miércoles, 30 de julio de 2014

Memorias de los Pinos XVI: El Despotismo Ilustrado de Salinas

Mientras Guanajuato vivía la crisis de su transición democrática, a nivel nacional, el Presidente Salinas de Gortari transformaba México y sepultaba el hipócrita discurso de la Revolución Mexicana que había manejado el PRI hasta entonces. Después de ganar  abrumadoramente las elecciones de 1991 (que no dejó rastro de la fuerza del cardenismo tres años atrás), Salinas tenía un camino muchos mejor pavimentado para llevar a cabo su proyecto modernizador.

Desde la primera legislatura de su sexenio, Salinas había logrado con el apoyo del PAN, pasar iniciativas muy importantes como la que reformaba la Constitución para poder privatizar la banca, cuya nacionalización había provocado el ingreso de muchos líderes empresariales al PAN para oponerse a la, entonces, política estatista del gobierno.  En este contexto, el PAN apoyó casi todas las reformas salinistas, porque en más de un sentido recogían muchas de las propuestas que había hecho el PAN a través de los años. La similitud de programas provocó una curiosa alianza de facto con Salinas y con el PRI, basada en la idea de que las reformas salinistas, eran una “victoria cultural” del PAN, ya que Salinas prácticamente asumía su programa como propio, modificando la postura tradicionalmente opositora del PAN, el partido blanquiazul se convirtió en una especie de bisagra entre la oposición sistemática del cardenismo y el PRI.

La situación era un poco incómoda para mí, por un lado, Salinas estaba tomando medidas y proponiendo iniciativas con las que no podía estar en desacuerdo, como reconocer la mayoría de los triunfos del PAN en elecciones estatales y municipales (no así los del PRD), de privatizar, fusionar o liquidar cientos de empresas paraestatales entre ellas la banca y utilizar el producto de las ventas para reducir dramáticamente la deuda interna, reducir el déficit fiscal, las tazas de interés y la inflación, construir carreteras de cuatro carriles, crear un nuevo sistema de pensiones o quitarle tres ceros a la moneda, entre otras medidas que me impresionaban. Por otro lado, no olvidaba que Salinas había llegado al poder por una elección fraudulenta, que el PRI a pesar de la incipiente apertura hacia el PAN, era una dictadura de partido hegemónico y me preocupaba que Salinas, estuviera estructurando una versión más compleja del sistema priísta, utilizando al PAN para legitimarse dando una apariencia de pluralismo que en realidad era muy marginal. Temía que se estuviera construyendo una democracia dirigida que excluía a los que, como el PRD o Fox, no se sometieran a los designios y las ambiciones de Salinas.

De cualquier manera, yo sentía que las reformas de Salinas iban en el camino correcto, aunque siempre estaba recordando –para no equivocarme – su origen fraudulento, la manipulación del Programa de Solidaridad y la falta de equilibrios y contrapesos de su gobierno para mantenerme como un opositor al sistema priísta y a Salinas a pesar del apoyo de la cúpula del PAN que por otro lado, también me parecía correcto. ¿Cómo oponerse a reformas que el PAN llevaba años proponiendo?

En eso estaba, cuando Salinas, propuso una reforma al artículo 27 Constitucional que básicamente modificaba el régimen jurídico del Ejido transformándolo en una especie de propiedad en condominio, donde el campesino después de acordar con la comunidad pudiera – sin tanta simulación – vender y rentar sus tierras o modificar, en acuerdo con el resto de miembros de su Ejido, el régimen de propiedad y convertirlo en propiedad privada, rompiendo uno de los grandes pilares del régimen de la Revolución que sirvió como método para someter a los campesinos como sector dentro del PRI.

No acababa de salir de mi asombro por la reforma del 27 cuando, utilizando la mayoría del PRI en el Congreso (más el 60% de los diputados y casi la totalidad del Senado) y su alianza con el PAN, Salinas, logró la aprobación de la reforma al artículo 3, 5, 24, 27 y 130 constitucional que le daba reconocimiento jurídico a las Iglesias, modificando todo el esquema antirreligioso de la Constitución de 1917 y de la época de la persecución religiosa de la década de los años veinte y treinta del siglo pasado que a mi siempre me había parecido una de las épocas más negras y autoritarias del régimen de la revolución y de su fundador (aunque el PRI como tal todavía no existiera).

En esta “Montaña Rusa” de reformas, a finales de 1992, Salinas logró que se firmara el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá en una ceremonia paralela en los tres países que ví en la televisión, donde cada Presidente, es decir, Bush en Estados Unidos, Mulroney en Canadá y Salinas en México, firmaba el texto del tratado para someterlo, especialmente en el caso de Estados Unidos, a la aprobación del Congreso (que finalmente sería aprobado el año siguiente).


¿Qué podía pensar ahora? ¿Cómo me podía oponer a un Presidente que a pesar de su origen espurio estaba transformando, radicalmente el país en la dirección que a mi me parecía correcta? Por si fuera poco, muchísimas personas que yo respetaba consideraban a las reformas de Salinas como revolucionarias y las apoyaban, incluso en una película mexicana (El Bulto) un personaje interpretado por Héctor Bonilla señalaba que Salinas era el mejor Presidente de la historia de México. Obsesionado, como estaba, en la derrota del PRI, en ese momento mi análisis sobre el Salinismo era más político que económico y me preguntaba ¿qué impacto tendrían las reformas de Salinas en el sistema priísta? Sobre todo porque estaba desmantelando los sistemas de control que había tenido el PRI para sostenerse en el poder.


Por un lado, al privatizar empresas disminuía fuertemente la capacidad del Presidente, para ofrecer cargos en el sector paraestatal y acumular las lealtades políticas que eso le producía, debilitando su patronazgo. Al otorgarle reconocimiento jurídico a las Iglesias, en particular a la Iglesia Católica que el PRI, desde su fundador, había considerado su enemiga histórica, no sólo de su ideología sino del propio Estado. Paralelamente, liberaba a los campesinos (que ya no eran el 75% de la población sino el 30% pero seguían siendo un sector que daba muchos votos al PRI) de la amenaza de quitarles su tierra y consideraba concluida la reforma agraria, por lo que perdía el control de los campesinos (al menos en ese aspecto) y perdía el intermediarismo político de ofrecerles tierras. Finalmente, al abrir la economía mexicana al TLC, en el fondo disminuía su margen de maniobra política, porque eliminaba la autarquía económica de la que gozaba el gobierno y se sometía a la reglas del mercado, que no podía violar sin causar un problema con nuestro poderoso vecino del norte. 

Más adelante perdería el control de la política monetaria a partir de la autonomía del Banco de México. ¿Qué podía pensar de Salinas en ese momento? ¡Estaba desmantelando en más de un sentido el sistema político priísta y con ello la capacidad de control del sistema para obligar a la gente a sostener al PRI! Sin una parte importante de la maquinaria priísta ¿cómo podría Salinas garantizar su sucesión, el triunfo de su candidato y la continuidad del PRI?

Reflexionando un poco sobre esa época y sobre lo que había dejado Pinochet en Chile, me di cuenta de algo importante, y es que los líderes autoritarios, no necesariamente son malos gobernantes, es decir ¿qué impide que un gobierno autoritario equilibre el déficit fiscal, promueva el desarrollo de la economía o construya un programa de lucha contra la pobreza? Nada. Lo que un sistema autoritario, nunca va a poder hacer es proteger las libertades ciudadanas, los derechos humanos y combatir el abuso de autoridad. En realidad, empecé a pensar, la democracia, es una pedagogía de la libertad, es un ideal abstracto de libertad que no tiene que estar relacionado necesariamente con tal o cual política pública o con el bienestar económico de la población.

De cualquier manera, estaba desconcertado, a veces pensaba que Salinas estaba dirigiendo una transición gradual desmantelando el corporativismo del PRI al propósito para provocar la transición democrática, (siguiendo el ejemplo de las cortes del Franquismo que se autoeliminaron para que se eligieran nuevas cortes), reconociendo por un lado los triunfos del PAN en Baja California Norte y Chihuahua o corrigiendo los casos de Guanajuato y San Luís Potosí, en contra de su propio partido o simplemente estaba modernizando el corporativismo por otras vías, como el control de los monopolios y las empresas que había privatizado o el Programa Nacional de Solidaridad y sus poderosos comités en todo el país y deteniendo por cualquier medio al PRD y a Fox, para evitar frenos a su programa de modernización y equilibrios a su poder.


Las respuestas no tardaron mucho en llegar, en primer lugar la propuesta – apoyada por el PAN – de quemar las boletas electorales, fue un primer síntoma de autoritarismo que me dio una idea de cual de las dos opciones era la que buscaba Salinas. En segundo lugar, la reforma electoral de 1993, fue precedida por la campaña de Vicente Fox para eliminar la restricción a los hijos de extranjeros, pero mexicanos por nacimiento, para que pudieran ocupar la Presidencia de la República y aunque tuvo avances importantes y se aprobó que hijos de padre o madre extranjera pudieran ocupar la presidencia, se añadió un transitorio (probablemente promovido por Diego Fernández de Cevallos) para que la reforma entrara en vigor después de la elecciones, eliminando a Vicente Fox de la contienda. 

En tercer lugar, no se permitieron las candidaturas comunes y las coaliciones, que en la elección de 1988, habían permitido sumar a las fuerzas que apoyaron al cardenismo, lo que en mi opinión estaba dirigido a debilitar esa opción. Finalmente, Salinas designó al mas puro estilo priísta, es decir, a “ dedazo” como candidato del PRI a la Presidencia de la República a su Secretario de Desarrollo Social (dependencia inventada por él) y cabeza del Programa Nacional de Solidaridad, Luís Donaldo Colosio, sin buscar alguna forma más democrática de designación del candidato del partido oficial. Intuí, sin ser muy perspicaz, que Salinas no era un demócrata sino que estaba modernizando el viejo corporativismo por otras vías. 

De cualquier manera, la modernización económica que había emprendido le serviría a un futuro gobierno democrático...

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