las tierras desde la ley de desamortización de bienes del clero “y manos muertas” que también afectó a las comunidades indígenas, porque sus tradiciones comunales se oponían al proyecto liberal de la Reforma de convertir la tierra en un comodity como un bien sujeto al comercio, en lugar de una entidad mitológica la madre tierra como la concebían los campesinos de esos lugares. 

Desde el punto de vista de la modernidad, tanto capitalista como marxista, la postura de Zapata era una especie de regreso al pasado virreinal donde la propiedad comunal mantenía unidas a las comunidades campesinas y mantenía su antigua forma de vida y tradiciones. Leyendo el libro de Womack imaginaba a los Zapatistas, en realidad, como antijuaristas y anti liberales (aunque lo hacía en silencio para evitar que me lincharan por herético), porque luchaban por la tierra (que era un entidad mitológica) para conservar sus tradiciones y forma de vida. Nada les parecía más perverso que convertir a la tierra en un bien sujeto al comercio, nadie vende a su madre, mucho menos que el Estado, en sustitución del Hacendado, los privara de su tierra.

Para agregarle a la intensidad de aquel año, un domingo en la noche, viendo algún noticiero, informaron de la muerte de Manuel Clouthier en un accidente automovilístico, la noticia fue muy breve y no se dijo más, me quedé muy inquieto. Al otro día en la universidad, la muerte de Clouthier era el tema de conversación, corrían todo tipo de rumores sobre su muerte, la idea del atentado era la más fuerte. Lamenté mucho la muerte de Clouthier, como mucha gente, si bien yo no apoyé su campaña electoral porque pensaba que el FDN podía derrotar al PRI mucho más que el PAN y esa era mi principal obsesión política, Clouthier había sido mucho más consecuente en su lucha pos electoral. Había confrontado a De la Madrid y le había reclamado de frente el fraude, además de eso se había declarado en huelga de hambre para protestar porque se aplazaba la negociación sobre una nueva y democrática reforma electoral (a pesar de que era diabético y no tenía la salud de hierro de Don Luís Álvarez) y posteriormente había convencido al PAN de formar un Gabinete Alternativo que espejeara la actuación del gobierno y propusiera nuevas políticas. Intuía que “El Maquío” todavía tenía mucho que hacer por la transición democrática, sin embargo su extraña y absurda muerte lo detuvo. Admiraba a Clouthier y en cierta forma me reprochaba no haberlo apoyado en su campaña, del primer Clouthier que conocí con su discurso empresarial que me había parecido un poco hipócrita, después de las elecciones tuve la percepción de que había cambiado, sus móviles habían dejado de ser estrictamente empresariales llenos de rencor por las expropiaciones y la nacionalización de la banca y se había transformado en un demócrata, convencido de la necesidad de derrotar al PRI. No tengo manera de saber si esta percepción era correcta, pero era lo que yo percibía y con eso me quedaba ¿quién sustituiría a Clouthier en el liderazgo del PAN? No tardaría mucho en saberlo.

El Gabinete Alternativo
En los meses siguientes a su muerte, Ernesto Ruffo tomó posesión como gobernador de Baja California que de alguna manera reivindicó la lucha del “Maquío” y se aprobó una reforma electoral extremadamente gradualista que Clouthier tal vez hubiera rechazado, pero que inició el camino certero de la alternancia. Su lucha no habría de ser vana.

Paralelamente, los acontecimientos en Europa del Este se aceleraban, en Polonia, en Hungría, en Alemania del Este y en la propia URSS, se derrumbaba el comunismo ante los ojos atónitos de una parte de la izquierda mexicana que parecía quedarse huerfana. Para mí el comunismo no era más que una dictadura absolutista y no podía sentirme más feliz, de que esos regímenes cayeran para siempre, aunque me irritaba mucho que a muchos de mis amigos de la izquierda les pareciera trágica la caída del comunismo. Los acontecimientos se sucedían con rapidez hasta que el 9 de noviembre en la mañana, dieron la noticia en el radio de que habían abierto las fronteras de Alemania del Este y el Muro de Berlín en adelante, no serviría más que para pintar graffiti. Me paré de la cama y prendí la televisión, llegaban imágenes de la gente festejando arriba del Muro y de miles de Alemanes Orientales cruzando hacia Berlín Occidental. La alegría parecía inmensa, la gente se juntaba para aplaudirle a los que cruzaban la frontera. Aunque el comunismo en Europa del Este, tardaría todavía unos años en ser liquidado completamente, la apertura del Muro y su posterior caída, simbólicamente representaba el fin de esa pesadilla absolutista.

Huyendo de Alemania del Este
Yo estaba eufórico, no sólo porque me alegraba de que miles de personas tuvieran acceso a la libertad que se les había negado por muchos años, sino también porque era el principio del fin de la Guerra Fría. Desde que era niño había escuchado del peligro de la guerra nuclear, de las miles de bombas atómicas que había y de cómo podían destruir un número indeterminado de veces la Tierra. 

Durante los ochenta había visto por la televisión, el despliegue de misiles bálísticos de mediano y largo alcance que se desplegaban por Europa ante las protestas de los pacifistas. Luego había seguido la estratégia del Presidente  Reagan, la llamada "Guerra de la Galaxias" cuyo objeto era lanzar satélites al espacio capaces de destruir misiles balísticos desde el espacio intensificando la carrera armamentista (que la URRS no podría pagar) y llevándola a extremos más peligrosos. También había visto con esperanza y luego frustración las grandes cumbres entre Gorvachov y Reagan en Ginebra y en Reikiavich para distender la Guerra Fría y tenía muy presente la guerra en Nicaragua, el Salvador y Guatemala que eran en mas de un sentido producto de la Guerra Fría, en otros campos de batalla,  por si fuera poco había visto una película que se llamó “Al Día Siguiente” en donde se ilustraban los efectos de una guerra nuclear en una ciudad de Estados Unidos y como los líderes llegaban a la decisión de lanzar un ataque nuclear y ya en la paranoia, hasta un cantante argentino de rock peguntaba en una canción (nene nene que vas  a hacer cuando alguien apriete el botón). 

En este contexto, mi euforia ante la caída del Muro de Berlín, estaba plenamente justificada, en la tarde llegue a la universidad, yo pensé que la Rectoría suspendería clases y llamaría a los alumnos a la explanada para hacer una reflexión del asunto, me imaginé que los alumnos estaríamos festejando, tal vez habría una misa, sin embargo, cuando llegué todo parecía muy normal, cuando lo comentaba con mis compañeros y maestros no parecían sorprenderse demasiado del asunto, un Maestro llegó a decirme – eso está muy lejos de nuestra realidad. Sólo un amigo judío que estaba en la misma sintonía que yo festejó conmigo. En mi interior pensaba que éramos un país demasiado provinciano y que poco estábamos involucrados en el destino de la raza humana, esa era otra cosa que había que cambiar aunque el argumento de “nuestra idiosincrasia” no lo haría nada fácil.

Paralelamente, en 1989, América Latina también era escenario de cambios muy importantes. Por un lado, en Chile después de un plebiscito en el que se había rechazado la continuidad de la dictadura en 1988 (aunque para mi sorpresa el 44% de los chilenos apoyó la continuidad) se convocaron a elecciones y en diciembre de 1989 se eligió al primer presidente civil de Chile desde el golpe de estado en 1973. Además del gusto que me dio el triunfo de la democracia, me intrigó el hecho de que Patricio Aylwin (el nuevo presidente civil) hubiera sido postulado por una Concertación de partidos desde la democracia cristiana, hasta el socialismo y la unión de esos partidos hubiera conseguido la presidencia. En México, pensé, deberíamos hacer eso para derrotar al PRI. Aunque hubo momentos en que estuvimos cerca, nunca se consiguió. La derrota del PRI se daría en otras circunstancias.

El caso chileno, me sedujo, aunque el régimen autoritario del PRI era diferente a la dictadura chilena, pensaba que la Concertación, había logrado que los partidos se volvieran más tolerantes y tuvieran claro que el objetivo común era la democracia y la protección de las libertades, lo que los ha unido hasta ahora y los ha mantenido en el poder. Para mis adentros pensaba que a diferencia de México, la Concertación no tenía caudillos por encima del objetivo democrático, lo que permitió su alianza, en México esos caudillos y la falta de generosidad de los líderes de los partidos retrazarían la derrota del PRI hasta el año 2000.

Sin embargo, el optimismo por lo que pasaba en Chile, no era el farol que alumbraría al resto de América Latina, en Argentina elegirían a Carlos Menem, como una especie de nuevo caudillo que salvaría a la patria, con un populismo renovado, cosa que no sucedió y le causó mucho sufrimiento a los argentinos, En Brasil, también en su regreso a la democracia y a las elecciones directas para Presidente, elegirían a Fernando Collor de Melo (que luego sería juzgado por corrupción) que con puro “voluntarismo”  y populismo quiso resolver los problemas estructurales de Brasil y sólo logró ser destituido, juzgado y encarcelado. En Perú, el populismo de Alan García y su postura de reducir el pago de la deuda sin reformas internas, produciría una enorme inflación que en muchos sentidos destruiría su economía, en Nicaragua, la guerra y la inflación dejarían en ruinas a ese país por muchos años. En Panamá el caudillo Manuel Antonio Noriega se defendía de las acusaciones de narcotráfico que le hacía Estados Unidos con un discurso antiimperialista, hasta que el Presidente Bush decidió invadir Panamá  y detener al dictador para ser juzgado en Estados Unidos, instalando un gobierno pronorteamericano en Panamá. La caída del comunismo, en Europa del Este y las transiciones a la democracia en América Latina eran una buena noticia, sin embargo, su destino, especialmente en América Latina era bastante incierto. Tengo muy presentes las palabras de Alponte que repetía la idea de que América Latina debía “liberarse de sus liberadores” para madurar políticamente… para fundar la libertad.

En este contexto, una mañana de noviembre, llegando a la universidad, todavía en la euforia de la “Caída del Muro de Berlín” la rectoría suspendió las clases y nos convocaron a la explanada de la ibero. Metido como estaba en el tema de la caída de los muros, pensé que las autoridades de la ibero habían reflexionado que no podían dejar pasar desapercibido un momento histórico como ese y que el Rector reflexionaría sobre el asunto, la verdad era muy inusual que se suspendieran las clases. Sin embargo, bajando las escaleras supe que lo que en realidad pasaba es que unos sacerdotes jesuitas habían sido asesinados con mucho sadismo en la Universidad Centroamericana de San Salvador filial de la ibero.

En la explanada, el Rector habló, no recuerdo que dijo, pero el tono era de coraje y tristeza, después invitó a los que quisieran asistir a una Misa, donde dio más detalles del homicidio, habían sido cinco sacerdotes jesuitas incluido el Rector de esa universidad, además mataron a una salvadoreña que asistía a los sacerdotes en sus labores domésticas y a su hija de 16 años. Al parecer el gobierno percibía que los jesuitas apoyaban las causas de la guerrilla salvadoreña y al igual que al obispo de San Salvador Monseñor Romero, decidieron eliminarlos. Uno de los jesuitas – recuerdo que dijo el Rector en la Misa – le habían desecho el cráneo como una forma de demostrar que habían destruido sus ideas y pensamiento, el Rector estaba triste y muy indignado, pidiendo en el sermón de la misa que se hiciera justicia. Qué difícil en ese momento pensar en el perdón cristiano para los asesinos, pero al menos debía haber justicia. No la hubo, perdón, no lo creo.

Finalmente, para cerrar con broche de oro un año espectacularmente apasionante e intenso, el efecto dominó de la caída de los países comunistas, produjo en Checoslovaquia lo que luego se llamó la “Revolución de Terciopelo” que básicamente fue un movimiento popular, que literalmente “llevó en vilo” a un disidente, dramaturgo y rockero llamado Václav Havel y lo instaló en el Castillo de Praga como Presidente de la nueva República. El caso de Havel, para mi, era distinto porque Alponte había hablado mucho de él, antes de que fuera presidente. Nos había contado de su disidencia, de sus detenciones en las cárceles del régimen, de sus cartas a los líderes de su país suplicándoles que no destruyeran la esperanza de su pueblo, de su apoyo a los grupos de rock que no eran aceptados por el régimen y de la invitación  que le hizo Miterrand para que asistiera a los festejos del bicentenario de la Revolución Francesa. Ahí frente a los diplomáticos comentarios que escribían los líderes en el libro de visitantes distinguidos y ante la sorpresa de Miterrand, Havel había dibujado un corazón. Havel era el verdadero revolucionario; después de algunos años en la Presidencia de Checoslovaquia y luego de la independencia, de la República Checa, Havel sería en muchos sentidos el fundador de la libertad para su nación.


Metido como estaba en el estudio y en la euforia de todos los cambios que ocurrían en México y en el mundo, me había olvidado que no tenía dinero para pagar las colegiaturas de la universidad, ni las inscripciones para el siguiente semestre, tuve que bajar de las grandes ideas y de los grandes acontecimientos para concentrarme en pagar mis deudas escolares. Al final del primer curso, había logrado que la universidad me diera una prórroga para pagar y me permitiera inscribirme, sin embargo al final del segundo semestre no tenía dinero para pagar ninguno de los dos. Tenía la esperanza de conseguir una beca, bajo la premisa de que mi promedio era bastante bueno, sin embargo, la universidad me la había negado, nunca supe las causas pero intuía que no me creían que no tuviera dinero porque la casa donde vivía era muy grande (claro éramos 12 hermanos aunque para esa fechas casi la mitad se habían casado, pero todavía 7 vivíamos ahí) y porque uno de mis hermanos era un empresario bastante próspero, sin embargo ¿cómo explicar que el ingreso de promotora de libros de mi madre no era suficiente para cubrir las colegiaturas? Desde la muerte de mi padre, el tema de las colegiaturas siempre había sido un martirio para mi cada que había que pagarlas.

Ya un poco desesperado, fui a ver a mi hermano mayor, que en esos momentos había conseguido comprar el, entonces, Hotel de México y lo estaba convirtiendo en el World Trade Center, aguantándome mi orgullo (nunca me ha gustado depender de nadie) le pedí dinero para mi colegiatura e inscripción, lo que hizo con una gran generosidad y además me regaló dinero extra para mis gastos, sin embargo, saliendo de su oficina me prometí no volver a pedir dinero, debería conseguirlo yo mismo. No cumpliría mi promesa hasta un año y medio después, el siguiente semestre la volvería a pagar mi hermano, el siguiente otro de mis hermanos y el siguiente un noble y generoso amigo y ex socio del despacho mi padre, siempre con mucha generosidad, pero para mi cada vez que tenía que ir a pedir dinero, sufría en mi interior porque tenía vergüenza de no haber entrado a la UNAM que es gratis y de no poder conseguir el dinero yo mismo. De cualquier manera, ningún trabajo me pagaría lo suficiente para cubrir el costo de las colegiaturas, yo me justificaba enseñándoles mis buenas calificaciones.

¡SENADORES DE MORENA VOTEN EN CONTRA! El Intento de Roosevelt de Destruir la Corte y cómo los Salvaron los Senadores de su Partido

Bernardo León-Olea @bernardomariale En las elecciones de 1936 Franklin D. Roosevelt y el partido demócrata ganaron la mayoría calificada en ...